Oviedo,

Enseñar a pensar y sobre todo a pensar bien es uno de los grandes retos que tiene la comunidad docente. Más que nunca es necesario que los alumnos adquieran conciencia crítica sobre el mundo que les rodea y de forma paralela que aprendan a hacer un uso apropiado de los conocimientos que adquieren en los diferentes campos del saber.

Ya no basta con asegurar que los alumnos aprendan correctamente las materias del currículo escolar; la enseñanza debe programarse con amplitud de miras. A pesar de que existe un elevado consenso entre los profesionales de la enseñanza sobre la importancia de enseñar a pensar a bien los alumnos, muy pocos disponen de los medios para lograrlo.

El marco curricular señala que en la escuela lo que debe enseñarse son matemáticas, lenguas, ciencias, artes o educación física. La mayoría de los profesores son especialistas en estas disciplinas y no en inteligencia o creatividad, dos aspectos educativos que se vuelven cada vez más esenciales.

Tampoco hay por que establecer una falsa dicotomía, se debe enseñar a pensar bien a partir de un conocimiento matemático, lingüístico, científico, plástico o físico-deportivo. No se puede ni debe prescindir de ese aprendizaje. La comunidad educativa probablemente estará conectada entre sí en un ecosistema en el que el conocimiento y la información fluirán de manera más directa.

Durante los últimos años, el sistema educativo ha utilizado la tecnología para resolver problemas concretos (digitalización de soportes físicos o un canal online de soporte a la educación en el mejor de los casos), pero no ha afrontado una evolución real del paradigma educativo y de las metodologías asociadas.

Desde hace algún tiempo se ha dotado a profesores y alumnos de herramientas de apoyo, pero no se ha trabajado en la profunda transformación que se necesita de las personas para impulsar el cambio en el sector. Hay quien confunde la enseñanza de materias técnicas para prepararnos para la digitalización (programación, robótica) con la transformación digital de la enseñanza.

Lo primero es una cuestión de incluir materias actuales en el corpus de enseñanza de la sociedad que, por supuesto, es necesario; pero lo segundo es cambiar de raíz los modelos de enseñanza existentes, asimilando para ello no solo las tecnologías actuales, sino también lo que pueda venir en el futuro y, por supuesto, los cambios que también se están produciendo tanto en alumnos como en profesores.

Aunque se han hecho muchos experimentos con tecnologías tales como la realidad virtual, el blockchain o incluso la inteligencia artificial, la realidad es que la baja madurez digital del sector hace que estas tecnologías no se puedan extender aún de manera masiva. La mayor ventaja de la tecnología en la educación a partir de ahora es que las tecnologías existentes y las que vendrán ofrecen un lienzo en blanco para repensar cómo se quiere que sea la educación del futuro.

Aparecen nuevas necesidades para el aprendizaje, pero sobre todo se debe flexibilizar la enseñanza para que pueda adaptarse a lo que aún no conocemos. La mayor desventaja es que, para aprovecharla realmente, es necesario un grado de madurez por parte de todos los implicados que, en la actualidad, no se tiene, por lo que buena parte del sector está llegando sin la preparación adecuada.

Hoy se escucha hablar de profesiones como diseñador de órganos, piloto de drones, cyber antropólogo, neuroeducador, agrochef o agricultor chef, profesiones en auge que eran impensables hace poco años. Los cambios en el mercado laboral ya avanzaban a gran velocidad antes del coronavirus, gracias a la digitalización o la globalización.

Pero, ¿hacia dónde irá ahora? Lo que parece claro es que es necesario prepararse para transformar los cambios en oportunidades, para desarrollar tolerancia ante la incertidumbre y para ser capaces de volverse a inventar. Esta reflexión, ya hace tiempo que está presente en el debate educativo, pero la crisis del coronavirus le ha dado aún una mayor relevancia y urgencia. Nada como una crisis como la actual para despertar la urgencia por reinventarse, autosuperarse y sacar a la luz todo el potencial creativo.