Cambios en Brasil

Un año de Lula en el Gobierno de Brasil: avances y asignaturas pendientes

Los primeros doce meses del presidente del país no han estado marcados por las urgencias de los asuntos del Estado, sino el imperativo de 'desbolzonarizar' la política brasileña en distintos frentes

Lula da Silva.

Lula da Silva. / EFE

Abel Gilbert

Luiz Inacio Lula da Silva se apresta a cumplir un año de Gobierno después de un comienzo accidentado, el intento golpista de la ultraderecha, que lo obligó a dar lo mejor de sus dotes de negociador para revertir las situaciones heredadas, los peligros latentes y la hostilidad en el Congreso. "Brasil volvió a tener un Gobierno de verdad", dijo, a modo de resumen y para tomar mayor distancia de la "mentira" que supuso la gestión del excapitán Jair Bolsonaro.

En su tercera presidencia y cerca de cumplir 20 años de la primera llegada al Palacio Planalto, Lula tiene una razón para entusiasmarse. El Fondo Monetario Internacional (FMI) aseguró que Brasil ha logrado situarse como novena economía mundial por encima de Canadá y Rusia. El PIB ha crecido 3,2% en 2023 y se espera un mejor rendimiento para el ciclo venidero. La inflación anual ha sido de 4,6%, llegando a los niveles previos al comienzo de la era Bolsonaro. El mercado laboral da signos de recuperación. La pobreza, que, en 2021, en plena pandemia, había llegado al 36,7%, se encuentra por debajo del 31%. El paro es del 7,5% de la población.

Lula recordó en su discurso navideño que "el salario mínimo volvió a subir por encima de la inflación". Además, "se aprobó la igualdad salarial entre hombres y mujeres” y una reforma tributaria con impuestos a los llamados "superricos" que "corrige una injusticia" y hace que "los que ganan más paguen más y los que ganan menos paguen menos". Lula ha promovido a su vez un nuevo Programa de la Aceleración del Crecimiento (PAC 2), que era una de las naves insignes del PT en las anteriores administraciones y que le asigna al Estado un papel relevante en las tareas de promoción del desarrollo.

Descanso paradisíaco

El año accidentado finaliza con el líder del Partido de los Trabajadores en las playas paradisíacas lindantes con una base de la Marina de Guerra en el litoral del estado de Río de Janeiro. La presencia del presidente y su esposa Rosángela "Janja" da Silva en un balneario de acceso exclusivo para los uniformados es algo más que un hecho turístico. Los analistas lo observan como un signo de recomposición de las relaciones de Lula con las Fuerzas Armadas, sospechadas como mínimo de haber sido negligentes frente a la tentativa de golpe del 8 de enero pasado.

El descanso del mandatario es precedido por un año intenso de "reconstrucción y siembra", según sus propias palabras. Lo que viene, auguró, es un tiempo de "paz unidad" que desterrará el "odio de algunos contra la democracia". Una manera elegante de referirse a los sucesos del 8E y sus derivas en los tribunales. La aventura golpista "separó familias y puso en riesgo a la democracia".

"Desbolsonarizar" Brasil

A principios de diciembre, la consultora Datafolha dio cuenta de que un 38% de los encuestados califica al Gobierno del PT de "óptimo" y un 30% de "regular". Lula había ganado las elecciones a Bolsonaro por apenas 1,8 puntos de diferencia. A lo largo de estos 12 meses no solo tuvo que construir un poder propio sino hacerlo inexorablemente a expensas de debilitar a la derecha radical. Ese camino fue en parte allanado por el Supremo Tribunal Electoral (STE) al inhabilitar por ocho años al excapitán por haber puesto en duda la transparencia de los comicios en los que fue derrotado. El expresidente además es investigado por su participación en la conjura brasileña y el sudo indebido de regalos realizados por otros países. En setiembre pasado, el Supremo Tribunal Federal (STF) condenó a 17 años de cárcel al primer acusado los hechos del 8E. Una comisión parlamentaria dio luz verde al procesamiento de Bolsonaro y parte de su equipo de colaboradores, entre ellos militares.

El primer año de Lula estuvo marcado por las urgencias de los asuntos del Estado sino el imperativo de 'desbolzonarizar' la política brasileña en distintos frentes. El Gobierno ha recuperado programas sociales y erradicado el oscurantismo cultural. Se ha puesto fin a la flexibilización del uso de armas y mejorado la política ambiental, la educación superior y la investigación científica.

El frente parlamentario

Lula ha despuntado desde sus inicios como dirigente sindical como hábil negociador. Supo encauzar conflictos y mejorar las condiciones de los obreros metalúrgicos. Esos atributos marcaron su acceso al Gobierno en 2003 y fueron puestos a prueba a mitad de año cuando el Congreso intentó minar la competencia del ministerio de Medio Ambiente y trató de cuestionar la potestad del ministerio de los Pueblos Indígenas para demarcar los territorios originarios. El propio presidente logró desactivar esa bomba sentándose a negociar con la principal autoridad parlamentaria, Arthur Lira, un hombre de derechas que siempre había mantenido una distancia prudente de Bolsonaro. Lula evitó el desastre. Si bien no fue "gratis" –se vio obligado a abrir el Gobierno a sectores del centro político–, pudo cantar a su modo victoria.

André Roncaglia, columnista del diario paulista 'Folha', señaló al respecto que Lula había inaugurado "un Gobierno asediado, enfrentado a un Congreso distante y dispuesto a deshidratar sus propuestas". Sin embargo, el presidente logró pasar como un equilibrista sobre el "puente del río que cae" para caminar sobre un "puente hacia el futuro", a pesar de los innumerables problemas que encontraba a su paso. Lo hizo "con pocos recursos institucionales y políticos". El vaso, dijo a modo de balance la revista 'Carta Capital', está "medio vacío y medio lleno".

De acuerdo con Vera Magalhães, columnista del diario carioca 'O Globo', si 2023 fue el año de la preservación de la democracia, de los buenos resultados en la economía y de la aprobación de la reforma tributaria, "2024 exigirá que el Gobierno Lula sea más capaz de negociar con los demás poderes del Estado y de presentar soluciones contemporáneas a problemas complejos". El mayor desafío será "la gestión de las cuentas públicas". A su criterio, el "póquer interminable" con el Congreso "sólo trae desgaste". El Ejecutivo "no tiene una coalición política suficientemente bien engrasada".

El Gobierno tiene un frente exterior complicado. Argentina, su principal socio comercial en la región, ha virado a la extrema derecha y decidió apartarse del BRICS, a donde había llegado por un esfuerzo personal de Lula. La tensión con su colega Javier Milei es inocultable.

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