José Julio Velasco (Avilés, 1964) es el párroco de la Unidad Parroquial de Acción Pastoral (UPAP) de Posada de Llanera, un paso más en una larga carrera desde que en 1994 fuera nombrado capellán del Centro Penitenciario de Asturias y después de que 1998 fuera nombrado párroco de Posada de Llanera, Ables y Brañes, parroquias completadas posteriormente con las encomiendas de Cayés y San Cucao y con el Arciprestazgo de Siero. Velasco estudió en los Salesianos, en el Colegio Público de Cancienes y en el Colegio San Fernando de Avilés, y se ordenó sacerdote en 1990 en la Catedral de Oviedo. Más de tres décadas y un infarto después, sigue al pie del cañón con el mismo entusiasmo de siempre.

–¿Qué balance hace de sus 32 años de sacerdocio?

–Lo primero, agradecer a Dios el don inmerecido de mi vocación, que se haya fijado en mí, con mis múltiples imperfecciones, para hacer las veces suyas aquí abajo. Agradezco, también a Dios, todas las personas que ha puesto en mi camino en los distintos lugares por lo que he pasado y en las diferentes responsabilidades que se me han encomendado, todas ellas me han enriquecido y empequeñecido mis fallos. Con ellas he aprendido a ser sacerdote. Han sido 32 años de entrega pastoral en los que hemos ido construyendo parroquia y colaborando a hacer pueblo. El trabajo en equipo ha sido una de las claves de los logros que hayamos podido conseguir, ejercer la corresponsabilidad, sabiendo delegar y confiando en las personas que colaboran y caminan a tu lado. Sigo feliz de ser sacerdote, con ganas de seguir arrimando el hombro, de seguir entregándome al Señor y al anuncio del Evangelio, consciente que aún queda camino por recorrer.

–¿Cómo fue la llegada a Llanera?

–Recuerdo, como si fuera hoy, ese momento. En septiembre de 1994 don Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, me envió a Santa Eulalia de Ferroñes y a San Miguel de Villardeveyo por la jubilación de don Román y me pidió que fuera de capellán al centro penitenciario, además de asumir la delegación de pastoral penitenciaria. Después, vinieron las encomiendas de San Salvador de Posada, San Juan de Ables, Santa María de Brañes. Seguidamente, San Cucufate, San Martín de Brañes y, finalmente, al lado de don José Antonio, la Unidad Pastoral de Lugo-Posada que fuimos construyendo y a la que se incorporaron las parroquias del vecino concejo de Las Regueras y las que ahora atiende don Valentín en Llanera. En estos destinos, encontré un trabajo pastoral de mis antecesores fructífero. De él partí y con algunos colaboradores que había y otros muchos nuevos que fueron incorporándose, continuamos la tarea de evangelizar, aportando nuestra impronta y creatividad. Nos volcamos en la catequesis, los jóvenes de confirmación, Cáritas, campamentos, atención a mayores, coro-liturgia, excursiones, convivencias, pascuas juveniles, caminatas solidarias…

–¿Cómo son los fieles de estas parroquias?

–Buena gente, acogedores y colaboradores, enseguida te abren su corazón. Desde mi llegada a Llanera me sentí acogido, integrado, apoyado y querido. No en vano, los vecinos de Villardeveyo me han hecho hijo adoptivo y he sido distinguido por el Ayuntamiento de Llanera como pregonero de la fiesta más importante de Llanera y de las principales de Asturias, los Exconxuraos. En mis bodas de plata sacerdotales asistieron más de mil personas y en los actos programados de las bodas de oro de la parroquia de San Salvador de Posada, la asistencia fue numerosa y participativa. Son gente sencilla, que cuando les presentas proyectos o propuestas sensatas en bien de las parroquias o de la comunidad enseguida se suben al carro y jamás te dejan solo. Es una verdadera gozada caminar a su lado en Llanera. Tengo con las gentes de Llanera, por su cariño hacia las parroquias y hacia mí, una deuda de gratitud que creo jamás podré saldar.

–¿Con qué necesidades me encontré al llegar a Llanera?

–He de decir que a mi llegada me planteé dos desafíos. En primer lugar, crear un equipo de colaboradores, ir formándolos y construir comunidad viva y corresponsable, abierta y misionera. En esta tarea me ayudó mucho Alicia Alconada, actual coordinadora de catequesis de Posada. Fue a la primera puerta que llamé para comenzar esta tarea. De aquí partimos en el año 1998 hasta llegar hoy a los casi cien colaboradores. Creo poder decir que somos una parroquia joven, de puertas abiertas y acogedora, viva, evangelizadora, abierta a la colaboración con instituciones, asociaciones, solidaria, implicada en la realidad social del pueblo y respetada. El segundo desafío era ir arreglando las iglesias deterioradas con el paso del tiempo. En este aspecto se ha hecho una gran labor en muchas de ellas, gracias a los equipos que se formaron, que han trabajado a destajo, y a las gentes del pueblo que se implicaron y apoyaron.

–¿Retos de futuro?

–El gran reto, a mi juicio, es que la Iglesia, nuestras parroquias, sigan haciendo su misión, aquí y ahora, sin miedo a los desafíos provenientes de una cultura secularizada y con una sociedad sometida a tantos cambios. Ha de hacer lo de siempre que es evangelizar, pero no como siempre, como si nada pasara. Hay que celebrar dentro y anunciar fuera. Ya no vale quedarse esperando a que la gente venga, hemos de ir a su encuentro. Es la Iglesia la que ha de ir al encuentro del hombre, de aquí la necesidad de la presencia pública, del compromiso por la justicia, de la expresión del amor, especialmente con los más necesitados. En palabras del añorado San Juan Pablo II, el camino de la iglesia es el camino del hombre.

–¿Es más necesaria que nunca la labor pastoral en este mundo convulso en que vivimos?

–No sé si más necesaria que nunca, pero, desde luego, necesaria. La Iglesia propone, no impone, el Evangelio. Somos enviados al mundo para transformarlo, un mundo que le sobran gritos y le faltan susurros, sobran crispaciones y le falta fraternidad, sobra violencia y falta ternura. Sobran pregoneros de contratiempos y faltan profetas de la esperanza, sobran voceros y faltan testigos. En medio de una cultura que no valora suficientemente la vida humana y sometidos a una crisis, no sólo económica o de falta de trabajo, sino, también, moral y de sentido existencial, debemos anunciar como Iglesia a Jesucristo, porque todos necesitamos la vida que nos salva. Le veo gran futuro a la Iglesia, por mucho que algunos quieran ver en ella más un fósil de pasado que un tren de futuro. Los valores que trasmite y pretende vivir son de la más palpitante actualidad: la práctica de la justicia, la vivencia de la paz, la preocupación por los más desfavorecidos, la búsqueda de la verdad, el sentido de la trascendencia, una ciencia con conciencia al servicio del hombre o la vida como valor sagrado.