Queridos vecinos de Llanera:

Como no me imaginaba ante el privilegio de tener que dirigirme a todos nosotros como comunidad en conjunto tampoco se me había ocurrido que me iba a encontrar con problemas justo en eso, en la manera de hacerlo. Y es que, para mi sorpresa después de cincuenta y siete años (bueno, quizás sea exagerado contar los primeros) no hay una definición clara del gentilicio de Llanera, aunque se use el término “Llanerense”, pues no es habitual el uso del mismo entre los habitantes del municipio (LNE 13/10/2009). Sea como sea, y a pesar de esa aparente, que no cierta, falta de identidad, siempre me ha parecido tierra de fácil entendimiento, de amplia acogida, de tránsito ocasional y de dolorosa separación cuando te vas.

Pronto hará casi treinta años que, por motivos laborales, tuve que salir de Llanera. Nunca tan lejos para no regresar a menudo, pues aquí está familia y amigos, pero sí lo suficiente para añorarla, desear vivir el día a día, y poder palpar el ritmo del concejo y sus pueblos, como en los tiempos en los que, al levantarme, no me encontraba siempre las sienes un poco más blancas.

Me siento afortunado, y reconozco en ello un honor inesperado, que La Nueva España haya pensado en mí para saludar el inicio de la andadura de la edición digital de Llanera. Tan inesperado ha sido, que mi sí entusiasta inicial se encuentra ahora con pocas palabras para describir la emoción. Quizás sencillamente porque son demasiados los recuerdos y vivencias para poder transmitirlos con la ligereza de texto que una presentación requiere. Algo así como que te suban de repente a un escenario y te pidan, de manera espontánea, que cuentes algo sobre lo mejor de tu vida, lo más probable es quedarse sin palabras.

Siempre me ha gustado el formato en papel, el olor va unido a la vida más que los colores, y quizás por eso recuerdo con añoranza los tiempos de adolescencia en la biblioteca de Posada de Llanera, en la calle Alejandro Mon, con olor a madera y papel, a libros de aventuras y aventuras con libros que ni siquiera estaban a mi altura, como el que llevé a casa para leer sobre el primer trasplante de corazón en humanos por Christiaan Barnard. Seguramente no lo leí. No suelen ser cosas que se lean con doce o trece años. Pero sí tuvo que influir en mí para que persista el recuerdo de sus tapas de color verde. Sea en papel, o sea como ahora cuando con un solo dedo aparecen en la pantalla nuestras lecturas preferidas, al final lo que importa es que vivir, soñar y leer son tan amigos que pueden incluso formar parte de la misma historia, sin poder separarlos. Esta, la de Barnard, es una de muchas otras.

Pero los años pasan. Y lo que hemos vivido en los últimos, tras la aparición de la red de redes -que oficialmente empieza en 1983- no lo hubiésemos imaginado nunca. Al menos no los que ya estamos en la quinta década de la vida o más. Asombra ver la facilidad de acceso a la información, la posibilidad de elección y el volumen de contenidos. Nuestros hijos sonríen ante nuestra torpeza, de la misma manera que nosotros sonreíamos ante la de nuestros padres o abuelos manejando el mando a distancia del televisor. Dentro de esa facilidad ahora una más para el municipio con LA NUEVA ESPAÑA de Llanera. Porque bien está que yo añore el olor del papel, pero como diría el gran Cuno Corquera: “Esto ta muy bien tamién”

Espero recordar dentro de unos años este momento aquí, detrás de un teclado, donde mis emociones de infancia y juventud se agolpan pidiendo espacio. Digo espero porque, al final, en el recuerdo, en la memoria, es donde queda la huella de lo que somos y lo que vivimos. Las mejores cosas de la vida son las personas que queremos, los lugares que visitamos y los recuerdos que tenemos. No quisiera que nada me haga perder lo mejor que ahora tengo: las personas que quiero en Llanera, y el recuerdo de lo mejor que he vivido. Tanto, que es más de una vida, es más de un libro, es más de un sueño.

Gracias Llanera.