Luis Díaz, de Ca Flor, ganadero del año en Llanera: "He sido feliz haciendo lo que me gustaba"
Vecino de Bonielles fue homenajeado en la Feria de San Isidro por su trayectoria en un sector en el que de "los de antes quedamos cuatro"

Luis Díaz, con «Linda» y «Canela» a su espalda, en Bonielles, donde reside. | L. P.

"Linda" y "Canela", vaca pinta y vaca roxa respectivamente, pastan mansamente en un mar de verde en la parroquia llanerense de Bonielles, mientras su dueño, Luis Díaz Suárez, "Luisín de Ca Flor", las llama por su nombre. Son las dos últimas reses que le quedan, jubilado como está desde el año 2015, porque "me gustan, me entretienen y algo hay que hacer", explica con sencillez. Él fue reconocido hace unos días, en la feria de San Isidro, como Ganadero del Año, "un sustu muy grande", pero con el que está "contentísimu" porque supone el reconocimiento a toda una vida de trabajo "con la que fui feliz porque ye lo que me gustaba", puntualiza.
La existencia de Luis ha transcurrido desde su nacimiento en torno a los mismos paisajes y las mismas tareas, en los alrededores de "Ca Flor", la casería natal que viene de tan antiguo que ni se acuerda de por qué se llama así. "Era ya de antes de mi güelu, y desde entonces todas las generaciones fuimos naciendo aquí", señala el ganadero. Uno tras otro, los nuevos miembros de la familia han ido manteniendo la tradición establecida: vivir en la casa de los padres, dedicarse a la labranza y al ganado, aunque en su caso "nunca fuimos de muches vaques, una docena como mucho, porque tampoco ye cuestión de trabajar demasiao".
La vez que más reses tuvo fueron "doce, de leche, y alguna xatina pa ir reponiendo", pero "nunca quise tener más porque implica más lío, más papeles, más maquinaria". Con las que tuvo le fue "bien, ganamos bastante, no para ser ricos pero que no nos faltara de nada", asegura con una sonrisa. Luisín es, y quizás por eso mismo el Ayuntamiento de Llanera ha decidido distinguirlo, de los últimos paisanos de pueblo con una pequeña casería de subsistencia, actores comunes de la Asturias rural de hace décadas y en extinción en los últimos tiempos.
"Quedamos cuatro, el resto se hicieron ganaderos muy grandes y mecanizados, ahora ya nadie tiene una ganadería como la que yo tenía, y antes era lo que abundaba", recuerda al sol de la tranquila quintana en la que vive, solo. "Nunca me casé, me quedé aquí con los padres que ya murieron, aunque viene mucho mi hermana Gelinos, que vive en Lugones; es ella la que me hace la comida", relata mientras la hermana asiente con la cabeza y apunta un detalle importante: "El desayuno y la cena se los hace él, y es de un curioso… Deja la cocina perfectamente recogida".
De los tiempos jóvenes recuerda Luisín que sólo marchó de su concejo natal para hacer la mili, "en la Marina, primero unos días en Ferrol y después en Gijón y venía a casa casi todos los días para atender el ganao". Fue lo más lejos que quiso vivir de sus vacas, a las que se dedica "desde que era un críu, llendando", y para las que trabajó durante largos años "con satisfacción, fui feliz", resume. Porque le daban un sueldo digno y nunca quiso ampliar su cuota láctea ni "meterme en más líos".
Con el paso de los años la cosa se ha ido complicando con la burocracia a la que hay que hacer frente. "Todo son papeles, todo son trabas para hacer cualquier cosa, así que jubilado estoy mejor", bromea. Porque tampoco le ha dado demasiado tiempo a echar de menos su vida en activo, ordeñando a diario a "Linda" y "Canela", que están paridas y a las que le está criando dos xatos.
Luis confiesa que "nunca fui de bares", así que, aunque baje a Posada de Llanera un par de veces por semana a hacer la compra y tomar un café, enseguida vuelve a "Ca Flor", donde también tiene huerta y siembra .Tiene "patates, fabes, ajos, verdura, y algo de maíz, que siempre me piden que haga ristras para adornar por San Isidro".
Este año el santo viajaba en carreta engalanado con sus panoyas, antes de que el domingo recibiera un monumental susto con el homenaje y la placa que le entregó el alcalde, Gerardo Sanz. "Fue una buena encerrona", se queja en broma, porque "toda la familia lo sabía, y no le dijimos nada". "Cuando lo llamaron para recoger la placa fue cuando se enteró", puntualiza su hermana Gelinos. Y eso que "ya me extrañaba que fueran todos con aquel tiempo, lloviendo, si tengo una sobrina a la que eso de las vacas no le gusta nada y allí estaba", rememora ahora Luis, con el susto ya pasado y la satisfacción del reconocimiento. "No lo esperaba para nada, quedé apijotau", sostiene entre risas.
Con 75 años cumplidos, se queja de que el pueblo se va quedando vacío y no hay nadie cerca para hablar, y de que los jóvenes no quieren el mundo del campo "y es normal, porque sólo tiene cuenta si heredas la ganadería montada". En su caso, tiene un rayo de esperanza: un pequeño sobrino nieto de nombre Mateo, de seis años y "arremango" como "un ganadero de verdad".
El pequeño adora a los animales de Luis, es feliz recogiendo huevos, ayudando a segar y hasta a cuchar. "Le hice una palina para que espardiera el cuchu en la muestra que iban a hacer en San Isidro, que siempre participa, pero como llovía, no pudo ser", señala. De todos modos, en "Ca Flor" tiene siempre a su disposición un paraíso rural, y a un maestro dispuesto a enseñarle todo lo que sabe. "Préstame mucho con él", asegura Luis.
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