Tiene la iglesia de San Martín de Cayés, en Llanera, una historia que algunos vecinos aún recuerdan pese al tiempo transcurrido desde que se produjo. En unos años hará un siglo que el entonces párroco, Manuel Antuña, puso todo su empeño en remodelar el templo dotándolo de una hermosa torre y en convertir su entorno en un bonito paraje que destacase en la localidad. Lo consiguió, porque el lugar, arreglado gracias a cuantiosas donaciones del propio cura, los vecinos y otros benefactores, sigue llamando hoy la atención del visitante.

El detalle de las obras realizadas, cómo se pagaron y el afán del cura por sacar adelante el proyecto de mejora de la iglesia se puede leer en una de las páginas del desaparecido diario Región de fecha 29 de enero de 1931. “Existe beneplácito de los vecinos de la parroquia de San Martín de Cayés hacia su querido párroco don Manuel M. Antuña por su loable entusiasmo en favor de la Casa de Dios, que en la actualidad se halla como una ‘catedralina”, se lee en la crónica periodística, que así apoda al templo por los numerosos arreglos que se hacen en el plazo de pocos años.

Los benefactores que hicieron posible convertir una humilde iglesia en una de mayor porte, arreglar y reparar el cementerio anexo y embellecer todo el conjunto son siempre los mismos: los vecinos, las donaciones de las empresas pujantes entonces en la zona y el cura, que siempre ponía lo que faltaba para llegar al total o, si acaso, aportaba por delante cantidades íntegras para algunos trabajos.

El plan del “virtuoso” sacerdote, tal y como le califica la crónica periodística, se inició en septiembre de 1925, con la obra del nuevo presbiterio. El importe fue de 5.706, 45 de las antiguas pesetas, “habiendo contribuido para estas obras don Juan Álvarez Quintana, que en paz descanse, con 2.000 pesetas”, la “suscripción de los vecinos y alguna limosna de particulares 866 pesetas y 15 céntimos, el párroco con 2.850,30 pesetas”. Por su parte, “la Fábrica de Coruño dio las maderas, el techo, bóvedas, ventanas, puertas y andamios, más un carpintero unos cuantos días” y “la Fábrica Guisasola todo el ladrillo que se empleó y sufragó los gastos de decorado interior de dicho presbiterio”.

Vista lateral de la iglesia P. Tamargo

Las mejoras siguieron en septiembre de 1929, con la ampliación del cementerio anexo. El coste fue de 3.149,9 de las antiguas pesetas. “Contribuyeron varios vecinos a razón de 50 pesetas por cada sepultura propia adquirida (...), contando entre estos a la Fábrica de Coruño, que adquirió la propiedad de diez sepulturas. La Fábrica de Guisasola dio el ladrillo y la teja para el depósito de cadáveres (...)”.

Según el relato periodístico, el 12 de mayo de 1930 se terminaron asimismo los trabajos de construcción de la torre nueva de la iglesia, que incluyó la compra de una campana de 505 kilos de peso. “Costearon estas obras la Fábrica de Coruño, que prestó parte de la madera para el andamio, algunos sacos de cemento, unos hierros para sostener la campana y un obrero dos días para colocar esta y el pararrayos. La Fábrica de los Señores Guisasola Hermanos dio cientos de ladrillos y, el resto del importe, 9.634,64 pesetas, lo abonó el párroco”, se cuenta en Región.

El 20 de junio de 1930 se terminaron las obras de ampliación del campo de la iglesia. Costaron 3.008 pesetas que pagó íntegramente el cura. Y el 22 de diciembre de ese año se terminó el camino que, partiendo del campo de la iglesia, terminaba en la rectoral. “Contribuyen a la obra de esta carretera la Fábrica de Coruño, que dio más de 20 kilos de pólvora, que arregló repetidamente las herramientas, dio la gandinga que cubrió la carretera y la transportaron en carros los vecinos del barrio de Campillo. El resto del importe, 966,50 pesetas, a que ascendió la mano de obra, fue abonado por el párroco”, se recoge en el artículo de prensa.

Página de Región, donde aparece el relato acerca de las obras realizadas en la iglesia, que se lee en la tercera columna

El templo y su entorno sigue siendo hoy uno de los atractivos de la parroquia donde parte de los vestigios industriales de estas fábricas están rehabilitadas y merecen visita. En la zona quedan también numerosas edificaciones de ladrillo rojo que se distinguen además desde la autovía por sus materiales y arquitectura singular. De los complejos fabriles de Coruño donde se hacían explosivos solo queda en pie la iglesia de Santa Bárbara que se alza en medio del polígono de Asipo, hoy propiedad privada y conocida como la "iglesia skate" por estar decorada en su interior con murales del artista Okuda San Miguel.