Hoy siento la necesidad de escribir sobre las preocupaciones por dos razones: en primer lugar, porque es evidente que en la situación que vivimos actualmente quizás existan razones de peso para preocuparse. La segunda razón tiene que ver con una historia de Instagram que publiqué la semana pasada, preguntando acerca de las preocupaciones de l@s asturian@s (y especialmente de l@s llanerenses, puesto que la mitad de los que respondieron son de aquí de Llanera). La mayoría de las preocupaciones tenían que ver con la situación económica de nuestro país. A la mayoría de nosotros nos preocupa la crisis económica que estamos viviendo: nos preocupa la subida del precio de la luz y de la gasolina, así como de otros productos de primera necesidad. ¿Pero estamos haciendo algo para solucionarlo o simplemente nos limitamos a quejarnos? La queja estéril, además de ser frustrante, nos consume y nos roba la tranquilidad; mientras que la queja activa (me quejo como paso previo a hacer algo) nos aporta bienestar, incluso aunque no consigamos el objetivo que nos habíamos propuesto con nuestra acción.
Como dice Reinhold Niebuhr (1892-1971), teólogo y politólogo estadounidense, en su famosa “Plegaria a la Serenidad”:
“Dios concédeme serenidad, para aceptar todo aquello que no puedo cambiar;
valor, para cambiar lo que soy capaz de cambiar y
sabiduría, para reconocer la diferencia”
Y es que independientemente de que seamos o no creyentes, una cosa es preocuparse y otra muy distinta ocuparse de las preocupaciones. Por ejemplo, nos preocupa la guerra Rusia-Ucrania, ¿pero podemos hacer algo al respecto?, ¿estamos haciendo algo al respecto? Resulta frustrante para el ser humano tener conocimiento de una determinada información sobre la cual tiene poco o ningún poder. ¿Cuánto de mi valioso tiempo estoy dedicando a quejarme sobre situaciones sobre las que no estoy haciendo nada?, ¿sirve de algo pasarte horas hablando sobre el drama actual de la guerra mientras nos quedamos de brazos cruzados?
Por poner otro ejemplo, los camioneros inician una huelga por la subida del precio del carburante y sus injustas condiciones laborales, y los que usamos poco el coche no acudimos porque “Total, de momento lo podemos asumir”, olvidándonos de que lo que les ocurre a ellos nos afecta a nosotros, y de que ellos merecerían nuestro apoyo y comprensión. Pero quizás estamos demasiado ocupados… o demasiado resignados.
El problema es que lleva años fomentándose la indefensión aprendida en la sociedad, vivimos dormidos sin dormir, vivimos encadenados con cadenas invisibles. Protagonizamos quejas interminables sin mover un solo dedo… Y no digo esto con ánimo de juzgar a nadie, yo misma realizo esa conducta estéril de la que estoy hablando. La cuestión es: ¿y si hay algo que podemos hacer? Ahora bien, si no vamos a hacer nada: ¿para qué queremos empaparnos día a día con el drama?, ¿simplemente para sufrir por sufrir?, ¿o acaso para desviar la atención de nuestros propios problemas sin resolver? Es probable que a corto plazo resulte más sencillo lamentarse de los dramas del mundo creyendo que poco podemos hacer al respecto que hacer frente a nuestros propios dramas.
Quizás tengo una tercera razón para publicar este artículo: puede que sean mis ganas de salir de esta indefensión las que me motivan a ello, mis ganas de convencerme y ayudar a convencer de que quizás SÍ podemos hacer algo, siempre y cuando nos atrevamos a despertar.
¿Y si comenzamos a buscar la manera de ocuparnos?