El recuerdo de Manuel Valle Fernández se transmitió a la posteridad, a lo largo de casi un siglo, por medio del de su esposa y sobrina Concha Heres, cuyo nombre estaba vinculado al de un célebre palacete del centro de Oviedo, derribado en 1978, lo que ocasionó polémicas y enfrentamientos políticos como no se habían conocido en Oviedo desde la tala del famoso carbayón. Manuel Valle, al regreso de medio siglo de fructífera estancia en Cuba, realizó los tres sueños fundamentales del emigrante a las Indias cuando embarca: el primero, volver, y volver rico; el segundo, edificar una quinta con palmera en el lugar más evidente de su aldea o, a ser posible, en la villa, mucho mejor si es cabeza de partido judicial, y si edifica el «chalet» en la capital de la provincia, el éxito queda fuera de toda duda, y el tercer anhelo es casarse con la sobrina, para que el dinero ganado allá con esfuerzo quede en casa. Estos matrimonios unas veces salían bien y otras mal, como relata Álvarez Marrón en el cuento «El regreso del indiano». En el caso de Manuel Valle, su fama fue transmitida a su esposa y sobrina, Concha Heres, quien, como era previsible, le sobrevivió muchos años y dio nombre al palacete que con el tiempo se convertiría en el más emblemático de la ciudad, sobreviviente del esplendor arquitectónico consecuencia de la actividad minera e industrial tanto como de las fortunas de los indianos que regresaban, y al que contribuyeron, de manera destacadísima, Juan Miguel de la Guardia, arquitecto municipal, y Javier Aguirre, arquitecto de la Diputación. A La Guardia se deben los planos de la quinta que con el tiempo se llamaría de Concha Heres. La cual, por cierto, no fue construida para Manuel Valle, sino para otro indiano de Cuba, Anselmo González del Valle, el cual adquirió la finca del Villazón, situada entre el Hospicio, la actual calle Uría y el campo de San Francisco, y allí edificó su residencia, en la parte que ahora corresponde a la calle Toreno.

El hijo de González del Valle era músico eminente, por lo que el palacete «fue lugar de encuentro, no sólo para los músicos ovetenses, sino para todos cuantos llegaban a la ciudad -escribe Juan de Lillo-. Y como consecuencia de sus viajes por España y por el extranjero, mantuvo una excelente relación con diversas personalidades, entre las cuales figuraba Saint-Saens, así como el maestro Bretón, que le dedicó su zarzuela «La Dolores».

Las veladas en los salones del palacete tenían su repercusión, incluso fuera de la ciudad, y en no pocas ocasiones la sociedad ovetense fue testigo del estreno de algunas de sus obras más celebradas, la mayor parte de las cuales sobre temas asturianos y algunas dedicadas a Cuba, su país de nacimiento, cuando todavía era colonia española. Los músicos ovetenses Víctor Sáenz, Baldomero Fernández y Saturnino del Fresno fueron también asiduos del palacete. Mas al quedar viudo el joven Anselmo González del Valle trasladó su residencia de la finca de la calle de Santa Susana, que había sido propiedad del doctor Roel, autor de «Etiología de la pelagra», en el lugar donde ahora se encuentra el instituto Alfonso II, vendiendo el palacete al también indiano y también de Cuba Manuel Valle. La finca de Concha Heres, posteriormente adquirida por Pedro Masaveu, siguió manteniendo su aspecto musical, aunque ahora silencioso, ya que parece ser que el magnate almacenaba en ella su colección de pianos de cola. Finalmente, en 1978, la incivil piqueta derribó esta ilustre reliquia de un pasado asturiano más digno de recuerdo que el mostrenco presente y el problemático futuro. Queden grabados los nombres de quienes tal destrucción hicieron o consistieron en los anales de la ignominia.

De Manuel Valle Fernández publica Juan Santana una fotografía en su libro «Asturianos casi olvidados», en la que aparece con uniforme de gala de coronel honorario del regimiento que sostenía a expensas durante la guerra de Cuba, con gran bigote negro (seguramente teñido), doble papada, gran sable con los guantes blancos en el tahalí y el bastón de mando y el sombrero como de caza apoyados en un muerte. Juan Santana, con su prosa peculiarísima, que las más de las veces es la negación de la prosa, señala que «se echa de ver que a su marcialidad le falta brío y soltura, que su uniforme de rayadillo es como de parada, le sobran bastón de mando, teresiana y guantes que los sitúa donde puede... en una palabra, pronto se adivina que es una verdad muy grande lo de que "el hábito no hace al monje" y quien luce los entorchados del coronel no lo es de profesión», añadiendo Santana, por si el lector no se había dado cuenta de lo que pretendía exponer: «¡Caballero, claro que no!».

