Oviedo, M. J. IGLESIAS

El mismo número de sílabas, un sonido parecido. La homofonía de Osama y Nosema permite el juego de imágenes. El primero, Osama bin Laden, es el enemigo declarado del mundo occidental; el segundo es, según las investigaciones realizadas en Guadalajara, el asesino silencioso de miles de abejas en todo el mundo.

Desde hace años, científicos de todo el mundo se preguntan cuál es la causa de la desaparición de millones de abejas en las colmenas. Se barajaron decenas de hipótesis. Entre ellas, la posibilidad de que las muertes estuviesen causadas por el cambio climático o el empleo de pesticidas.

El laboratorio de Mariano Higes, del Centro Apícola Regional en Marchamalo (Guadalajara), ha logrado identificar la causa más probable de la desaparición masiva de abejas. Esa causa es Nosema ceranae, un hongo miembro de los microsporidios descubiertos por Pasteur en el siglo XIX.

Los científicos lo definen como un hongo unicelular que ha reducido su tamaño y su genoma al mínimo para adaptarse a vivir dentro de las células de la abeja, la productiva Apis mellifera.

El grupo de Guadalajara descubrió el Nosema ceranae hace tres años. El laboratorio ha elaborado una técnica de detección genética que logra distinguir a ese parásito de otro muy similar, Nosema apis, que vive desde hace siglos en las colmenas, en armonía con sus habitantes.

Entre las causas de la desaparición de las abejas se llegó a hablar de competición entre especies e incluso de alteraciones y mutaciones genéticas. El caso es que la acción de Nosema es mucho más simple que todo eso.

El Nosema ceranae afecta a los ejemplares más adultos; es decir, a los que están trabajando en el campo. La espora del Nosema entra por la boca de la abeja y se dirige al estómago. Allí despliega un filamento y lo clava en la célula epitelial del ventrículo, transfiriéndole el esporoplasma, esto es, todo su material genético.

Ahí empieza un ciclo biológico que alcanza a todas las células del estómago, que deja de ser funcional, por lo que la abeja ya no puede comer, se debilita y muere. Aunque aún estén vivas, pese a su debilidad, la mayoría no vuelven a sus panales por un mecanismo de defensa de la colmena, según ha explicado Higes.

Por eso, la abeja reina y las jóvenes no suelen verse afectadas. El misterio de la desaparición de las abejas muertas también está resuelto. Los cuerpos no se encuentran porque suelen morir alejadas de la colmena y son pasto de otros insectos y reptiles, y la colmena queda casi vacía, con la reina y unas pocas abejas jóvenes.

Aunque los apicultores asturianos no han padecido apenas los efectos del síndrome del despoblamiento de las colmenas, los científicos estiman que bajo los efectos del parásito podrían estar más del 50 por ciento de las colmenas de España. Ese porcentaje representa más de un millón de colmenas afectadas, sobre un censo oficial de unos dos millones y medio. En los últimos años ha desaparecido entre un 30 y un 35 por ciento de las colmenas existentes.

La mayor prevalencia de este parásito se da en Madrid, Andalucía, Valencia y Extremadura, con alto riesgo de que se extienda a Murcia. Si las colmenas parasitadas no se tratan, el despoblamiento puede producirse en un plazo de seis meses a un año y medio. La solución para acabar con Nosema es aplicar un tratamiento con el antibiótico fumagilina.

Casimiro Sixto Muñiz, presidente de la Federación de Apicultores de Asturias, calcula que en el Principado hay censadas entre 35.000 y 40.000 colmenas. En realidad hay más.

Los asturianos están cuatro veces por encima de la media nacional en consumo de miel. Pero es un error pensar que la apicultura es sólo la producción de miel. Los apicultores recalcan que la abeja es el animal más importante que existe en la naturaleza. Es el insecto que ayuda a mantener el verde de Asturias. Las abejas son las responsables del 80 por ciento de la polinización y, por tanto, de la conservación de la capa vegetal.

Según una frase atribuida a Einstein, «si la abeja desapareciera de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres». El Archivo Oficial de Einstein en Jerusalén desmiente que tal profecía saliera de su boca, pero la cita tiene un fondo de verdad: la naturaleza no sería tan fructífera sin la ayuda de estos milagrosos insectos, auténticos ángeles de la agricultura.

Lo cierto es que las abejas no sólo producen miel, polen, cera, propóleos o jalea real; también se encargan de libar el néctar de las flores y, al hacerlo, permiten que el polen pase de una flor a otra, lo que facilita que la fruta crezca. Se calcula que una tercera parte de lo que comemos procede de plantas o árboles que necesitan la colaboración de la apis mellifera para desarrollarse.