Lola Laurés, histórica tendera de Lugo: "Se come menos fruta que antes; resulta más fácil dar a los niños un postre de cuchara, y es una pena"
La frutera lleva toda una vida al frente de su negocio en Llanera y se jubilará dentro de año y medio

Lola Laurés, en su negocio de Lugo. | L. P.

Hay negocios que, con el paso del tiempo, se funden con el paisaje y se convierten en referencia para el paisanaje. Y hay trabajos llenos de sabor y color. Ambas circunstancias han confluido en el caso de Lola Laurés, quien regenta una conocida frutería en Lugo de Llanera desde hace 36 años. Un templo de dulzor y una explosión cromática ordenada pulcramente en cajas, tal parece que siguiendo algún patrón visual para "entrar por el ojo", como ella misma señala con una sonrisa. Porque en su tienda, en la travesía principal de la localidad, bien se puede comer con la vista.
"Empecé con un primo en Gijón, seis años asalariada en un supermercado de aquellos antiguos en los que había carnicería, charcutería y frutería, de barrio de toda la vida, que están desapareciendo y es una pena. Luego surgió coger esto y, desde entonces, estoy aquí, siempre entre fruta", recuerda Laurés, con las puertas abiertas a la calle y a una clientela que saluda continuamente.
Un negocio lleno de piezas saludables, con tantas referencias que "no tengo ni idea de las que vendo", y al que, si todo marcha según lo previsto, le queda un año y medio con Lola al frente. El mismo tiempo que le falta para la jubilación, bien merecida tras tres décadas largas de madrugones en solitario. Porque siempre ha llevado la tienda sola y en su casa el despertador suena bien temprano. "Los lunes me levanto a las cinco, y el resto de la semana de cinco y media o seis. Tengo que ir a Mercasturias a diario a elegir y comprar, traigo la mercancía, la coloco para abrir a las ocho y media, y antes hago reparto a las hostelería por Lugones y Pruvia….A diario son muchos los kilos que muevo", señala. "Aunque me gusta mucho lo que hago y estoy conforme, en realidad ya me merezco un descanso, porque es de lunes a sábado y aunque coja alguna semana de vacaciones es un negocio complicado por la mercancía", reflexiona Laurés.
Mantener una tienda como la suya a lo largo de tanto tiempo no ha exigido poco esfuerzo. "Estamos obligados a distinguirnos de las grandes superficies, contra ellas no vamos a poder competir en precios. Pero tenemos de nuestro lado la calidad. Con la fruta es fácil distinguirse con la calidad y la variedad, antes que precio y que nada. La gente que viene a mi casa sabe que va a llevar un producto de primera y ni me preguntan cuánto cuesta", cuenta orgullosa. "Un niño pequeño vecino del piso de encima sólo come las peras conferencia de mi tienda; las del supermercado no las quiere, para que luego digan si hay o no hay diferencia", añade con una sonrisa en la boca.
A ello se suma un local cuidado al máximo, fruto de "esa diferenciación con la que trabajamos para competir", con stands llenos de color de las frutas de temporada, variedad de verduras de toda clase, cestas de fruta elaboradas para regalos, pequeños expositores con otro tipo de productos artesanos, como pastas o chocolates, y hasta con una Vespa reconvertida en punto de venta para llamar la atención del cliente.
La sensación de Lola es la de que con el paso del tiempo la gente "cada vez come peor, hay mucha que nunca compra fruta". Si antes vendía docenas y docenas de lechugas un sábado, "ahora no vendes una siquiera". "La gente no quiere lavar, prefiere comprar una lechuga en bolsa que no hay nada que hacerle, pero no se dan cuenta de que no es producto fresco", advierte.
De igual manera, alerta de que "los niños no comen fruta como antes. Hubo una generación intermedia que no comió fruta y sus hijos tampoco lo hacen. Pelar y trocear las piezas es más trabajoso que dar un postre de cuchara lleno de azúcar que comen sin rechistar ellos solos", lamenta Lola Laurés con el ojo crítico que le ha dado el paso de los años al frente del negocio.
De forma paralela, sí ha visto crecer otro segmento, el de la gente que ha empezado a cuidarse haciendo ejercicio y con una alimentación más natural, y que "están empezando a ser clientes habituales". Se juntan así con todos aquellos vecinos que llevan toda una vida haciendo la compra en su negocio y que ya casi son como de la familia, cada uno con sus gustos y preferencias.
"En la frutería se vende mucho de todo, no sabría decir qué tiene más éxito. Los productos son de proveedores de confianza y me mandan directamente la mercancía. Las naranjas aquí llegan directas de Valencia", subraya.
Lo que sí sabe es la fruta más rara que ha llegado a vender. "Son las guanabanas, que son como chirimoyas grandotas que tienen mucho poder calórico y las consumían pacientes que estaban con tratamientos de quimio, porque les ayuda con las defensas. Son piezas únicas, de dos kilos y pico de peso, que se venden por unos 70 euros y que vienen envasadas en pequeñas neveras individuales", comenta la frutera.
Nada se le resiste a Lola Laurés. Cualquier fruta de cualquier latitud puede acabar en su tienda, lista para hincarle el diente en un bocado lleno de vitaminas y energía. Como ella misma, después de tres décadas largas entre sabores del mundo, reivindicando el gusto por la buena alimentación.
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