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Cinco años de su muerte

"Sin un pueblo valiente, Mandela no habría podido acabar con el apartheid"

El escritor Javier Fariñas pone en valor, en una nueva biografía del líder sudafricano, a las personas que le ayudaron a forjar su carácter

"Lazar Sidelsky, su primer jefe, le recomendó que no se metiera en política porque iba a perder el trabajo, iba a quedar arruinado e iba a perder a su familia. Pero Nelson Mandela, aunque tenía un gran aprecio por este abogado judío, no le hizo ni caso y entró en política, perdió el trabajo, acabó arruinado y perdió a la familia", afirma Javier Fariñas, autor del libro 'Nelson Mandela: Un jugador de damas en Robben Island', publicado por la editorial San Pablo con motivo del centenario de su nacimiento este mismo año. Recordamos la figura de este líder precisamente hoy, pues tal día como hoy hace cinco años, moría a causa de una enfermedad pulmonar que arrastraba desde su estancia en la cárcel de Robben Island.

Este periodista y redactor jefe de la revista de temática africana 'Mundo Negro', aborda en su libro la vida de uno de los personajes más importantes de la Historia reciente, con el reto de "escribir la vida de un hombre sobre el que ya se ha escrito tanto", destacando "la importancia de las personas que le hicieron ser como fue" y sin olvidar "el papel fundamental del pueblo sudafricano en la caída del apartheid".

-¿Qué diferencia a esta biografía de otras?

-No se trata de restar ni un ápice de épica a la vida de Nelson Mandela, porque no sería justo, pero más que poner en valor su figura, que ya está puesta en valor, sí me parecía muy oportuno destacar la importancia del pueblo sudafricano para acabar con el apartheid. El mérito de la caída del apartheid se lo debe llevar el pueblo sudafricano: negros, mestizos, indios y blancos también, pues buena parte de la población blanca al final se dio cuenta de que aquel sistema político era irracional. Que Mandela se ha llevado el mérito, los honores y el premio Nobel, pues es evidente que tuvo mucho que decir en esa historia, pero sin un pueblo orgulloso y valiente que luchó por esa misma causa detrás de él, Mandela no habría podido acabar con el apartheid.

-Fueron muchas las personas que sacrificaron su vida por esa misma causa.

-Sí, hay dos matanzas que han quedado escritas en la historia de la lucha contra el apartheid. En Sharpeville, en 1960, y en Soweto, en el año 76, donde la policía y el ejército sudafricano asesinaron a centenares de estudiantes en una protesta en la que pedían que no les impusieran la lengua de la minoría blanca como la lengua oficial para estudiar. Querían estudiar en su propia lengua. Uno de ellos fue Hector Pieterson, de 12 años, que murió tiroteado por la espalda. Mandela luchó y peleó, sí, pero miles de sudafricanos, que sacrificaron su vida entera, lo hicieron en un grado mucho más heroico que el del propio Mandela, que sacrificó 27 años de su vida.

¿Se puede afirmar que el apartheid ya no existe en Sudáfrica?

-Oficialmente sí. Legalmente terminó en el año 90. La excarcelación de Mandela y el resto de presos condenados a cadena perpetua en el juicio de Rivonia fue el aldabonazo definitivo al apartheid, un final práctico y real cuando Mandela accede a la presidencia con el partido Congreso Nacional Africano (CNA), después de conseguir la máxima de "un hombre, un voto". El apartheid político ya no existe, pero el apartheid económico sigue estando vigente todavía.

En la Sudáfrica actual hay una gran desigualdad en cuanto a recursos, estatus y nivel de vida. Se han conseguido cosas, en cuanto a derechos, desarrollo y demás, sí, pero todavía sigue habiendo una clara diferencia entre la minoría blanca, que mantiene los recursos económicos, productivos y extractivos del país, y buena parte de la mayoría negra.

-En el prólogo de su libro, el periodista Xavier Aldekoa cuenta que en el café en el que desayunaba en Johannesburgo había tres retratos que decoraban la pared con Bob Marley, Maradona y Mandela. ¿Qué huella ha dejado Madiba?

