Victoria González modela cerámica que hace hermandad: sus cursos en Llanera se llenan con cientos de alumnos que "se olvidan del mundo"

La profesora de la escuela municipal lleva dando clases desde 1989 tras recuperar las creaciones tradicionales de Villayo

Victoria González, con una pieza elaborada por su marido, su "alumno favorito"

Victoria González, con una pieza elaborada por su marido, su "alumno favorito" / Luján Palacios

Luján Palacios

Luján Palacios

Posada de Llanera

La historia de Victoria González bien podría estar esculpida en barro, moldeada con paciencia y cocida a fuego lento para conseguir un resultado brillante y duradero. Tanto, que ella es la profesora de la Escuela Municipal de Cerámica de Llanera desde su fundación en 1989 y a su puerta se agolpan cada año cientos de alumnos deseosos de iniciarse en un arte que, a ella, le llegó casi sin pensarlo.

Hija de llanerense desplazado para trabajar en Corvera, todo se fue conjurando poco a poco para que la cerámica se instalara en su vida. Porque al poco de casarse con Miguel Vázquez, trabajador de Ensidesa, su marido empezó a aficionarse a esta disciplina de la mano del párroco de Miranda, José Manuel Feito, que por aquellos años instaló un taller en su casa para dar cursos. "Empezó y se entusiasmó", recuerda Victoria. Y enseguida se le quedó pequeño porque "allí no había horno para cocer" y porque una vecina de Villayo le metió el gusanillo de la antigua cerámica perdida de Llanera.

Investigación

"Empezamos a investigar sobre esa cerámica negra que había pasado al olvido, a rescatar piezas antiguas y a crear", explica la profesora. De tal manera que con la ayuda de su padre, que había trabajado en Cerámicas Guisasola, "hicimos un horno celta y empezamos a recrear piezas tradicionales de Villayo: queseras, tarreñas, escudiella para comer, ollas, xarras de sidra y miel...". Fue un éxito tan grande que "lo que trabajábamos durante meses se vendía en la Feria de Muestras en cuatro días", rememora.

Aunque ella era en realidad profesora de corte y confección, enseguida metió las manos en el barro para ayudar a su marido, porque "él siguió en Ensidesa, esto era un complemento y necesitaba que le echara una mano", explica mientras muestra piezas.

Ventas

Llegaron a tener como clientes a numerosas tiendas de recuerdos de Covadonga, Ribadesella o Santillana del Mar, con años en los que "tanto hacías, tanto vendías". El consumo decayó años después, pero la cerámica nunca habría ya de abandonarla. Porque a finales de los 80 en Llanera se recibieron unos fondos para formación dirigidos a personas desempleadas, y su marido hizo todo lo posible para poner en marcha un curso de cerámica en la antigua biblioteca de Posada. Él fue el profesor durante unos meses, hasta que "agotó las vacaciones y todos los días posibles, así que me propusieron que siguiera yo. Al principio no me sentía capaz, pero luego fui viendo que algo sabía", bromea Victoria.

Tan bien se le dio que, salvo dos años, ha estado dando clase desde 1989 hasta la actualidad. Los cursos pasaron a ser municipales, ella aprobó una oposición y la cerámica se ha convertido en un boom que cada año llena cursos y deja larga lista de espera, con alumnos de todas las edades.

Un alumno en el taller de cerámica

Un alumno en el taller de cerámica / Luján Palacios

"La cerámica es un fenómeno social, fue creciendo porque la gente entra aquí y se olvida de sus problemas, se centra en el diseño y la creación y su cabeza está aquí, en lo que están haciendo. Muchos alumnos me dicen que en cuanto se cierra la puerta, están en otro mundo", asegura. Las clases se han convertido en medicina para muchas personas con graves traumas, y el aula, repleta de material, es un espacio de hermandad en el que se comparte todo. Hasta ropa y plantas. Porque "si alguien hace limpieza de armarios, aquí trae las cosas para que quien quiera coja lo que necesite. Si podan los geranios, se comparten esquejes. Esto es algo que no sé definir... somos más que una familia, con gente que viene desde hace 20 años".

Proyectos

Desde quien no sabe nada y aprende desde cero y hasta quien tiene el deseo específico de aprender alguna técnica en concreto, todo el mundo tiene cabida y todos salen con obra de su taller. Victoria muestra orgullosa las piezas de este curso: jarrones, vajillas, platillos, joyería, y un proyecto singular: "Nos ha llegado mucho material de la fábrica de San Claudio, piezas sin cocer que la gente rescata y decora a su gusto, aquí las cocemos y de esta manera impedimos que se pierda un patrimonio importantísimo", cuenta la profesora.

El próximo octubre tendrá sólo con los cursos de la Casa de Cultura a 74 alumnos. Del taller de prevención de la artritis que se imparte en el proyecto "50ymás" llegarán otros 30, y se quedan fuera 22 aspirantes, lo que da una idea del éxito de unos cursos que son más que eso. Y que tienen en Victoria a un hada madrina que hace magia, que recibe y acoge con el objetivo de que, por encima de todo, "la gente lo pase bien".

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