Manuel Valle nació en San Tirso de Candamo en 1840 y marchó a Cuba con 6 años de edad. Se ha señalado en artículos anteriores que los emigrantes tomaban la resolución de embarcar a las Indias muy jóvenes o ya no lo hacían nunca, pero el caso de alguno que marchara con 6 años es insólito. Íñigo Noriega, por ejemplo, marchó con 12 o 13, y puedo aportar otros ejemplos de emigrantes a esa edad (entre ellos, mi abuelo, Ignacio Noriega Pedregal), pero con 6 años sólo conozco el caso de Manuel Valle. El cual, claro es, se educó en Cuba y vivió en la Gran Antilla prácticamente toda su vida: menos mal que la isla era por entonces española, con lo que Manuel Valle nunca dejó de ser español.

La actividad de Manuel Valle tuvo dos derivaciones importantes: la comercial y financiera, que era la principal de los indianos, y la política, que en este caso obedecía a las circunstancias especialísimas que vivía la isla de Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX, compleja y peligrosa con los movimientos de liberación en marcha y en ocasiones en abierta situación de guerra. Valle se dedicó al negocio tabaquero y en pocos años consiguió reunir un cuantioso capital, convirtiéndose en uno de los españoles más acaudalados de La Habana. Con este importante refuerzo económico inició posteriormente la carrera política. El dinero fue factor fundamental en la actividad tanto de los indianos como de los políticos. En mi querido Llanes natal, dentro del ámbito en el que me tocó vivir, cuando se decía que una persona era «decente» no se hacía alusión a su honestidad, sino a que tenía dinero, mucho dinero.

Manuel Valle no tardó en convertirse en personaje prominente del Partido Reformista, cuyo presidente era Ramón Herrera, conde de la Mortera, y cuyo órgano de expresión era el periódico rotulado mismamente «La Reforma», con la redacción en Madrid. Este partido tuvo sus más y sus menos con don Antonio Maura, a quien le unían evidentes afinidades, y entre otros aspectos notables de su programa se oponía a la esclavitud, aunque la «trata» había sido la base de las fortunas de algunos españoles en Cuba. A mediados del siglo XIX, el traslado de negros desde las costas occidentales de África a las colonias españolas, portuguesas, francesas y a las grandes plantaciones de algodón norteamericanas era un próspero negocio en el que las ganancias compensaban con creces las pérdidas. Pero mediado el siglo, los ingleses, autoproclamados los guardianes del mar, interceptaban el tráfico, por lo que si el barco negrero se encontraba con un barco de guerra de Su Graciosa Majestad perdía la carga y el propio barco.

En la novela «El capitán Cadavedo», de Arnao y Bernal, publicada en Cádiz en 1882, pero con personajes y escenarios cantábricos, el párroco de San Martín de Luiña le dice al protagonista de la novela cuando supo que estuvo en las costas de África a la busca de esclavos: «Mira, hijo, eso no es muy moral ni muy cristiano, y ya se empiezan a reprimir tales viajes». Por la razón que fuera, el Partido Reformista buscaba la reforma de las costumbres y la economía cubanas, y de manera muy especial evitar la situación a la que finalmente se llegó: la derrota militar que supuso el abandono de las islas, Cuba y Puerto Rico, por los españoles. Cuando la guerra fue inevitable, después de la precaria victoria en la guerra de los Diez Años o «Guerra Chica», Valle puso su fortuna al servicio de la causa española, financiando a sus expensas el Cuarto Batallón de Voluntarios, del que fue coronel honorario. También más de acuerdo con las ocupaciones pacíficas, fue elegido en 1886 presidente del Centro Asturiano de La Habana, debido a su gran prestigio, ya que «no pecaba ni mucho menos de locuaz, antes al contrario de parco y sobrio en palabras». Para conseguir fondos destinados al local social patrocinó una corrida de toros en La Habana en la que intervinieron Mazzantini (el tercero en el escalafón, después de Lagartijo y Frascuelo) y Diego Prieto, «Cuatro Dedos».

Más de medio siglo de vida en el trópico había debilitado su salud. Contrae matrimonio con Concha Heres y compra el palacete que llevará su nombre y en 1896 regresa a la patria. Pero como al indiano de «Borona», la vuelta no le cura: sólo excita, tal vez, su nostalgia.

Manuel Valle murió en París el 21 de noviembre de 1896: 56 años de vida, 50 de ellos en Cuba.