-Reducirlo a icono pop no sería justo. Fuera del país, Mandela es el hombre que acabó con el apartheid, el hombre que ya una vez jubilado emprendió una lucha titánica contra el hambre y el sida, que impulsó diálogos de paz en Burundi y en El Congo con mayor o menor éxito€ Es el líder indiscutible. Incluso su parte menos luminosa, aunque no se ha ocultado, tampoco se ha querido subrayar, como fue la creación de 'Unkhonto we Sizwe', un grupo terrorista y guerrillero conocido en español como 'La lanza de la nación', que nació bajo las faldas del CNA y que fue impulsado por Mandela en su lucha contra el apartheid.

-¿Y dentro del propio país?

-En Sudáfrica existe cariño hacia Mandela, lo tienen como referente, porque Madiba es Madiba. Fue el hombre con el que el pueblo sudafricano alcanzó la libertad y alcanzó la democracia, bien es cierto que sus compañeros de partido han dilapidado demasiado pronto su legado a causa de la corrupción. No obstante, la imagen y el legado de Mandela dentro y fuera del país es muy diferente. Fuera es prácticamente intocable, mientras que dentro, lo que dejó, prácticamente ahora mismo está en números rojos.

El problema fue que en su mandato, la obsesión de Mandela fue reconciliar el país. Entonces, la gran política: las cuestiones económicas, las infraestructuras, la sanidad, la educación, las finanzas€ todo, lo dejó en manos de su equipo de Gobierno. Era la primera vez que el CNA alcanzaba el poder y entendió que el país era suyo y empezó a cometer ciertos desmanes. El partido entendió de mala manera que después de la opresión de la comunidad blanca podían hacer y deshacer a su antojo y eso de alguna manera ha enturbiado y opacado el trabajo de Mandela para obtener la libertad.

-¿Cómo ve el futuro de su partido de cara a las próximas elecciones?

-En muy poquito tiempo todo lo que la gente celebró como una gran proeza ha quedado desenmascarado por las corruptelas, especialmente de Jakob Zuma, que a principios de año tuvo que abandonar la presidencia del país. Ahora, Cyril Ramaphosa tiene que trabajar muy duro de cara a las elecciones del año que viene para intentar recomponer el prestigio horadado del CNA.

Este partido tiene un reto importantísimo, que es recuperar la credibilidad de los sudafricanos, especialmente de la comunidad negra, porque incluso nietos de Mandela han dicho que no van a votarles por la corrupción imperante en el partido. El CNA ha dilapidado muy rápido lo que logró Mandela y tiene que hacer una labor de recomposición, credibilidad y gestión para que el sudafricano vea que aquella lucha, que significó la vida y el sacrificio de miles y miles de familias, pueda seguir generando la confianza de un partido que lo ganó todo a través de una durísima lucha contra la minoría blanca pero que tan rápido como lo obtuvo empezó a dilapidarlo.

-¿Cómo era la cara más íntima de Mandela?

-Mandela era un hombre, sin más. Yo creo que la grandeza del político también se escribe a partir de la propia persona. Al salir de la cárcel se dio cuenta de que la gente esperaba al mito, pero el que entraba por la puerta era el hombre. Sabía muy bien cuál era la diferencia entre el Mandela político y el Mandela hombre, lleno de contradicciones, con el cuerpo de una persona mayor, envejecido pero con una tarea titánica como era la de seguir luchando contra el apartheid y por la igualdad de derechos. El hombre era consciente de sus debilidades, pero tenía que seguir peleando como político, porque el pueblo sudafricano le aclamaba como el presidente que luego fue. Cuando salió de la cárcel ya se intuía que Mandela sería presidente de Sudáfrica, y a pesar de que el hombre pedía tener una vejez tranquila en su casa, sabía que como político tenía que seguir peleando por una causa justa.

-¿Cómo fue su relación con su madre, Nosekeni Fanny?

