Los rivales de Bernie Sanders van a necesitar algo más que una lluvia incesante de artillería verbal para conseguir que deje de ser el favorito a la nominación demócrata. El martes lo intentaron desde todos los flancos durante dos horas, cuestionando su elegibilidad, el coste de sus planes, su adhesión a la socialdemocracia o sus posiciones respecto a Cuba, pero se encontraron a un hombre seguro y con nervios de plomo que supo capear la tormenta sin demasiadas dificultades. Todo ello en un debate bronco y atropellado, plagado de interrupciones y marcado por el exceso de ansiedad de los candidatos por aprovechar la última oportunidad antes del crucial Supermartes. Michael Bloomberg dejó de ser un chiste; Joe Biden demostró que se acerca su momento; y Elizabeth Warren volvió a sobresalir.

El décimo debate fue a la postre una mala versión del noveno, el más visto en la historia de las primarias del Partido Demócrata, con casi más de 20 millones de telespectadores. "Si nos pasamos los próximos cuatro meses haciendo trizas a nuestro partido nos pasaremos los próximos cuatro años viendo cómo Trump hace trizas nuestro país", dijo a modo de advertencia Amy Klobuchar, tras uno de los muchos intercambios tensos de la noche. Había mucho en juego. En solo cuatro días son las primarias de Carolina del Sur, donde Biden y el multimillonario Tom Steyer han depositado todas sus esperanzas, y en una semana se vota en los 14 estados del Supermartes, una fecha que debería servir para hacer limpieza en el concurrido furgón demócrata.

Dos citas que ayudarán a determinar si alguien es capaz de hacerle sombra a Sanders, el único candidato que parece contar en estos momentos con el respaldo popular, el dinero y la organización para llegar hasta la meta. "Veo que mi nombre se está mencionando un poquito esta noche. Me pregunto por qué", dijo el senador de 78 años con ironía. Le cayeron de todas las formas y colores, un escrutinio al que no está demasiado acostumbrado. Que si Rusia estaría tratando de ayudar a su candidatura, que si divide demasiado al país, que si sus planes son tan ambiciosos que no hay quien los pague. Las verdaderas minas llegaron en política exterior, cuando se le preguntó por su decisión de no asistir a la cumbre anual del gran lobi proisraelí en Washington (AIPAC) o de sus simpatías hacia los programas de alfabetización de Fidel Castro.

"Claro que hay una dictadura en Cuba. Yo dije lo mismo que dijo en su día Barack Obama", respondió Sanders tratando de zanjar la polémica de los últimos días. Lo hizo sin el relativismo típico de esa izquierda todavía anclada en la Guerra Fría, pero con la suficiente osadía para no amedrentarse ante los temas tabú. Dijo también que China es una dictadura, en contra de la opinión de Bloomberg, y definió al primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, como un "reaccionario racista", palabras que con otro Partido Demócrata hubieran sido una sentencia de muerte. "No podemos ignorar el sufrimiento de los palestinos. Necesitamos una política que tienda la mano a los palestinos", añadió el candidato judío.

La noche fue tan cruenta que hubo esparto para todos. Biden peleó como un jabato, quizás en su mejor debate, por más que tienda a gritar cuando solo quiere enfatizar las palabras. Encabeza las encuestas en Carolina del Sur y no solo se fajó con Sanders, sino también con Steyer, que se ha gastado una fortuna para tratar de arrebatarle el sábado el voto negro. (Más del 50 de los votantes demócratas de Carolina son afroamericanos).

Bloomberg no competirá hasta el Supermartes, pero despertó tras su horrendo debate en Nevada. "Alguien se puede imaginar a los moderados republicanos votando por él", dijo en alusión a Sanders. El ex alcalde de Nueva York tuvo que pedir otra vez perdón por sus políticas racistas contra el crimen o sus comentarios machistas, pero dejó de ser una piñata desnortada.

Posiblemente ayudó que el público le aplaudiera más que a nadie, lo que generó toda clase de especulaciones en las redes. Se hizo viral un artículo de la prensa local, según el cual las entradas se vendieron a un mínimo de 1.750 dólares para los donantes del partido, aunque ese mismo partido había dicho que se repartieron proporcionalmente entre los candidatos.

Warren volvió a ser el peor azote de Bloomberg, al que sacó los colores al recordarle cómo financió en el pasado a varios candidatos republicanos que son hoy las bestias negras de los demócratas en el Congreso. No convencieron nada esta vez Klobuchar y Pete Buttigieg, que necesita un buen resultado en el Supermartes para que no se apague su estrella.

Nada debería cambiar demasiado tras este debate, tan autodestructivo que debió de seguirse con fruición en la Casa Blanca. Sanders tuvo la última palabra. "Una idea equivocada que han escuchado esta noche es que mis ideas son radicales", dijo en su parlamento final. "No lo son. En una forma u otra existen en diferentes países del mundo".