El 5 de octubre de 1804 una flotilla española con casi 1.100 hombres al mando del brigadier José de Bustamante y Guerra navegaba en las aguas del Atlántico y estaba a punto ya de alcanzar las costas del Algarve, en Portugal. Había salido casi dos meses antes de Montevideo y el viaje había resultado plácido. Pero a las puertas de España surgió la tragedia. Una flota inglesa interceptó al «Nuestra Señora de las Mercedes», «La Clara», «La Medea» y «La Fama». Una flota con ganas de guerra. Incomprensible, porque España y Gran Bretaña vivían tiempos de paz. El resultado fue estremecedor: dos buques españoles hundidos, 269 hombres muertos (por tan sólo dos de los ingleses) y las otras dos fragatas apresadas. Tres semanas más tarde, España declaraba la guerra a los ingleses. En Francia, un recién coronado emperador Napoleón se frotaba las manos.

La historia naval conoce aquel suceso como la batalla del cabo de Santa María, y uno de los barcos españoles destruidos y hundidos era la fragata «Nuestra Señora de las Mercedes», la misma de la que los cazatesoros de la empresa norteamericana Odyssey Marine Exploration extrajeron decenas de toneladas de oro que ahora reclama el Gobierno español. El supuesto expolio en alta mar se produjo en 2007 y desde entonces late un litigio internacional cuyo primer gran asalto lo ganó, fuera de casa, España, cuando un Juzgado de Tampa (Estados Unidos) dio la razón a nuestro país en su objetivo de recuperar el tesoro. La lucha es a brazo (judicial) partido, porque lo que Odyssey recuperó de las tripas carcomidas de la fragata se estima en unos 3.000 millones de euros de los de hoy.

Con el hundimiento del «Mercedes» se hundió también buena parte de la fama de Bustamante, un marino cántabro que con 25 años ya era capitán de fragata y que tuvo que pasar un injusto consejo de guerra para explicar la rendición frente a los ingleses. Salió absuelto, y quizás en ello tuvo que ver la increíble aventura que Bustamante había vivido años atrás como protagonista de la «expedición Malaspina», el mayor proyecto científico emprendido por España hasta aquella fecha y el mayor reto de investigación náutica de la Europa del momento. La «Malaspina» comenzó en 1789 y terminó en 1794. Durante cinco años dos buques diseñados para la ocasión recorrieron una a una las costas del Imperio español, desde América del Sur hasta Alaska, y desde México hasta Filipinas y Australia. Malaspina era el apellido del segundo promotor de la aventura. Alexandro Malaspina era italiano, marino de vocación y profesión a las órdenes de la Corona de España. Un tipo intrépido que, cuando regresó a España después de cinco años de servicios a bordo, no se le ocurrió otra cosa que criticar la situación de las colonias. Acabó preso.

En la génesis del gran viaje científico español a finales del siglo XVIII encontramos una conexión asturiana. Su principal valedor en la corte fue el entonces ministro de Marina, Antonio Valdés y Fernández Bazán, quien, aunque nacido en Burgos, tenía amplios orígenes en el Principado. De aquella saga nos queda el llamado palacio de Candamo, hoy sede del centro de interpretación del arte rupestre en el citado concejo astur. Antonio era hijo de Fernando de Valdés Quirós, que había sido ministro de Hacienda, relacionado con el marquesado de Casa Valdés. El segundo marqués en la lista nobiliaria fue José Félix Valdés, casado con Manuela Armada de los Ríos, un matrimonio que entroncaba dos estirpes familiares de enorme influencia en Asturias, tanto anterior como posterior al siglo XVIII. El palacio de Candamo, declarado en 2004 bien de interés cultural (BIC) asturiano, fue posteriormente propiedad de los marqueses de Santa Cruz.

Antonio Valdés y Fernández Bazán llegó a ministro de Marina con 38 años y obtuvo el rango de capitán general de la Armada. Llegó a tener una buena amistad con el asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos. Se asegura que Antonio Valdés fue decisivo a la hora de elegir Gijón, y no Oviedo, como sede del Instituto de Náutica y Mineralogía, el embrión del Instituto Jovellanos, promovido por el político gijonés. Cuando Jovellanos plantea la idea, diversos sectores ovetenses defendieron la opción de la capital, que a fin de cuentas era la sede de la Universidad asturiana. Jovellanos barría para casa y contó, además, con el respaldo del ministro. No había más que hablar.

Es seguro que Jovellanos conocía la «expedición Malaspina». Las fragatas «Atrevida» y «Descubierta» partieron del puerto de Cádiz el 30 de julio de 1789, llevando a bordo astrónomos, hidrógrafos, botánicos y una marinería selecta y escogida. Se incluían también naturalistas, dibujantes y marinos de carrera como Alcalá Galiano, que años más tarde se convertiría en uno de los héroes de Trafalgar.

Cuando la expedición parte rumbo a América, en 1789 (el año de la Revolución Francesa), Jovellanos había caído en desgracia. Meses después iniciaría su injusto aunque muy provechoso destierro en Asturias. A la vuelta de la «Malaspina», en 1794, Jovellanos veía inaugurado su Instituto de Náutica.

Los promotores de la expedición, Bustamante y Malaspina, dejaron atrás una España y se encontraron a la vuelta con otra bien distinta. Godoy era ya primer ministro, Luis XVI había sido guillotinado en Francia y una ola de conservadurismo campaba por la piel de toro. Los miles de dibujos, catálogos minerales, mapas y escritos que los hombres de la «Malaspina» habían realizado durante cinco largos años en el mar y de costa a costa acabaron en el baúl del olvido y algunos irremediablemente perdidos. El tiempo los fue rescatando, en parte. El herbario del botánico Luis Née fue heredado por el Botánico de Madrid. Allí sigue.

Fernando Ramírez de Haro es el XV Conde de Murillo y grande de España, pero su salto a la «fama» tiene que ver con su mujer, Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid. El segundo apellido del conde es Valdés, que inevitablemente le emparenta con Asturias. La relación le viene de su madre, Beatriz Valdés y Ozores, marquesa de Casa Valdés, casa nobiliaria del Principado, nacida en 1926. Beatriz e Ignacio Fernando Ramírez de Haro se casaron en los años cuarenta y tuvieron seis hijos.

De hecho, Fernando Ramírez de Haro y Esperanza Aguirre suelen pasar todos los años algún día del verano en Pravia, donde la familia tiene casa. Siguen, así, una tradición familiar mantenida desde hace generaciones. Los más veteranos de la villa recuerdan a Beatriz Valdés, junto a sus hermanas María y Micaela. Eran nietas de Félix Valdés de los Ríos, titular del marquesado, e hijas de Juan Valdés Armada, que se casó con María Teresa Ozores Saavedra. Juan Valdés murió en 1982, dejando una inmensa fortuna a sus descendientes.

Beatriz Valdés es suegra de Esperanza Aguirre. Siempre ha sido rica y siempre ha sido discreta. Fuentes periodísticas le atribuyen la propiedad de casi un millón y medio de metros cuadrados de terreno en fincas en la provincia de Guadalajara, directa o indirectamente afectadas por el paso del tren de Alta Velocidad. Esperanza Aguirre y Fernando Ramírez de Haro se casaron en 1974 y tienen dos hijos.