Alemania, la referencia. «Después, mi padre se fue a ampliar estudios a Heidelberg, ya que Alemania era la referencia de la psiquiatría en esa poca. Incluso en el presente la psiquiatría ha dado la vuelta hacia Kraepelin y hacia los profesionales alemanes, aunque hoy en día se va mucho más allá. En América ha predominado el psicoanálisis, y en ello influyó que muchos especialistas eran judíos y habían huido de Hitler y del nazismo. Primero a Suiza y después a Estados Unidos. Allí crearon escuela, hasta que la psiquiatría americana se hizo fundamentalmente psicoanalítica. En cambio, en Europa el psicoanálisis prendió en algunos lugares concretos, pero en general siempre hubo otra orientación, con más peso de lo biológico. Y eso pese a que Freud era vienés».

l La Cadellada, según modelo francés. «Mi padre comenzó a trabajar en Llamaquique y, posteriormente, pasa a La Cadellada, cuando es construido el Hospital Psiquiátrico. Hubo unas oposiciones que sacaron José Fernández y él, y fueron los dos codirectores. Después hubo pequeños problemas derivados de la política. Aunque el primero en las oposiciones había sido mi padre, se terminó buscando una situación de compromiso: José Fernández dirigía mujeres, y mi padre, hombres. La Cadellada fue un hospital que se construyó según un modelo francés, y, teóricamente, era uno de los hospitales avanzados de España. En la práctica, había una serie de problemas prácticos, como por ejemplo que no había agua o se cortaba cada poco. Tampoco había médicos. Al comienzo, sólo don José Fernández y mi padre. Después ya fueron llegando don Gerardo Álvarez Uría, Evaristo Radío o Eliburu y Tolivar Faes. Tampoco había cantidad suficiente de enfermeros. Años después, cuando yo fui médico de guardia en La Cadellada, llegué a estar una noche con un solo enfermero para casi 600 residentes en los pabellones de varones».

l La guerra y tres psiquiátricos. «Nazco en 1933. Tengo muchos recuerdos de La Cadellada porque mi padre tuvo bastantes conflictos a costa del Hospital Psiquiátrico. Cuando el edificio es destruido en la Guerra Civil, las enfermas pasan al Colegio del Santo Ángel de Oviedo y los enfermos van al monasterio de Corias. Entonces mi familia se traslada a vivir allí, a Cangas del Narcea. Tengo recuerdos de niño, como el de ir al río y ver cómo los regulares, los soldados moros, lavaban en el río la ropa, con ceniza. También recuerdo que le regalaron un osezno bastante grande a mi padre, que después se lo entregó a Aranda y acabó en San Sebastián. Así que el célebre oso del zoológico de San Sebastián era de Cangas del Narcea. Lo vi de niño, por la calle Mayor de Cangas, sujeto con cuatro cadenas o cuerdas, y un hombre tirando de cada cabo. Durante la guerra, el Gobierno republicano, que estaba en Gijón, crea el Hospital de Valdediós, para enfermos que eran familiares de republicanos. Colocan enfermeros también republicanos. Aquello fue un desastre. Entraron los regulares, con las tropas nacionales, y fusilaron a diestro y a siniestro. Cuando entran, solamente quedaba en Valdediós un enfermo demenciado; los demás se habían escapado. A quienes fusilaron fueron a los enfermeros. Valdediós no tuvo psiquiatra porque hubo uno nombrado que no se incorporó y funcionaron con la buena intención de los enfermeros».

l Fusilamientos en Valdediós. «Acerca de esto hubo un incidente desagradable hace unos años, porque la autora de un libro sobre los sucesos de Valdediós pidió permiso a una persona para contar ciertos datos. Afirmó que mi padre había participado en aquello. Mi padre había ido a Valdediós porque se lo mandó el comandante Caballero, a ver qué pasaba allí, y cuando llegó se encontró con que se habían producido fusilamientos y con que sólo quedaba un enfermo. Fue un episodio en la vida de mi padre muy traumático y era difícil hablar de eso con él. Mi familia se querelló contra la autora del libro, y la persona que le había dado los datos fue a verme y hablamos tranquilamente. Conservo una carta que me envió en la que aclara todo aquello y que mi padre no estuvo involucrado».

