El Parlamento israelí (Knéset) dio este miércoles el primer paso para disolverse tras apoyar el ministro de Defensa y principal socio del Gobierno, Benny Gantz, una moción de la oposición, después de meses de desacuerdos con el primer ministro, Benjamín Netanyahu, con quien no logra acordar un presupuesto.

En el mes de mayo, cuando se constituyó el actual Gobierno de unidad, era sabido que la alianza entre sus dos principales partidos, Likud de Netanyahu y Azul y Blanco, no era una sociedad deseda sino obligada, y por ende poco auspiciosa.

Tan solo tres meses después, el denominado Ejecutivo de unidad estuvo al borde del colapso por una disputa en torno a la aprobación del presupuesto general del Estado, que, lejos de resolverse, fue puesta en pausa mediante una ley que pospuso la decisión hasta el 23 de diciembre de este año.

Hoy, a poco más de medio año de su formación y a semanas de ese plazo, el Ejecutivo parece encaminarse a un colapso prácticamente inevitable, que podría desencadenarse por la autodisolución del Parlamento o por la no aprobación del presupuesto antes de la fecha fijada.

La decisión de Gantz de apoyar la moción de este miércoles se enmarca entonces en una trama compleja, marcada por negociaciones a contrarreloj en las que cada decisión, cada anuncio, cada votación y cada declaración no son más que jugadas finamente calculadas.

En este contexto, el apoyo de Azul y Blanco en la lectura preliminar de estre miércoles está lejos de garantizar la disolución del Parlamento, dado que aún restan tres votaciones más, que podrían tomar semanas y se prevé sean utilizadas por Gantz para presionar a Netanyahu en la cuestión del presupuesto, cuya importancia excede lo económico.

Desde la firma del acuerdo de coalición en mayo, múltiples analistas han puesto en duda la voluntad de Netanyahu de respetar la rotación en el cargo de primer ministro con Gantz, prevista para noviembre de 2021.

Por eso, son pocos los que creen al mandatario cuando argumenta que su negativa a firmar el presupuesto bianual detallado en el acuerdo se debe a cuestiones económicas, dado que otra de las cláusulas del texto establece que la no aprobación del presupuesto es la única forma en la que Netanyahu puede disolver el Gobierno sin ceder el cargo a Gantz incluso de forma temporaria durante un Ejecutivo en funciones.

En esta situación, la jugada de Gantz de dar lugar al comienzo de los procedimientos legales para la disolución de la Knéset representa un elemento de presión sobre el primer ministro, que según las encuestas no llegaría bien posicionado a unas potenciales nuevas elecciones en los próximos meses.

Durante este año, y en un contexto de profunda insatisfacción por la gestión gubernamental de la pandemia, el Likud ha perdido apoyo, que al parecer se habría trasladado al partido derechista opositor Yamina, liderado por Naftali Benet, otro acérrimo rival de Netanyahu.

De acelerarse los nuevos comicios, que serían los cuartos en dos años, el actual primer ministro contaría con poco tiempo para preparar su campaña, que estaría inevitablemente marcada por la crisis del coronavirus. De postergarse, sin embargo, las elecciones podrían tener lugar en un contexto más favorable, tal vez incluso posterior a la distribución de una vacuna y con una mejor situación económica.

Además de la especulación respecto a la fecha de los nuevos comicios, Gantz y Netanyahu se encuentran ya inmersos en constantes cruces de acusaciones que buscan desligarse de unos posibles nuevos comicios y asignar la responsabilidad a su rival, algo que, considerando el agotamiento del electorado tras haber acudido tres veces a las urnas en un año y medio, podría ser un factor importante.

A esta altura, entonces, el interrogante ya no parece ser entonces si habrá o no elecciones, sino en qué fecha y por qué desencadenante.