Al periodista Francisco Carrión le gusta patearse las calles y perseguir las historias hasta que consigue atraparlas. Y el libro que acaba de publicar, 'El Cairo, vidas en el abismo' (Península), es una clara muestra de ello. El joven reportero granadino ha vivido los últimos once años en Egipto, una década histórica para el país del Nilo. Hubo una revolución, cayó el dictador Hosni Mubarak, se celebraron las primeras elecciones democráticas en la historia del país que auparon al poder por primera vez a una islamista, Mohamed Mursi, y hubo un golpe de Estado. Lo que ha seguido desde la asonada en 2013 ha sido una feroz represión.

En el libro, Carrión dedica cada capítulo a un personaje diferente. Un total de 42 historias de gentes dispares a las que entrevistó a lo largo de todos estos años. Ahí están, entre otros, el presidente egipcio, Abdelfatá Al Sisi, familiares de conocidos terroristas, como la madre de Mohamed Atta, verdugos del régimen, como Husein, además de Sally, una transexual de barrio, y algunos de los revolucionarios que han pasado varios años en las mazmorras de un régimen en extremo opresor. “Cuando vives en El Cairo tienes la sensación de que la sociedad acabará estallando”, dice el autor.

¿Con qué momento te quedas de tu larga estancia en Egipto?

Con los 18 días de protestas y de acampada en Tahrir. Me sentí muy implicado porque me reconocí en los propios revolucionarios que tenían más o menos mi edad. Creo, además, que allí se produjo una explosión de muchos Egiptos a la vez que, por primera vez, se reconocieron. Esos días representaron para toda una generación un momento de esperanza que se vio truncada rápidamente.

¿Qué impresión te causaron los activistas que aparecen en libro y que pasaron tiempo en la cárcel sufriendo tortura?

Sobre todo admiración por la capacidad de resistir en un país absolutamente hostil para ellos. En el epílogo escribo que tengo la sensación de que hay mucha gente que nació en el momento y en el lugar equivocados. Y esta es la impresión que siempre me han dado los activistas de derechos humanos, abogados, periodistas o intelectuales con los que hablé. De repente todo cambió y se vieron rápidamente plantados en el ojo de huracán, justo cuando habían pensado y soñado que tras la caída de Mubarak, Egipto podía transformarse en un país distinto.

Una idea recurrente en el libro es que régimen de Al Sisi es aún más represivo que el de Mubarak ¿compartes esta opinión?

Sí, sin duda. Hay decenas de miles de personas, opositores y disidentes en las cárceles. Hay cifras de desapariciones forzosas muy altas. Ya no quedan espacios de libertad. La cúpula militar aprendió de lo que sucedió en Tahrir y el propio Al Sisi ha manifestado públicamente en alguna ocasión que no volverá a ocurrir. Hoy existe un control social y político que no se había visto en Egipto en años. Y eso se proyecta incluso en el urbanismo. La nueva capital de Egipto, la que va a sustituir a El Cairo, está rodeada por una verja. El propio callejero ha sido diseñado para evitar cualquier coyuntura que suponga un peligro para el ‘establisment’.

"La cúpula militar aprendió de lo que sucedió en Tahrir y el propio Al Sisi ha manifestado que no volverá a ocurrir"

¿Qué impresión personal te dio Al Sisi cuando lo entrevistaste?

La de un hombre falto de ideología, discurso y capacidad de análisis de su país. Durante la entrevista, en la que se nos prohibió el uso de grabadora, hubo momentos de silencio en los que Al Sisi miraba a su asesor. Había preguntas que no terminaba de controlar y momentos en que daba la sensación de que se perdía y de que se iba por los cerros de Úbeda. Recuerdo que le pregunté por los activistas que había encarcelado y me vino a decir que, si la Unión Europea podía pagarle la libertad de expresión, él la permitiría.

¿Qué protagonista del libro te costó más trabajo que aceptara hablar contigo?

Uno fue Rabei Osman, alias “Mohamed el Egipcio”. No tuve más remedio que hablar con él varias veces por teléfono. Al final logré verlo cara a cara en su trabajo como conductor de microbús. También recuerdo las dificultades que tuve para hablar con Husein, uno de los verdugos del régimen ya retirado. Y otro personaje fue la madre de Mohamed Atta, uno de los terroristas del 11-S. La familia había guardado silencio desde hacía años. Lo intenté a través de su hermana y me rechazó. Al final logré el teléfono de la madre y aceptó hablar, además largo y tendido.

