En la biografía de Ramón Rubín se dan numerosos aspectos que la hacen peculiar. Desde luego, no es un indiano típico, e incluso cabe preguntarse si se le puede insertar dentro de la tipología del indiano. Indiano lo es, en cualquier caso, en cuanto que «español en las Indias». Y al igual que Fernández Juncos en Puerto Rico, es una figura destacada de la narrativa mexicana. Por ello también cabe recordarle aquí: porque se trata de un narrador robusto y caudaloso, a quien algunos llegaron a comparar con Hemingway (aunque, a mi modo de ver, recuerda más a Blaise Cendrars o al enigmático Bruno Traven, el escritor centroeuropeo afincado en México, autor de «El tesoro de Sierra Madre» y «Canastilla de cuentos mejicanos»), aunque muy poco conocido, si no desconocido del todo, en su tierra de procedencia. Sus libros, novelas y colecciones de cuentos principalmente son numerosos, algunos publicados en editoriales de prestigio como el Fondo de Cultura Económica (la novela «La bruma lo vuelve azul», los cuentos de «Los rezagados», etcétera). También escribió guiones para el cine, aunque la única película que llegó a filmarse sobre una historia escrita por él fue un plagio de su cuento «El duelo», con el título de «Los cuervos están de luto», de Hugo Argüelles. A lo largo de su ajetreada vida fue marino, soldado de fortuna, periodista, luchador ecologista, denunciador de gobernadores inciviles y de plagios de ilustres escritores, amigo de los indios del desierto de Sonora y, más conforme con las ocupaciones de los indianos al uso, propietario de dos pequeñas fábricas de calzado. En resumen: Ramón Rubín fue un trotamundos que recorrió todos los mares del planeta (andanzas de las que queda constancia en los cuentos de «Diez burbujas en el mar»), un hombre de acción llamado a la aventura, con una interesante derivación literaria. Como suele ser corriente en los hombres de acción que alternan la aventura con la literatura, sus narraciones son directas y decididas, y en ellas se concede mayor importancia al relato que a la introspección. En este aspecto, se trata de un escritor ameno, que narra con efectividad las historias que trae entre manos. «Ramón Rubín fue un viajero incansable, un observador de la realidad social», escribe Virginia Vargas en la presentación de uno de sus libros. «Es a través de esos espejos que su mirada recolectaba la infinidad de imágenes que luego quedarían plasmadas en sus obras. Su vida estuvo llena de espacios abiertos y eso se refleja en cada una de sus historias». El propio Ramón Rubín confiesa: «Yo nunca he sido un escritor de café o de gabinete. Mi obra está toda inspirada en mis continuos viajes». De su propia vida, no menos variada que sus narraciones, sacó un breve libro autobiográfico titulado «Rubinescas», que hubiéramos deseado más extenso y detallado, pues, dados los indicios y las declaraciones del personaje, muchas de sus aventuras, acaso las más interesantes, quedaron en el tintero.

Según las biografías «oficiales» del escritor, las que figuran en las contraportadas de sus libros, nació en Mazatlán, Estado de Sonora, México, en 1912. Según otros testimonios de que dispongo, nació en San Vicente de la Barquera en esa misma fecha, mas al intentar abrirse camino como novelista mexicano, le interesaba presentarse como nacido en México. Él mismo confiesa en su autobiografía: «Nací en Mazatlán en 1912, según dicen mis padres». No lo da como seguro. Su padre era hijo de unos campesinos de Vidiago que emigró a México con trece años de edad, reclamado por dos tíos solterones enriquecidos en el comercio de Mazatlán. La biografía del padre de Rubín sí es la de un indiano típico. Le acompañó en su viaje su hermano Juan, dos años más joven que él. Los tíos, considerándolos demasiado jóvenes, los enviaron a California, a estudiar en un colegio de Jesuitas, en el que permanecieron cuatro años. Entonces los dos tíos se retiraron y regresaron a España, dejando al empleado mayor, el vasco José Elorza, al cargo del negocio. Éste, para asegurar su parte en la herencia, se casó con la única hermana de los dos principales, y tía, por tanto, del padre de Rubín, el cual también volvió a España para ver la manera de que no toda la herencia pasara a manos de Elorza, y aprovechó para darse un recorrido por Europa, quedando impresionado por la lucha de los holandeses para ganarle tierra al mar. Intentó hacer lo propio en San Vicente de la Barquera, desecando la ría de Peñacandil. El negocio resultó ruinoso, por lo que regresó a México para llegar a algún tipo de acuerdo con Elorza, convertido ahora en su tío político, y que había pasado de Casa Tamez Hermanos, que era el rótulo del negocio de sus tíos, a Casa Elorza, de la que el padre de Rubín sería administrador.

