Una guerra silenciosa, pero principalmente una declaración de Donald Trump pocos días antes de concluir su mandato y un anciano convaleciente en un discreto hospital de Logroño (España), han sacado al conflicto del excolonia española del Sáhara Occidental del olvido donde dormitaba desde hace 30 años.

De pronto, el Sáhara Occidental ha vuelto al tablero de la geopolítica mundial, en un juego donde están involucrados Marruecos, Argelia, España, Estados Unidos e Israel, y de rebote Alemania y la Unión Europea.

La guerra sin muertos

Todo comenzó en octubre de 2020, cuando un grupo de saharauis bloqueó la carretera de Guerguerat, en el extremo sur del Sáhara Occidental, para protestar por la "normalización" de ese paso por donde transitan principalmente camiones marroquíes con mercancía hacia el África subsahariana. A nadie se le escapó que el Frente Polisario buscaba sobre todo poner al conflicto en el tapete.

El 12 de noviembre, una rápida operación militar marroquí con maquinaria pesada desalojó a los manifestantes, y al día siguiente el Frente Polisario declaró el fin del alto el fuego vigente desde 1991. Parecía que era la vuelta a la guerra, pero Marruecos ni siquiera pestañeó y comenzó a "ningunear" los combates por la vía del silencio. Desde entonces el Polisario ha emitido 190 partes de guerra, sin que Marruecos respondiera a uno solo de ellos.

No solo fue una guerra sin muertos visibles, sino que cuando el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió por primera vez para hablar del Sáhara, el 31 de marzo de 2021, ni siquiera hizo alusión a la guerra en su resolución. Marruecos y sus aliados habían conseguido silenciar la contienda.

Trump entra en escena

Un mes después del estallido de esos combates, y cuando ya solo el Polisario hablaba de ellos, el presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, dio la campanada al firmar una declaración de reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara, a cambio de que Marruecos e Israel restablecieran relaciones diplomáticas. La noticia cayó como una bomba, sobre todo en los países europeos, que insistieron en que el conflicto debía dirimirse en la ONU.

El primer efecto de choque se produjo ese mismo día, horas después de la declaración: Marruecos anuló la Reunión de Alto Nivel prevista con España solo siete días después, en teoría alegando restricciones ligadas a la pandemia. Un mes más tarde, en enero, ya reclamaba Marruecos a Europa "salir de su zona de confort" en lo referente al Sáhara y alinearse con Estados Unidos.

Siendo Alemania uno de los países que con más ahínco había proclamado la centralidad de la ONU en la cuestión, Marruecos se lo hizo pagar: suspendió primero su cooperación con la embajada alemana, y poco después llamó a consultas a su embajador. Ya por entonces el Sáhara estaba en boca de todos.

Un hospital de Logroño

Pero fue la presencia de un anciano de 72 años en un hospital de Logroño, una ciudad de la que casi nadie había oído hablar en el Magreb, la que destapó la caja de los truenos. Brahim Ghali, el secretario general del Frente Polisario y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), ingresó discretamente en el Hospital San Pedro de Logroño un 17 de abril por complicaciones graves del covid-19, y solo dos días después alguien filtró la noticia en Marruecos.

Rabat sostiene que Ghali entró en España con otra identidad y con un pasaporte diplomático argelino falsificado un 17 de abril. Por esta razón y por no haber sido Rabat informado de ese caso, siete días después el ministro de Exteriores convocó al embajador español para exigirle explicaciones. A aquella reunión sucedieron luego dos comunicados de tono extremadamente duro, más dos entrevistas del ministro donde abundaron expresiones como "maniobras por la espalda" u "ofensa a la dignidad del pueblo marroquí".

Como las primeras exigencias de explicaciones no daban fruto, sucedió entonces un fenómeno ya conocido en las relaciones hispanomarroquíes: las fronteras de España (en este caso las de Ceuta) se abrieron como por ensalmo y 8.000 personas, niños, jóvenes y hasta familias enteras, irrumpieron en Ceuta por las bravas.

El impacto mundial de esas imágenes de playas llenas de emigrantes a nado, del Ejército desplegado en el Espigón fronterizo o los grupos de chavales deambulando por Ceuta volvió a poner de actualidad el nombre de Brahim Ghali: para Rabat, ésa y no otra es la verdadera causa de todos los problemas con España, un país que al acogerlo actuó -dice- con deslealtad para con su gran socio y amigo del sur.

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Ahora Rabat acaba de fijar sus condiciones: Si Brahim Ghali sale de España como entró, con nocturnidad y sin ruido, si evade las causas abiertas por la justicia española, la "grave crisis" -como la llamó la Embajadora marroquí en Madrid, Karima Benyaich, no hará sino empeorar.

Nunca el nombre de Ghali, ni el del Polisario, ni el del Sáhara Occidental, estuvo de este modo en el ojo del huracán. Ese anciano en ese hospital ha devuelto a la actualidad un conflicto olvidado.