Con motivo de la entronización de una imagen de la Virgen de Covadonga el pasado domingo en la iglesia parroquial de San Cucao durante una misa celebrada por el arzobispo don Jesús Sanz, me vino el recuerdo de algunas manifestaciones de la piedad popular en Llanera, de las que fui testigo y también protagonista en mi infancia y adolescencia, y aún más allá. No quiero retrotraerme al pasado histórico, porque eso me obligaría a adentrarme en los usos y costumbres de naturaleza religiosa practicados por nuestros ancestros o a hablar de la existencia de las numerosas y variadas cofradías del concejo, algunas de ellas muy enraizadas en la vida de los habitantes del mismo y con un gran poder económico, parejo al importante papel que jugaban en la cohesión de la sociedad antigua.

Voy a centrarme hoy en tres santuarios que atraían a muchos peregrinos y devotos de Llanera. Me refiero a las dos iglesias enclavadas en lo alto del Monsacro, dedicadas a Santiago y a la Magdalena, en Morcín, al templo bajo la advocación de Santa María de Lugás, en Villaviciosa y al santuario de Santa Tecla, en Eiros, en el concejo de Salas, en sus límites con Grado, Candamo y Pravia.

Eran muchos los vecinos del concejo que peregrinaban a estos lugares en algunas fechas señaladas del calendario cristiano. El 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, o el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen, eran los momentos propicios para ascender al Monsacro, el 8 de septiembre los devotos de la Virgen de Lugás visitaban este hermoso templo maliayés y el 23 de septiembre se acudía a Eiros a rezarle a Santa Tecla.

En los años sesenta numerosos habitantes de Llanera peregrinaban al Monsacro. Mi familia materna era muy devota de los dos santos citados, venerados en el monte sagrado. El viaje en aquellos tiempos, a pesar de la no mucha distancia que había hasta Morcín, era largo, aunque divertido. Íbamos a Oviedo en autobús y desde allí hasta la estación morciniega de Parteayer en el ferrocarril Vasco Asturiano. En ese punto empezaban más de dos horas y media de ruta que nos llevaban, pasando por Santolaya o Santa Eulalia y por hermosos prados y castañedos, hasta La Collada para ascender por la cara norte y llegar a la primera capilla del Monsacro, la capilla de abajo, dedicada a la Magdalena, en aquellos años guarida del ganado que pastaba en el monte. Resultaba muy triste ver el templo convertido en establo y, por ello, rebosante de cucho. Después de una breve parada, emprendíamos el camino hasta la capilla de arriba, bajo el patronazgo de Santiago, monumento único, cuyo significado auténtico sigue en discusión, y oíamos misa. No era raro ver a varias personas hacer un trecho del recorrido de rodillas. Se bajaba después de la misa al mayau de les capilles para comer las tortillas y filetes empanados que llevábamos con nosotros. Y a continuación, volvíamos a desandar el camino para llegar de nuevo a casa cerca del anochecer.

Contra lo que pudiera pensarse, en mi niñez no era tan frecuente como ahora la peregrinación a Covadonga el 8 de septiembre. Por el contrario, los devotos de la Virgen de Lugás, Lugares como se decía por estas tierras, eran probablemente más numerosos. Sin duda se trataba del templo más visitado de los que hoy me ocupo. Yo nunca viajé a Lugás en mi infancia y adolescencia, pero mi padre sí acudía algún año que otro a este emblemático santuario, lleno de belleza, tanto por su emplazamiento como por las maravillas del arte románico que encierra. Varios autobuses trasladaban a los peregrinos desde las distintas parroquias del concejo para manifestar su devoción a la Virgen.

Recuerdo, ya en mi edad adulta, llevar a mi madre en coche en varias ocasiones a Lugás. Don Agustín Hevia Ballina, natural y titular de la parroquia, era quien oficiaba la misa. Como nota curiosa, debo decir que el mismo don Agustín, también celebró durante muchos años la misa en las festividades de Santiago y de la Asunción en el Monsacro. De ahí viene la gran estima y aprecio que él y mi madre se tenían.

Otro santuario importante para los de Llanera, por el número de devotos, era el salense de Santa Tecla a donde acudían autocares del concejo. La santa tenía fama de milagrera en Salas y en otros territorios limítrofes o más alejados, como era el caso de nuestro municipio. Los campesinos sentían un gran aprecio por Santa Tecla, ya que se la consideraba una gran protectora de los ganados y otros animales domésticos, lo que quedaba patente por el gran número de exvotos colocados a los pies de la imagen. En Santa Tecla, donde todavía se siente la presencia de personas del concejo, lo mismo que en Lugás o en el Monsacro, era muy frecuente, y aún lo sigue siendo, la misa de gaita, que en la actualidad experimenta una importante renovación.

No se agotan en estos tres lugares, ni mucho menos, la devoción popular en nuestro concejo. Pero creo, sin duda, que eran los más apreciados y los que mayor número de peregrinos o romeros atraían, si bien es indudable que Covadonga, a donde acudían desde hace muchísimos años peregrinos de toda Llanera, lleva en la actualidad una enorme ventaja a los tres santuarios de los que nos hemos ocupado hoy. Buena prueba de ello es la entronización reciente de su imagen en la iglesia de San Cucao.