En el núcleo urbano de Posada hay un nuevo edificio de viviendas, de muy reciente construcción, bautizado como “La Habana”. El nombre se eligió, como explica la propia promotora, en honor a los emigrantes de Llanera en Cuba. Y es que la isla caribeña fue uno de los principales destinos de la población del municipio que cruzó el charco en busca de un mejor porvenir. La colonia del concejo llegó a ser muy numerosa y sus avatares y desvelos lejos de la tierra natal escribieron una apasionante historia que tiene uno de sus hitos en la creación del llamado Club Llanera, entidad nacida con diversas motivaciones pero con la primordial de ayudar y acoger a los que llegaban también con la esperanza de iniciar una nueva vida. La fundación del colectivo tuvo lugar un 8 de agosto de 1912 –están cerca de cumplirse 110 años– en una reunión en la que se hallaba, entre otros muchos, el industrial natural de Bonielles Francisco García Suárez, conocido como “Don Pancho”, y quien fue su primer presidente.

Reproducción de la revista “Asturias” de septiembre de 1915 que habla del Club Llanera. | B. V. P. P. Tamargo

De la creación y objetivos del Club Llanera de La Habana, así como de su actividad y miembros, puede hallarse un relato en la Revista Asturias de septiembre de 1915. En sus páginas se da cuenta de la fecha de la fundación y de algunas de sus actividades sociales. “El Club Llanera se decidió pronto a dar elocuentes señales de existencia, celebrando espléndida jira el 9 de marzo de 1913, en los jardines de ‘La Tropical’. Fue una fiesta deliciosísima, llena de atractivos, que aún se recuerda con simpatía y admiración por la fastuosidad que en ella predominó”, dice la crónica de la publicación.

En efecto, la posición económica que habían alcanzado muchos emigrantes llanerenses se hacía notar en los festejos y reuniones que organizaba el club. Del nivel de esas citas da fe la magnífica colección de imágenes que se conservan en el Museo del Pueblo de Asturias. Pero el objetivo de la entidad, al margen de las reuniones sociales que contribuían a mantener la unión de la comunidad allí radicada, era otro bien distinto. “Aquí, en La Habana, son los de Llanera legión de hermanos, hermanos en ideas, hermanos en sentimientos, hermanos en su concepto de mutua ayuda, realizando el milagro de que a ninguno que llegue de allá le falte el consuelo de manos piadosas que se le tiendan solícitas, brindándole protección y guía”, explica el artículo de la revista.

“Los naturales de Llanera se distinguen por su solidaridad, más de que compoblanos, de miembros de una gran familia que viviese solo para añorar los días de la infancia pasados al amparo de aquellas praderas, verdes como las esmeraldas (…)”, añade, entre otras cosas, la publicación, que aporta la imagen de Francisco García Suárez, “Don Pancho”, presidente del club, y del secretario y el tesorero de la entidad, Eugenio Rodríguez y Luis García, respectivamente, además de la relación de miembros de la primera directiva, que superaba la veintena.

Cifran algunos investigadores en doscientos los socios con los que el club comenzó su trayectoria, que fue exitosa no solo por la labor de arropar a los que llegaban, sino por la mucha ayuda que enviaban para su concejo de origen. Aunque hubo una escisión del colectivo, este pronto volvió a unificarse sin que aquel hecho empañara la labor de la comunidad de Llanera dentro y fuera de su país de acogida.

Recordaba también esta historia de la emigración a Cuba Francisco Cabriffose en el pregón al que dio lectura en la fiesta de los Exconxuraos de 2004. “Cuando los de Cuba, autotitulados ‘llaneros’, encabezados por Joaquín Ablanedo como patriarca de la comunidad y Francisco García Suárez como su apóstol, idearon, como ‘deuda de amor a nuestros hermanos de allá’, una Escuela de Comercio, un centro de saber a la europea, Pancho García expresaba de este modo a los vecinos de Llanera el por qué de esa generosidad: ‘Tomad, este es el regalo de los llaneros laboriosos de Cuba, esta su deuda de amor con su pueblo. Tomadla, para que vuestros hijos, si emigran, salgan del terruño mejor que nosotros, en posesión de conocimientos que les consientan luchar en las arduas batallas del trabajo, con más éxito y menos fatigosamente que nosotros’. A la postre, la Escuela no se levantó, pero sí la Plaza Cubierta, un símbolo que dice más que su arquitectura, que su placa recordatoria de la inauguración, de lo que fue la epopeya individual y colectiva de los emigrantes de Llanera y de la generosidad con su concejo”, rememoró entonces Cabriffose.

La Plaza Cubierta a la que se refiere es la plaza de abastos de Posada (hoy sede de la Escuela Municipal de Música) construida entre 1924 y 1926 por iniciativa del Club Llanera de La Habana.

Según se explica en el libro sobre el municipio llanerense del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), aunque el edificio no tenga grandes méritos arquitectónicos, “goza de particular interés por dos razones principales: es el último mercado hecho en Asturias que continúa la tradición de la arquitectura de hierro y también el único de la región que, con seguridad, puede ser atribuido a la emigración”.