l Conflictos con González Peña. «Ortega y Gasset, en el Campoamor, había nombrado a mi padre presidente en Asturias de la Asociación de Defensa de la República. Luego se hace falangista y es jefe de Falange en Cangas del Narcea. Mi padre era una persona con una cultura elevada, que conocía Alemania, Francia, es decir, Europa, y creyó en la República como lo habían hecho tantos. Después vio que aquello no funcionaba y lo que le marcó definitivamente fue le Revolución de 1934. Eso y las relaciones con Fernández Peña, socialista, que era el presidente de la Diputación y se creía con derecho de pernada. Mi padre tuvo con él problemas descomunales y firmaba unos oficios (yo he visto alguno) en los que al final decía: "Dios guarde a usted muchos años para bien de la República", y Peña se echaba al monte. González Peña se metía en todo. Conservo recortes de periódico en los que se cuenta que le prohibía a mi padre salir a trabajar o a estudiar al extranjero porque se suponía que no lo necesitaba, ya que se debía considerar que estaba suficientemente formado».

l Muertos por inanición. «Después de la guerra, mi padre vuelve a tener problemas con la Diputación, por dificultades con la alimentación de los enfermos de La Cadellada. El presidente de la Diputación era Chacón, y ahora no recuerdo bien si mi padre había sido testigo en su boda o al revés. Los hospitales psiquiátricos siempre fueron la parte desagradable y pesarosa de la sociedad. Se consideraba que no había nada que hacer con los enfermos. Se ingresaba a las personas y salvo que tuvieran una depresión de la que se recuperasen, que no era infrecuente, allí se quedaban para siempre. Los esquizofrénicos no se recuperaban, desde luego. Y había muchas discusiones con la alimentación. Mi padre escribió un informe para la Diputación en el que demostraba que las muertes se producían por inanición. Chacón pretendió que cambiara ese informe y mi padre se negó en redondo. Allí comenzaron unos líos espantosos, que yo recuerdo presencié de chaval. Pero eso estaba demostrado y conservo datos de un montón de muertes por hambre. Acaban expedientando a mi padre y está un tiempo fuera de La Cadellada. Él había creado una clínica en Noreña, en San Martín de Anes, en un palacete con palomares y torres, que era de los Tartiere. En 1956, esa clínica se trasladó a La Corredoria, donde continúa. Después de la guerra, la familia volvió a Oviedo y mi padre se desplazaba en tren a El Berrón y allí le esperaba un caballo con una "charré" para ir al sanatorio de Noreña. Siendo chavales aquello de ir en coche de caballos nos entusiasmaba y los alrededores de San Martín de Anes eran un paraíso, especialmente para la caza».

l Especialización en neurología. «Tuve la vocación de psiquiatra y nunca pensé en hacer otra cosa que no fuera Psiquiatría. Si volviera al pasado, haría lo mismo, pero para no pasar por lo que pasé como médico en el Hospital Psiquiátrico me hubiera ido a trabajar a Alemania o a Inglaterra. No obstante, en el presente estoy muy contento de trabajar aquí, pero del otro modo hubiera evitado disgustos. Estudié en Valladolid e hice el doctorado en Madrid, y la tesis doctoral con López Ibor, que después leí aquí, en 1982, con la Facultad de Medicina ya creada. Estudiábamos la carrera de Medicina y asistíamos a las prácticas propias de Medicina, pero los que pensábamos en la psiquiatría íbamos especialmente a las clases de Villacián, que era el psiquiatra del manicomio de Valladolid. En aquellos años los asturianos que hacíamos eso éramos Margolles, de Gijón, y yo; más Margolles que yo. Durante los veranos, en Oviedo, madrugaba e iba con Plácido Buylla al Hospital del Naranco, a ver medicina interna, y cuando acababa con él me iba a La Cadellada. Me encomendaban tareas y procuraba hacerlas lo mejor posible. Curar en aquella época a un enfermo era un triunfo personal. Yo tenía formación neurológica, porque en cuarto, quinto y sexto de carrera me marchaba en los veranos a Francia, a Salpétrière, con el doctor Garcin. Por la mañana iba a hacer neurología y dos veces a la semana iba a unas sesiones que organizaba Ajuriaguerra en La Pitié. Él era un psiquiatra que estuvo exiliado y que luego fue catedrático en Ginebra. Un genio. Y por encima de los conflictos».

