La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Elecciones en Francia

Marine Le Pen, la superviviente ultra que sueña con el Elíseo

La candidata ultraderechista se presenta a sus terceras presidenciales y nunca antes había estado tan cerca del poder

Marine Le Pen.

¿Será la última vez? La ultraderechista francesa Marine Le Pen, 53 años, se presenta a sus terceras elecciones presidenciales y nunca antes había estado tan cerca del poder. Tras haber fracasado en su asalto electoral al Elíseo en 2012 y 2017, los sondeos le pronostican entre el 43% y el 47% de los votos en su duelo con el presidente Emmanuel Macron. Esta dirigente, convertida en la pasada década en un referente de una extrema derecha europea que pretendía teñir de pardo la indignación provocada por la crisis de 2008, acaricia una victoria en las urnas tan poco probable como anhelada por los suyos, a pesar de que muchos la consideraban un zombi político en el inicio de esta carrera presidencial.

A Le Pen le gusta presumir de su pasión por los gatos. Si la dicha popular otorga siete vidas a estos felinos, a la aspirante ultra debería darle al menos ocho. 'El Frente Nacional (FN, rebautizado Reagrupación Nacional en 2018) está en crisis'. Este titular se convirtió en un clásico de la prensa francesa en las últimas décadas. Cada vez que los medios especulaban con su declive, lograba aumentar su apoyo en las siguientes presidenciales. Esta campaña de 2022 ejemplifica a la perfección el doble juego de tensionamiento del sistema y amoldamiento a él, llevado a cabo por el lepenismo en los últimos 50 años, para debilitar los anticuerpos de la democracia francesa al ultranacionalismo y la xenofobia.

Estrechamente vinculada a Jean-Marie Le Pen

Pese a sus disputas familiares, la figura de Marine Le Pen está estrechamente vinculada a la de su padre Jean-Marie, 93 años, fundador del FN en 1972. Nacida en 1968 en la rica localidad de Neuilly-sur-Seine (al noroeste de París), ella misma asegura que se interesó por la política desde los 8 años cuando su familia sufrió un atentado con el estallido de 20 kilogramos de explosivo en su inmueble familiar. Diez años después, ingresó como militante en el partido de su progenitor. Tras haberse licenciado en Derecho en la universidad París Panteón Assas —conocida como el Sciences Po de derechas— y haber trabajado unos pocos años como abogada, desde finales de la década de los noventa, cuando tenía 30 años, se dedicó a la política institucional.

Primero logró su elección en 1998 como diputada regional y en 2004 como representante del Parlamento Europeo, donde ocupó un escaño durante trece años. En ambos casos la obtuvo en la circunscripción de la región Altos de Francia (norte), un territorio duramente sacudido por la desindustrialización y convertido en un laboratorio político del 'marinismo'. Este consiste en un estilo político que logró canalizar la indignación y el resentimiento de la 'Francia de los olvidados', compuesta por aquellos territorios rurales y periurbanos que sufren desclasamiento social y cuyos principales feudos son el norte y el sudeste. Una estrategia con la que también pretendía deshacerse de la etiqueta de formación de nicho —únicamente obsesionada por el racismo y el euroescepticismo— y convertirse en un partido de gobierno. 

La estrategia de normalización

"A través de una demonización bien construida, hay que decirlo, se nos ha apartado de la clase política, de una parte de la sociedad civil, de un cierto número de poblaciones, de funcionarios o empresarios", reconocía Le Pen en 2003 sobre el rechazo de la mayoría de partidos y ciudadanos franceses a un FN que con su xenofobia y ultranacionalismo amenaza los principios constitucionales y democráticos de la Quinta República. 

Por este motivo, el FN se focalizó desde 2011 en llevar a cabo una estrategia de 'dédiabolisation' (desdemonización). Ese año, tras ser designada como sucesora por su padre, Marine Le Pen tomó las riendas del partido, gestionado como un clan familiar con una lógica vertical. Desde entonces, abandonó el antisemitismo contra los judíos y echó (o escondió) a aquellos dirigentes y militantes que olían más a azufre, incluido su padre, expulsado en 2015. A diferencia de lo que hace Vox en España, la RN no se opone frontalmente a los nuevos consensos del siglo XXI, como la igualdad entre mujeres y hombres o la lucha contra el cambio climático, sino que intenta canalizarlas a través de su ideología ultra.

Esta estrategia, sumada a la sucesión de crisis —la financiera de 2008, la oleada de atentados yihadistas en 2015 y el covid-19 en 2020—, favoreció el auge electoral del lepenismo. Ella quedó tercera en las presidenciales de 2012 (18%), segunda en las de 2017 (con el 21% en la primera vuelta y el 33% en la segunda) y ahora aspira a superar el 40% tras haber mejorado sus resultados en la primera ronda (23%).

Pese a este crecimiento, la ultraderecha ha chocado hasta ahora con el cordón democrático de la sociedad gala y el sistema electoral a doble vuelta, que facilita la victoria del mal menor. Por este motivo, dispone de un escaso poder institucional con apenas siete diputados en la Asamblea Nacional (con 577 escaños) y el Ayuntamiento de Perpiñán como única vitrina municipal con cierta importancia.

"Eterna perdedora"

Esta reputación de Le Pen de "eterna perdedora" favoreció el pasado otoño la irrupción política de Éric Zemmour. Militantes y dirigentes de su partido, incluso su sobrina Marion Maréchal, la abandonaron y pasaron a las filas del polemista. Ante esta situación de dificultad, demostró su habilidad táctica. Consiguió que la candidatura rival —mucho más ruidosa y dura en sus postulados xenófobos e islamófobos— en lugar de fragmentar su base electoral, sirviera para ampliarla al darle una imagen más moderada. 

"A lo largo de la campaña ha mantenido un discurso económico, centrado en el poder adquisitivo (principal preocupación de los franceses), y dejando de lado las cuestiones identitarias", explica a El Periódico de Catalunya la semióloga Élodie Mielczareck, especialista en la comunicación política. "Ha adaptado su oratoria y vocabulario en función de su público, de manera similar a como lo hace Macron", añade sobre este estilo camaleónico.

"La candidatura del polemista le hizo de paraguas de todas las iras. Pero una vez ya no estaba Zemmour —eliminado en la primera vuelta con el 7% de los votos—, volvió a ser Le Pen y todo lo que conlleva este apellido", recuerda el sociólogo Guillermo Fernández Vázquez, profesor en la universidad Carlos III y autor del libro '¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? El caso del Frente Nacional'. 

En las últimas dos semanas, la opinión pública francesa puso su punto de mira en las propuestas más turbias de su programa. Por ejemplo, la prohibición del velo islámico en la calle o su voluntad de organizar un polémico referéndum —considerado inconstitucional por numerosos juristas— para limitar drásticamente la llegada de inmigrantes y establecer la "prioridad nacional", lo que prohibiría la concesión de ayudas sociales a los extranjeros y los discriminaría en el mercado laboral. Pese a todas sus argucias comunicativas, Le Pen sigue ligada a sus raíces ideológicas.

Compartir el artículo

stats