En 1910 contrajo matrimonio con Elena Rivas, hija de un diputado de Mazatlán. Al estallar la Revolución Mexicana de 1912, Rubín padre regresa a España y vuelve a la marisma de San Vicente de la Barquera, que, según parece, estaba ya saneada y podía ser dedicada a cultivos diversos. De este período Ramón Rubín confiesa que todo lo que sabe sobre él es por referencias de sus padres, ya que él apenas tenía dos años, «y a esa edad no se recuerda nada». El joven Ramón Rubín cursa los estudios de Bachillerato en un famoso colegio de agustinos de Llanes. Durante esta etapa estudiantil se consideraba a Ramón Rubín Rivas como natural de Vidiago.

En 1929 regresa a México o, de no haber nacido en Mazatlán, marcha allá por primera vez. Por aquellas fechas la Revolución Mexicana ya se había desflecado de tal manera que un estudioso de ella, Jean Meyer, reconoce que se sabe cuando empieza, pero no cuando termina. Sin duda termina cuando se funda el partido institucional revolucionario, el PRI, suerte de instituto benéfico de ayudas mutuas e implacable máquina electoral con vocación de partido único que aúpa a la Presidencia de la República al general Plutarco Elías Calles después de desbancar por medio de clamoroso pucherazo al candidato presidencial José Vasconcelos, uno de los intelectuales mexicanos más destacados. Vasconcelos, abrumado por lo que se avecinaba, se exilió rápidamente, viniendo a vivir a Gijón, donde permaneció hasta que la Revolución del 34 le advirtió de que España se estaba mexicanizando y fijó su residencia en un lugar mucho más seguro, en Nueva York.

Ramón Rubín sintió desde niño la llamada de la aventura. Sus primeras lecturas fueron «Robinson Crusoe», de Daniel Defoe, y las novelas de Salgari. Ya en México, se dedicó a recorrer el país: «Conozco Méjico desde el Sásabe hasta Chetumal», escribió, y una vez que hubo andado toda la tierra, embarcó para recorrer el ancho mar: «El seno de la esperanza» es la mejor de sus novelas marinas. El mar, asimismo, está presente en muchos de sus cuentos. En 1998 el Colegio de Sinaloa y la Universidad de Occidente publican la antología «Cuentos de mar y tierra», «como un homenaje de reconocimiento a esta aportación literaria».

Después de andar botando por México y por los mares, Rubín se establece en México D. F., donde publica sus primeros cuentos en «Revista de Revistas». Al estallar la Guerra Civil española, se apresura a alistarse en el bando republicano. En México había un solo banderín de enganche, que admitía a todos cuantos quisieran ir a España, sólo tenía que especificar si con Franco o con la República, y algún voluntario contestó que le daba lo mismo, porque lo que verdaderamente le interesaba de aquella guerra era la posibilidad de matar «gachupines». Rubín no llegó a entrar en las Brigadas Internacionales, pero, como tenía experiencia como marino, se le encargó conducir a España un cargamento de veinte mil fusiles y veinte millones de cartuchos, obsequio del general Lázaro Cárdenas a la desabastecida República: durante la navegación, poco después de dejar atrás Gibraltar en dirección a Cartagena, la aviación franquista lanzó sobre el barco setenta y dos bombas, sin que, por fortuna, diera en el blanco una sola. Durante este viaje conoció en persona a la Pasionaria, que era «una hembra grandota, no fea, no muy femenina, no muy atractiva, pero una lideresa de mucha categoría». En el viaje de vuelta llevó consigo a la madre de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, pero dudaba de que pudiera ser su verdadera madre, porque ella era muy bruta y Mercader muy vivo.

De 1940 a 1970 vive en Guadalajara, donde tuvo grandes trifulcas con el gobernador, el conocido novelista Agustín Yáñez, responsable de auténticos genocidios ecológicos: por la vía paterna, Rubín era muy sensible a las marismas. También por esta época puso en marcha negocios propios de «gachupín», dos fábricas de calzado, de las que se cansó, y las regaló a los obreros, mientras él se marchaba a vivir con los indios de Jalisco. A lo largo de su vida publicó unos treinta libros, entre novelas, cuentos y obras del tipo de «La rana y su explotación» y «Manual práctico de piscicultura rural»; también una sugestiva obra de divulgación, «El mar y sus mitos», y novelas de denuncia como «Ese rifle sanitario» y «La canoa perdida», sobre la desecación del lago de Chapala. Sus novelas sobre indios -«La bruma lo vuelve azul», etcétera- son indigenismo literario con conocimiento de causa. ¡Qué interesante sería una biografía en toda regla sobre este personaje que vivió tanto!