l La psiquiatría antes de los medicamentos. «Mi formación neurológica era lo que yo llevaba un poco por delante con respecto a otros compañeros. Siempre recuerdo que una vez me dijo mi padre que fuera con él al Sanatorio Girón, a ver a un enfermo. Le examiné y me pareció que tenía una dolencia que se llamaba meningismo. Decidí hacerle una punción lumbar. El enfermo me confesó después que al verme había pensado: "¿No habrá otro carajillo en Oviedo que pueda verme?". En cuanto a la práctica de la psiquiatría, hay que tener en cuenta que hasta el año 1950 no aparece el primer fármaco útil en psiquiatría. Antes se utilizaban el electroshock, los tratamientos con insulina o la esencia de trementina en los casos o situaciones más intensas, con una inyección que les producía un acceso aséptico. Una barbaridad. De aquella época eran también los baños y las duchas de agua fría. Pero la psiquiatría era igual en todas partes. Aquí se practicaba lo mismo que en todas partes y no había ningún experimento extraño. En aquella época, el electroshock era un tratamiento de cabecera, absolutamente admitido, y en el presente sigue siendo admitido, contra lo que piensan algunos antipsiquiatras. Antes del electroshock se había aplicado el Cardiazol, que era pentametileno tetrazol, un analéptico circulatorio que a mí no me tocó poner. Se los inyectaban a los enfermos y pasaban por un episodio de angustia terrible, y a continuación padecían una crisis convulsiva porque tanto el electroshock como el Cardiazol, y primero el alcanfor, nacen pensando que los enfermos de epilepsia no padecían esquizofrenia. Entonces, provocando ataques epilépticos se vencía la esquizofrenia. Era la teoría de aquella época, pero hoy se sabe que es absolutamente falsa. El electroshock se sigue usando en depresiones muy graves, depresiones con intento de suicidio, en casos muy concretos, o con ciertas formas de catatonia. Lo que pasa es que ya no se aplica como entonces, cuando no se dormía a los enfermos. Hacia el año 1953 empezamos a dormir a los enfermos mediante un hipnótico. Incluso a partir de 1960 se les administraba un relajante. Después se aplicaba el electroshock».

l Plazas para 600 y 1.100 enfermos. «La Cadellada tuvo varias fases. La de su creación, en esa colina que se llamaba precisamente La Cadellada. Después llega la incorporación de mi padre y de don José como jefes clínicos, y más tarde van llegando más médicos para cubrir las guardias. Años después hay un momento clave en la historia de La Cadellada, que es a partir de 1950, cuando se inicia la construcción de Ensidesa. Una fuente de trabajo como fue aquello en sus comienzos fue el atractivo para cantidad de población que antes vivía en condiciones peores en sus lugares de origen. Pero muchas de aquellas personas trabajaron en unas condiciones sin controles ni seguridad, por ejemplo el trabajo en las cámaras neumáticas, para construir los cimientos de Ensidesa. Terrible. Además, Ensidesa atrae una población tan grande, del sur o del centro de España, que en ella hay personas que vienen con enfermedades mentales o que empiezan a padecerlas aquí. Se les realizaba un diagnóstico y se les ingresaba. En aquel tiempo, la legislación era otra y el gobernador o el alcalde, por ejemplo, tenía potestad de pedir un informe médico y dictar el ingreso de esos enfermos. Hoy en día, para tener un enfermo ingresado contra su voluntad tienes que pedir permiso al juez e informarle periódicamente. Antes, las autoridades civiles tenían potestad suficiente. Aquel aluvión de personas trajo la consecuencia de un aumento enorme de los ingresos en el Hospital Psiquiátrico de La Cadellada. Se pasó de tener un ingreso a la semana a cinco diarios en los años cincuenta. La Cadellada se concibió para 600 enfermos y llegó a haber 1.100».

Nace en Oviedo, el 3 de septiembre de 1933. Obtiene la licencia en Medicina en Valladolid y el doctorado por la Universidad de Oviedo. Especialista en psiquiatría y neurología.

Trabaja como asistente en hospitales franceses y alemanes, y es médico de guardia del Hospital Psiquiátrico Provincial de Asturias (La Cadellada).

Fue jefe del servicio de psiquiatría del Hospital Central de Asturias y es médico y director de la Clínica San Rafael, de Oviedo, fundada por su padre, Pedro González-Quirós Isla.

Ha sido profesor en la Facultad de Medicina de Oviedo y en la Escuela Universitaria de Enfermería.

Académico de la Real Academia de Medicina de Asturias y León. Fue representante de España en la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 1984 y 1985, como especialista en fármaco-dependencias y alcoholismo. Ha publicado obras sobre alcoholismo en Asturias y en España, sobre los cuentos de tradición oral y el desarrollo emocional, o sobre arte y locura.

Segunda entrega, mañana, lunes: Memorias de Pedro Quirós.