Las cofradías de mareantes o pescadores, como se las ha conocido y se las conoce comúnmente, son, quizá, las cofradías profesionales más antiguas de España, algún historiador las data ya en el mismo siglo X, si bien este dato pudiera parecer no muy fiable, en cambio, sí estaban ya organizadas y constituidas en el siglo XII en toda la costa cantábrica, de «Bayona a Bayona» (la de Francia y la de Galicia), término con el que se expresaban algunos documentos de la época. Sin embargo, está constatado que en la Edad Media las cofradías de mareantes se extendieron a lo largo de la costa cantábrica por todas las aldeas y villas de marineros y pescadores, en el caso de Asturias se reseñaban de la siguiente forma: las de Llanes, Ribadesella, Lastres y Cudillero, y luego Avilés y Gijón.

Hoy más que nunca, como muestra de respeto a la historia y a la heredad de nuestros antepasados, debiéramos de cuestionar parte del legado, todo ello al objeto de mantener la pervivencia de estas cofradías. Una forma de hacerlo pudiera ser cuestionándose el sistema de comercialización tradicional en la pesca artesanal. El incremento progresivo de la demanda indujo a un crecimiento del sector pesquero artesanal (ligado a las cofradías) y del sector comercializador, pero a diferentes ritmos y de forma totalmente asimétrica. De todos es sabido que las lonjas asociadas a cofradías de tamaño medio y pequeño son las más perjudicadas. Los pescadores ofrecen la producción mediante el sistema de subasta a los mayoristas y minoristas. Por este sistema se vende todo el producto. Aparentemente constituye un procedimiento rápido y transparente. Pero, en la práctica, está ocultando otra realidad diferente. El comportamiento de los precios, su variabilidad y oscilación diaria en primera venta no obedece, exclusivamente, a factores de la demanda ni de la calidad del producto sino a otras causas, como el número de compradores presentes en la subasta, acuerdos internos entre ellos, etcétera.

La ausencia de un comprador habitual en una de estas lonjas puede representar una caída significativa de los precios en primera venta. Los pescadores son conscientes de esta situación, pero nunca han planteado sectorialmente una solución o respuesta eficaz a este problema. Es más, cuando, puntualmente, se genera un conflicto entre pescadores e intermediarios suele resolverse a favor de estos últimos. De este modo, se mantiene latente la relación cautiva de un sector respecto al otro y el control sobre el escenario de la lonja. Ante los bajos precios en primera venta, los pescadores, individualmente, desarrollan una serie de estrategias orientadas a optimizar el valor de sus capturas. Por lo general, trasladan sus productos a otras lonjas en las que el precio medio en primera venta es más alto que en la lonja local. Los costes de transporte y mayor inversión de tiempo en el traslado no siempre desembocan en mayor beneficio y no siempre se computan adecuadamente por los propios interesados. El perjuicio es incluso mayor en aquellas otras lonjas que se encuentran relativamente cercanas a las grandes. Muchos pescadores locales que deberían vender la pesca en su lonja respectiva transportan su producto a las grandes con la expectativa de conseguir mejor precio. Esta respuesta conduce a una disminución de la oferta en la lonja local y, a la larga, a la reducción del número de compradores y de la competitividad. En definitiva, un sistema que provoca una serie de ineficiencias y perjuicios sobre las partes más esenciales de una pesquería: los pescadores, los ecosistemas y los consumidores.

La formación de precios de los productos de la pesca artesanal durante la primera venta es más una consecuencia de factores especulativos por parte de los intermediarios que un reflejo real de la demanda, de ahí que exista un amplio margen de intermediación que en la mayoría de los casos no se reparte, y menos repercute en el pescador ni en la cofradía.

Las capturas tasadas muy por debajo del valor real de mercado y con una alta oscilación diaria condicionan en manera alguna la conducta productiva del pescador. El pescador, al desconocer el precio al que va a ser subastado su producto, intensifica su esfuerzo pesquero con la finalidad de incrementar sus capturas para conseguir un aumento en los ingresos, lo que influye tanto en los recursos como en el sobreesfuerzo del ecosistema costero.

En el otro extremo de la cadena encontramos al consumidor final, al que en la mayoría de las ocasiones no le llega fielmente la mayor parte de la información relativa al producto, tanto la relacionada con la trazabilidad como aquella otra relativa al sistema extractivo utilizado: fecha de captura, origen, manipulación a la que fue sometido, arte con la que fue capturado, etcétera. Una información que justificaría un incremento en el valor y aportaría mayor seguridad alimentaria a los consumidores.

La situación actual de la pesca artesanal en Asturias es de difícil pronóstico en términos de expectativas de futuro. Salvo algunas pesquerías concretas, en términos generales el sector artesanal se está desmoronando progresivamente: disminución de recursos, población de pescadores envejecida, falta de relevo generacional, reducción del número de pescadores, etcétera; no es fácil revertir este proceso. Algunas cuestiones inherentes al sector constituyen verdaderos callejones sin salida; una organización sumida en problemáticas ancestrales, tutelada por el Estado a través de sus administraciones, dependiente del apoyo institucional a nivel económico y técnico, cautiva en la mayoría de los casos a vinculaciones políticas concretas, con escasa autonomía para gestionar su futuro, etcétera, está, aparentemente, abocada al inmovilismo y cerrada a nuevas oportunidades, que no oportunismos. Quizás ha llegado el momento de comprender, hoy más que nunca dada la crisis en la que nos encontramos inmersos, que las problemáticas han madurado tanto que el único recurso disponible es el de ensayar nuevas fórmulas que conduzcan a la mejora social y económica del sector. La comercialización de la que brevemente hablamos en líneas anteriores es una vía, pero no la única.

Como se dice ahora, es necesario ponerse las pilas. En esta línea está trabajando la Cofradía de Pescadores «Virgen del Carmen» de Cudillero, que ha dado un paso adelante, y prueba de ello es el innovador proyecto que a través de los «Living Lab» está implantando en los pesqueros al objeto de dar respuesta a uno de los tres pilares en los que se sustenta la comercialización, el consumidor, haciéndole partícipe en el conocimiento y trazabilidad del pescado que va a consumir. Son necesarias iniciativas como ésta si de verdad queremos que pervivan nuestras cofradías de pescadores porque, no lo olvidemos, éstas son verdaderas señas de identidad de nuestros pueblos marineros.