-Una de las grandes penas de Mandela es que él sabía que su madre se fue al otro mundo sin entender esa lucha por una causa justa como fue el final del apartheid. No comprendía que por una causa política su hijo estuviera penando en la cárcel, que hubiera pasado por la clandestinidad, que hubiera abandonado a su familia, que hubiera priorizado la lucha política en vez de llevar una vida como un abogado brillante, que lo era. Cuando murió su madre él estaba en la cárcel de Robben Island y las autoridades sudamericanas no le dejaron ir a su entierro, así que ella murió creyendo que su hijo era un delincuente, porque había vulnerado las leyes del Estado sudafricano.

-¿Cómo se puede explicar que alguien capaz de olvidar 27 años de prisión sin rencores fuera incapaz de perdonar a la que durante muchos años fue su gran amor, Winnie, quien le fue infiel durante su estancia en prisión?

-Él sentía una pasión casi juvenil por Winnie y quizá fue uno de los factores que le hicieron aguantar en pie durante esos 27 años de cárcel, pero el mismo día que es liberado, descubre que le había sido infiel. Entonces ella quiso ocupar un puesto en el escenario político, puesto que durante el tiempo que su marido estuvo encarcelado, Winnie fue la voz que mantuvo viva la figura de Mandela de cara al exterior y no quería desprenderse de ese halo de fama que le había acompañado. También fue una figura clave en la lucha contra el apartheid. Sufrió proscripciones, arrestos y la persecución implacable de la policía y el ejército sudafricano, además de verse envuelta en la muerte de un joven por la que fue condenada.

Mandela tuvo que optar de nuevo, igual que le ocurrió con su primera esposa, Evelyn, entre el partido y el futuro de su país o salvaguardar un matrimonio que estaba roto y al final se divorciaron. No obstante, Winnie ocupó un puesto en el Ejecutivo de Mandela. Mantuvieron ahí apariencia de cierta normalidad pero el papel de Winnie no fue enteramente comprendido por él.

-Una de sus claves para convertirse en líder fue la de tender la mano al enemigo para liderar todo un pueblo, no sólo el suyo.

-Ése es uno de los grandes legados que quedan de Mandela. En la única campaña electoral en la que él participó, el entonces presidente, De Klerk, intentó deslegitimar su figura diciéndole que no tenía ningún bagaje de gestión política. Mandela le respondió que a pesar de ser un hombre de 70 años sin bagaje político había tenido la oportunidad de pensar durante los 27 años que había estado encarcelado en qué Sudáfrica quería para el futuro.

En en ese país que él quería no entraban sólo los negros, sino también la minoría india, la población mestiza y la minoría blanca. Entendía que si había que construir una nueva Sudáfrica en la que estuviese representado cada ciudadano por su voto, había que tener en cuenta a esa minoría blanca a pesar de lo que había significado el periodo del apartheid desde el año 48.

-¿Fue entendida su posición en un primer momento?

-Difícilmente, incluso desde dentro de la mayoría negra sudafricana, no digo ya desde dentro del CNA. Los eslóganes de aquel entonces decían que cuando los negros llegaran al poder había que aplicar una receta muy tétrica pero muy fácil de entender, que era: "una bala, un colono". Hablaban de pagar con la misma moneda aquello que la minoría blanca había hecho con ellos en los tiempos del apartheid.

Sin embargo, Mandela aprendió la lengua afrikáans de los blancos y cuando llegó a la presidencia, lo primero que hizo cuando todos los blancos se pusieron a recoger sus cosas fue decirles: "señores, quédense ustedes que les necesito". Mandela pensó en una Sudáfrica en la que cupiese todo el mundo, por eso la letra del himno sudafricano tiene todas las lenguas, igual que la bandera, que representa a todos.

-Dicen que la oratoria no fue su fuerte. Incluso un ama de casa blanca le envió un telegrama diciéndole que le alegraba mucho que estuviera libre pero que su comparecencia al salir de la cárcel había sido muy aburrida.

-Sí (risas). Estamos hablando de un hombre que llevaba 27 años en la cárcel y la oratoria no era lo suyo, pero frente a ese discurso en Ciudad del Cabo, es muy recomendable la lectura de la apelación que realizó en el juicio en el que fue condenado a cadena perpetua, que se incluye en el libro como anexo.

