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El relato en primera persona de Anna, refugiada ucraniana en el Principado: “Nunca pensé que podría odiar tanto a un hombre por la miseria y el dolor que nos ha causado”

La refugiada pone palabras a su dolor y también a su agradecimiento por la acogida que han tenido en el pequeño pueblo gijonés de Baldornón

Las familias Nepriakhina y Ustymenko, en el pueblo de Baldornón. Por la izquierda, Matvii, Anna, Oksana, Kira y Sasha. ANGEL GONZALEZ

Anna Nepriakhina nunca creyó que viviría una guerra. Pero el ataque de Putin a Ucrania la ha convertido a ella y a su hijo, de 10 años, en refugiados en Asturias. Atrás tuvieron que dejar toda su vida. Una vida y una huida que ha querido contar, en primera persona, para LA NUEVA ESPAÑA. El que sigue es su testimonio. Pone palabras a su dolor y también a su agradecimiento por la acogida que han tenido en el pequeño pueblo gijonés de Baldornón. 

Probablemente nunca podremos olvidar esa mañana. Eran alrededor de las cinco de la madrugada, hora de Kiev, cuando oímos explosiones. Las tropas rusas entraron en nuestro país. Mi marido dijo: “Familia, preparaos, la guerra ha empezado y tenemos que recoger rápidamente las cosas y los documentos más necesarios y salir de casa, porque en cualquier momento puede haber una ex­plosión”.

Era algo difícil de creer, y no teníamos ningún otro lugar al que ir desde nuestra querida Kiev. Nos trasladamos a la casa de los padres de mi marido y cada vez había más explosiones, sonaba una sirena cada 15 minutos y teníamos que escondernos en un búnker cada vez que ocurría. Pero seguíamos en nuestra querida ciudad y no terminábamos de entender ni de creernos lo que estaba pasando.

Después de una semana en el búnker estábamos agotados y una noche nos limitamos a pasar la noche en la casa; nos dormimos y por el cansancio acumulado no nos enteramos ni de las explosiones, ni de las sirenas, de nada. Cuando nos despertamos por la mañana salimos a la calle y los pájaros cantaban, el sol brillaba y había tanta tranquilidad que inmediatamente pensamos que la guerra había terminado. ¡Habíamos ganado!

Mi hijo y yo decidimos salir a dar un paseo, pero cuando llegamos a una zona de columpios oímos el sonido de un avión militar. A ese sonido le siguió una explosión. Corrimos lo más rápido que pudimos hacia el búnker y no puedo expresar con palabras lo que sentí en ese momento. Sólo quería salvar a mi hijo y cubrirlo para que siguiera vivo. Después de esa explosión mi hijo, Matvii, ya no podía dormir tranquilo por la noche, y gritaba mientras tenía pesadillas.

Desde entonces pasábamos las jornadas en el búnker la mayor parte del tiempo y solo salíamos para comer o cambiarnos de ropa. Los ataques aéreos y las explosiones de cohetes eran más frecuentes y cercanas y una mañana se produjo una explosión muy cerca de nuestra casa. Mi marido decidió que mi hijo y yo nos fuéramos de Kiev.

Anna y su hijo Matvii, en Baldornón (Gijón). ANGEL GONZALEZ

Era muy peligroso conducir por el país, pero no era menos peligroso quedarse donde estábamos, así que nos subimos al coche a primera hora de la mañana e iniciamos la marcha. En el camino casi no podíamos reconocer nuestra querida ciudad y sus barrios, porque muchas casas ya estaban destruidas, los vehículos militares estaban por todas partes, vimos incendios humeantes y coches que explotaban. Cosas que yo solo he visto en las películas de guerra.

Mi marido, que nunca ha estado vinculado al Ejército y en su vida solo ha cogido rifles de caza, se quedó en Kiev; ahora sirve a nuestro país en la defensa territorial. Sus padres, la abuela de mi marido, su hermano, todos ellos siguen en Kiev. También mis padres, que están en la región de Kirovograd, en Svetlovodsk. No querían irse, porque Kiev es su hogar y su patria, y cada vez que intentaba convencerles de que se fueran con nosotros oía una negativa categórica.

