Dadles las vacunas a otros más necesitados, ha pedido Corea del Norte en un emocionante canto a la solidaridad global frente al acaparamiento y rapiña de los gobiernos occidentales. Consignada su generosidad, cabe preguntarse qué país las necesita más que uno con el 40% de la población malnutrida y una red hospitalaria ruinosa.  

 Pionyang rechazó esta semana casi tres millones de vacunas chinas de Sinovac. Se las había ofrecido Covax, el programa que las distribuye a los países menos desarrollados, y contestó el Ministerio de Sanidad Pública: “Esas dosis deberían enviarse a países seriamente afectados a la vista de la limitada distribución global de vacunas y los periódicos rebrotes que asolan a diferentes países”.

Las cifras oficiales permiten el alarde: no ha habido ni un solo caso. Ocurre que fuentes desde el interior citadas por medios especializados hablan de soldados muertos con síntomas compatibles con el coronavirus y brotes en ciudades fronterizas con China. Incluso Kim Jong-un lamentó meses atrás “la crónica incompetencia e irresponsabilidad” de sus funcionarios en la gestión de la pandemia. Sostienen los expertos, de todas formas, que su incidencia es mínima porque Corea del Norte bajó la persiana tan pronto escuchó rumores sobre una extraña neumonía en Wuhan. 

Ninguna ayuda

 Desde entonces ha ignorado cualquier ayuda. En julio detuvo el envío de millones de vacunas de AstraZeneca porque, según desveló el espionaje surcoreano, temía las trombosis y otros daños colaterales. También las dudas habrían justificado la reciente negativa a las dosis chinas, elucubran los expertos, porque sus resultados en Chile y el sudeste asiático son francamente mejorables. Se sugirió que sólo confiaban en las rusas pero su ministro de Exteriores, Sergey Lavrov, desveló en julio que Pionyang había rehusado sus repetidos ofrecimientos. A Corea del Norte no le vale ninguna vacuna

 Las razones, como ordena la casuística norcoreana, no trascienden de las hipótesis. La desconfianza es segura porque la prensa nacional ha dudado de su eficacia, enfatizado los problemas de los vacunados en Estados Unidos o Europa y defendido la “receta nacional” del encierro. Habrá influido, quizás, ese inflamado orgullo que sublima su política juche o de autosuficiencia porque ya durante las hambrunas de los años 90 negó sus penalidades, condujo a los funcionarios internacionales por recorridos idílicos en la capital y sólo cuando se le amontonaron los muertos aceptó la ayuda humanitaria.  

 La inquietud norcoreana por el coronavirus roza la histeria. Podría contagiarse, ha explicado su prensa, por las tormentas de arena que llegan de China. El miedo a que el virus viaje en cualquier superficie explica que en la ciudad fronteriza china de Dandong acumulen polvo las cajas con alimentos, medicinas y equipo médico. Esa lógica justificaría que no dejen entrar tampoco los cargamentos de vacunas ni aterrizar aviones del exterior.  

 Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King College y experto en Corea del Norte, añade un argumento geoestratégico contra las vacunas chinas. “Dependen de Pekín a nivel económico, energético e incluso político, a pesar de que no se llevan demasiado bien. La aceptación de sus vacunas implicaría una dependencia total muy incómoda. China podría pedirle después que abriera sus fronteras”, señala.  

También alude al plan norcoreano de abrirse a partir del próximo año. Las vacunas carecen de mucha utilidad con la pandemia controlada y el país sellado pero serán más urgentes entonces. Los repudios norcoreanos a las ofrecidas en los últimos meses apuntan a esa dirección: tan tozudos como educados y dejando la puerta abierta a negociaciones en los próximos meses.