Hay historias entrañables como la del actor Omar Sharif que contrasta con otras muy duras y trágicas, como la de Amira, la adolescente que mató a su violador….

Si, son dos extremos. Cuando seleccioné los personajes me interesó contar las resiliencias de las mujeres en Egipto, que es admirable. Además del relato de Amira, está el de Aliaa, la veiteañera que se atrevió a colgar una foto suya completamente desnuda, el de la escritora feminista Nawal el Saadawi o el de Magda, un personaje que intenta poner orden en la memoria judía. Y luego Omar Sharif. La crónica nació de una manera muy curiosa. Yo iba caminando por la calle regresando a mi casa y vi a un hombre que daba la sensación de estar perdido, pero que todo el mundo le reconocía y saludada. Era el actor. Lo seguí hasta el restaurante italiano de su hijo que aceptó hablar sobre su padre. Sharif sufría de Alzheimer. Poco después murió.

"Vi a un hombre en la calle que iba como perdido, pero la gente le saludaba. Era el actor Omar Sharif, tenía Alzheimer

Los militares y los Hermanos Musulmanes han protagonizado la historia política en Egipto desde hace décadas, también lideraron la transición ¿Quién traicionó a la revolución?

La revolución fue traicionada por ambos. Los militares y los islamistas son dos estructuras muy similares, incapaces de compartir el poder y buscar el bien común de su pueblo. Y eso se vio durante los dos años que desembocaron en el golpe de Estado de julio de 2013. Los dos aprovecharon la debilidad de unos jóvenes revolucionarios que no fueron capaces de ponerse de acuerdo entre ellos y en las que ganó más el protagonismo que la capacidad de vislumbrar un proyecto colectivo para el país. Y eso lo aprovechó el Estado profundo de una manera muy eficaz para hacer además una transición política muy tortuosa que estaba condenada al fracaso.

“Algo ha cambiado de una vez y para siempre”, te dice el escritor Alaa Al Aswani con cierto optimismo…

Yo creo que es cierto que algo cambió en el 2011, que Egipto vio que era posible una revuelta y derrocar a la cabeza visible del régimen. Comparto con Aswani que eso ya está hecho, que están sentadas las bases y que las nuevas generaciones han cambiado su forma de interactuar, la forma de conocer el país. Creo que ya hay un cambio en marcha, pero a largo plazo. Lo que no sé es si es algo tan extendido como sostiene Aswani o es más bien una élite. En todo caso, por mucho que el poder quiera controlarlo todo es imposible. Hay factores externos que no se pueden controlar

¿Cómo la guerra de Ucrania?

Así es. Los cereales que importa Egipto proceden de Ucrania y Rusia. Eso va a añadir aun más presión económica al Gobierno y a la población civil que vive bajo el umbral de la pobreza. Y creo que resulta insostenible en el tiempo mantener un país con 100 millones de habitantes, con recursos muy limitados y con un cierre total de las fronteras. La sensación que he tenido estos últimos años en El Cairo es que se había convertido en una sociedad muy agresiva, sometida a demasiados yugos y a demasiadas mordazas.

"Egipto vio que era posible una revuelta y derrocar a la cabeza visible del régimen. Creo que ya hay un cambio en marcha, pero a largo plazo"

¿Crees que pueda ocurrir una revuelta del pan como la de 1977 con Sadat?

Que surja y prenda la mecha de una revuelta de los hambrientos es una de las posibilidades. Las hubo en el pasado y creo que los militares son muy conscientes de que eso pueda agregar aún más tensión a una sociedad que es una olla a presión. La sensación que uno tiene cuando vive en El Cairo es que es una sociedad que va a terminar estallando.

¿Qué echas de menos de El Cairo?

Sigo soñando que camino por sus calles y las veo como si fueran reales, como si las estuvieras recorriendo. También echo de menos la capacidad de los egipcios de mantener el humor a pesar de todo y la gente más humilde que conocí en esos años y que me abrieron siempre las puertas. Y luego, claro, echo en falta mi terraza mirando a El Nilo, las noches sin fin de El Cairo o el poder ir a un supermercado a cualquier hora. Son demasiadas cosas. No me libro de esta ciudad, es una relación de amor tormentosa, llena de momentos de odio y de amor.