Después de dos días de viaje llegamos a la frontera con Polonia, donde nos esperaba mi amiga Oksana con sus hijos Kira (12 años), Oleksandra (23 años) y su perro “Dorie”. Ellos llegaron hasta Polonia en tren antes que nosotros, pero también tardaron mucho en salir porque había mucha cola para coger el tren y pocos servicios.

Gracias a mi amiga de la infancia, Olena Popovich, y a su marido, Yaroslav Popovich (exciclista profesional), que son de Ucrania pero viven desde hace muchos años en Italia, supe que podríamos tener un lugar al que ir después de salir de Ucrania. Cuando estábamos todavía en Kiev, Olena me escribía todos los días diciéndome que tenía que salvar a mi hijo y no dudar ni un minuto y sacarlo de allí.

Y ahora, gracias a ellos, acabamos aquí en España, en Asturias; después de viajar casi 3.000 km y pasar tres días en el coche recorriendo Europa. Pero lo que nos esperaba aquí es digno de escribir un libro entero. Nos recibió todo el pueblo de Baldornón (Gijón) con banderas, comida y todo lo necesario, y después de todo lo que habíamos vivido en los días previos nos pareció algo irreal y fantástico.

Las dos familias ucranianas, en Baldornón. ANGEL GONZALEZ

Un buen amigo del marido de mi amiga (el exciclista asturiano Chechu Rubiera) y su familia nos cedieron amablemente su casa, donde vivimos hoy. Estoy muy agradecida a todas las personas que nos han ayudado y siguen ayudándonos en este momento tan difícil para nosotros. Porque nos están apoyando en todo con una calidez y un afecto increíbles. Estoy muy contenta no solo de haber ganado grandes amigos, sino porque he conocido a personas a las que puedo llamar con confianza mi familia.

En Asturias nos sentimos tranquilos, incluso mi hijo ha empezado a volver a la normalidad, pese a que tuvo una crisis emocional muy fuerte y pensé que necesitaríamos la ayuda de un psicólogo. Mis padres viven en un pueblo pequeño y yo he vivido allí con ellos, pero es muy diferente al pueblo de Baldornón. Aquí nos sentimos muy bien, rodeados de un amor, un cuidado y un calor increíbles, y por supuesto así es mucho más fácil hacer frente a todos los miedos y a esta situación.

Nunca pensé que pudiera odiar tanto a un hombre, pero sinceramente deseo que Putin muera por todo lo que nos ha hecho, por lo que ha hecho a nuestro país y por todos esos niños, mujeres, ancianos y civiles pacíficos muertos, por la miseria y el dolor que nos ha causado un solo hombre.

Ha borrado de la faz de la tierra nuestras ciudades y ha matado a un número increíble de inocentes. Es simplemente imposible imaginar de dónde venimos y lo que nuestros hijos han vivido y han visto. En el futuro solo deseo una cosa: ¡la victoria de Ucrania en esta guerra, la paz y la prosperidad de nuestro querido país! ¡Gloria a Ucrania! ¡Gloria a los héroes! ¡Todo por Ucrania!

Una fiesta gastronómica con “vareniki” y “borsch” para agradecer la acogida

Una fiesta gastronómica con “vareniki” y “borsch” para agradecer la acogida A. R.

Cerca de treinta vecinos esperaron a Anna, Oksana, Sasha, Kira y Matvii el día que llegaron, al filo de la madrugada, a Baldornón. Como en los mejores días de fiesta del pueblo. La que había sido una idea individual de acogida se ha convertido en un proyecto con el que todo el pueblo está volcado. No hay día que no reciban el saludo de alguien que solo con gestos puede decirles que son bienvenidos. Y tanto cariño sienten las dos familias que ya han ofrecido hasta una fiesta gastronómica de agradecimiento con “borsch” y “vareniki”, la típica sopa ucraniana de repollo y remolacha y unas empanadillas de patata con las que hubo quién se relamió.

Una fiesta gastronómica con “vareniki” y “borsch” para agradecer la acogida A. R.

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