Merece ser leída, porque es de una claridad y una potencia... Teniendo en cuenta además que se trata de un hombre que está haciendo un alegato convencido de que le van a ahorcar. No pidió clemencia para sí ni para sus compañeros, sino justicia para un pueblo. Fue capaz de defender la dignidad de su pueblo hasta sus últimas consecuencias.

Al final, el juez, por ese alegato, o porque hay circunstancias que se dan sin entender muy bien por qué, en vez de una pena de muerte le condenó a una cadena perpetua que al final se quedó en "sólo" 27 años.

-En su visita a Cuba para internacionalizar la causa anti-apartheid, descubrió el carisma de Fidel Castro.

-Claro, Mandela era muy humilde pero también muy vanidoso. Cuando sale de la cárcel se convierte en una celebridad mundial. Visita países y dignatarios, le conceden el Príncipe de Asturias, el Nobel e infinidad de reconocimientos... Todo el mundo quería estar con él. ¡Qué famoso no se ha fotografiado con él! Desde Cristiano Ronaldo o Charlize Theron hasta Barack Obama. Él se dejaba rodear y agasajar porque le gustaba muchísimo y se sabía en muchas ocasiones el centro del escenario.

Entonces, con el ego subido, llega a la Cuba de Fidel Castro y en un paseo en coche juntos todos le saludan, hasta que se da cuenta de que a quien agasajan es al presidente cubano. Mandela reconoció que fue una clase de liderazgo político en vena.

-¿Cómo fueron sus últimos años?

-Los últimos años de Mandela fueron los años de una persona feliz, probablemente, quitando la parte de su enfermedad. Sus dos primeros matrimonios, con Evelyn y con Winnie fracasaron, uno por un motivo y otro por otro, pero Mandela encontró a su gran amor con 80 años, Graça Machel, viuda del presidente mozambiqueño Samora Machel. Ya en la senectud vivió un gran amor que mucha gente no entendió pero Graça fue el gran final en la vida de Nelson Mandela. Fue su gran amor.

Además, sin la presión de ser presidente, se dedicó a causas tan justas o más que la propia lucha contra el apartheid. En sus últimos años se empeñó en luchar contra la pobreza y el sida, enfermedad que se llevó a uno de sus hijos.

-Se le ha comparado con Martin Luther King o incluso con Gandhi, ¿qué tienen en común con Mandela?

-No se les puede comparar porque los tres nacen en contextos y países distintos. Eso sí, son personas con una fe inquebrantable en una causa y con una obsesión por la justicia hasta sus últimas consecuencias. Eran conscientes de que luchaban por una causa justa y esa justicia les llevó a vivir vidas que para el resto de los comunes son totalmente imposibles. El afán de alcanzar la justicia fue lo que les hizo ser tan grandes como fueron.

-¿Cree que existe la posibilidad de que resurja un líder como él en el mundo en un futuro próximo?

-No hay un contexto sociopolítico en el que fermente, ya que ahora mismo no hay una situación de injusticia legal como la que significó el apartheid. A pesar de que hay dictaduras, regímenes totalitarios y se esquilman los recursos del continente africano por parte de las multinacionales extranjeras, el contexto es otro.

Lo que sí hay signos del empoderamiento de los pueblos africanos de una manera que hasta antes no se había visto. No existe el liderazgo unipersonal de un Mandela, un Luther King o un Gandhi, pero hay pueblos enteros que de una forma colectiva se han posicionado claramente ante la injusticia, la opresión o la dictadura, como en El Congo, donde después de echar a Kabila van a celebrar elecciones a finales de este mes, en Zimbabue contra Mugabe, Gambia contra Yamé, o anteriormente en Burkina Faso con el derrocamiento de Compaoré. Me parece que es sintomático.

Al final, los cambios no tienen que ir protagonizados sólo por personas de este calibre. Me parece mucho más interesante que los pueblos asuman el protagonismo y la conciencia del deber ciudadano para que al final sean ellos los que, con un Mandela o sin un Mandela, sean capaces de transformar su vida y la historia.

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