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América Latina

Buenos aires, la ciudad en la que el paseador de mascotas es una institución

Opulencia y desamparo se dan la mano en la capital argentina, donde muchos chuchos viven como señores y hombres y mujeres llevan en cambio vidas de perros

Paseadores de mascotas en Buenos Aires. Abel Gilbert

En la ciudad de Buenos Aires viven unos tres millones de personas. También 500.000 perros, debidamente cuidados. Están, además, los canes que erran por la capital argentina sin dueño. Son miles. Muchos fueron abandonados por familias que no pudieron alimentarlos. Es común la escena urbana en la que esos vagabundos se cruzan con pequeñas, obedientes y atildadas jaurías. Los primeros van a la deriva. Los otros son conducidos por paseadores de pichichos, convertidos a estas alturas en una institución de esta ciudad donde la opulencia y el desamparo se dan la mano.

Juan Pablo es uno de ellos. Trabajaba en Movistar. Se quedó sin empleo y decidió dedicarse a las mascotas “estresadas por el encierro”. Las aloja en su pequeño apartamento cuando un amo sale de vacaciones. Pero la tarea más importante que realiza a diario es la de llevarlos a andar por el barrio o un parque. Hay paseadores que arrastran a más de 10 canes por la calle, hasta 20, incluso, todo un ejército canino, aunque las autoridades municipales solo permiten hasta ocho, siempre que sean de un tamaño igual. Juan Pablo es más selectivo: “No más de siete”, dice, aunque esta mañana solo deambula con cinco.

Sin parásitos ni pulgas

“Hay gente que piensa que esto no es un trabajo”, se queja. Para llevarse a su casa más de 700 euros al mes debe comenzar muy temprano sus periplos. Esta mañana lo acompaña Jeremías, quien quiere adentrarse en el oficio para pagar sus estudios de abogacía. Juan Carlos elige los perros con rigor: si al tercer recorrido se sienten incómodos recomienda a un colega más experto. Vigila que los perros regresen a sus hogares libres de parásitos o pulgas. Exige a los dueños estén vacunados.

Pasearlos requiere de paciencia. No solo porque los pichichos deben avanzar casi coreográficamente, sin rezagados. “Hay que evitar arrastrarlos, tironearlos del collar o desestimar las señales que emiten a través de ladridos o con el cuerpo”. Pero, sobre todo, mostrar autoridad. Juan Carlos recoge a los animales en sus casas e improvisa itinerarios por los barrios de Colegiales y Belgrano. Con una mano sostiene todas las correas para que ninguno se le escape. En la otra apiña bolsas de plásticos en las que recoge las heces de las mascotas.

Cada 100 metros se encuentran en esta ciudad 26 restos de materia fecal perruna, según un estudio del propio municipio. La situación era desoladora años atrás. Se acumulaban toneladas cada mes en la capital. Con el tiempo, buena parte de los dueños de los perros comenzaron a limpiar la mierda que quedaba sobre la acera después de la deposición. En lo que respecta a los paseadores, solo uno de cada tres se toma el trabajo de recogerla. Juan Carlos forma parte de ese contingente higienista.

Mantener un perro mediano supone un costo no desdeñable para muchos argentinos. El año pasado desembolsaban 39 euros mensuales, lo que incluye el alimento, la consulta al veterinario, la peluquería y otros elementos. El pago al paseador supone otro gasto. La inflación de los últimos 12 meses ha sido del 78%, por lo cual los costos de los productos y servicios han aumentado. El salario mínimo es de 204 euros. Una persona necesita percibir 550 euros para pertenecer a la clase media.

Las mascotas de pedigrí que se pavonean celosamente vigiladas tienen más suerte que algunos hombres y mujeres de a pie. En esta ciudad se estima que casi 8000 personas duermen en las calles, aunque las autoridades sostienen que no llegan a 3.000. De acuerdo con la Universidad Católica Argentina (UCA), en los últimos 10 años aumentó la cantidad de hogares con problemas para acceder a alimentos. Hace 12 años, la inseguridad alimentaria golpeaba al 6% de la población. En 2021, al 8,3%.

Un 53% de las personas ha reconocido que tuvieron que disminuir la porción de comida porque no había suficiente dinero para garantizar los cuatro platos. El 34% ha padecido hambre. Esa fue la razón por la cual, semanas atrás, una niña de 11 años murió en su escuela. Hay argentinos que llevan verdadera vida de perros, parece sugerir Juan Carlos cuando con la vista señala a la esquina donde un hombre duerme sobre un colchón, acaso soñando que si fuera un can, uno de esos pichichos privilegiados, no pasaría tanto frío ni masticaría pan duro.

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