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Memorias 1

"A mi abuelo Pepón Valdés, jefe de los municipales de Mieres, le ocultaron unas prostitutas en el 34"

"Siendo responsable de la JOC despachaba cada 15 días con Tarancón; él veía que yo era muy lanzada, por ejemplo, con las huelgas, y le decía: 'Tenemos que ir, porque la Iglesia es la cofradía de los ausentes'"

Conchita Valdés, rodeada por Silvia Ramos, María González, Vanesa González y María Ezama, en el Adaro. fernando rodríguez

Doble fondo de una cama. "A mi abuelo le recogieron las prostitutas del Norte, en el barrio Gonzalín. Su patrona era una mujer llamada la Mierense y era uno de los dos prostíbulos que había en Mieres y que yo llegué a conocer ya de chavalina; quiero decir que conocí las casas, pero no a las mozas porque el invicto general prohibió ese oficio. Y mi abuela, que ya digo que era sumamente católica y, por lo tanto, contraria a ese tipo de vida, jamás permitió que delante de ella se hablara mal de una prostituta, porque tenía conciencia de que su marido les debía la vida a esas mujeres. En la guerra, mi padre fue movilizado por los rojos y estuvo por Pajares y León. Él decía que nunca disparó un tiro, porque el teniente del batallón, o lo que fuera, que era de Mieres y del mismo tiempo de mi padre, le dijo: 'Cristóbal, no pases miedo que no te voy a poner en línea de tiro, vas a ir siempre en retaguardia y el día que pueda te paso al frente nacional'. Y, efectivamente, una noche muy oscura el teniente fue a buscarlo a la tienda: 'Coge la manta y el macutu que hoy es el mejor día', y lo llevó hasta la raya. Pero cuando mi padre entró en la zona nacional no llevaba credenciales de que era de derechas y no era un hombre de confianza. Al acabar la guerra le tuvieron retenido en un campo de Llanes, hasta que alguien lo avalara. Mi abuelo Pepón había pasado la guerra escondido en un doble fondo de una cama de casa. En los 17 meses de guerra fueron a buscarlo 14 veces, pero no le encontraron. Y mi abuela metía la mano en el bolso del mandil y rezaba el rosario mientras los rojos registraban la casa. Tuvimos la suerte de que en la vecindad no hubo ningún chivato. Cuando mi abuelo estuvo en condiciones de salir a la calle, se puso el uniforme de inspector y se fue con un capitán del Ejército de moros y regulares que estaban en Mieres para traer a mi padre".

Sindicato Amarillo. "Y el padre de mi madre también era de derechas. Se llamaba Antonio el Amarillo, que era un mote político, porque era del Sindicato Amarillo, el rompehuelgas, de la Agremiación Obrera Católica. Él era jefe de los guarda jurados de Fábrica de Mieres y, según decían, era el amo porque era el confidente de la señora condesa. Y así como mi abuelo Pepón no tomó represalias contra nadie, Antonín? Hay una anécdota. Hablando hace unos años con una señora de Mieres me comentó que era de La Rebollada, 'donde estaban los Amarillos, que eran tan malos que echaron a mi padre de la fábrica y con tantos hermaninos que éramos en casa no entraba una peseta'. Y yo pensaba: 'Si supieras que el Amarillo era mi abuelo?'. No se lo dije porque la pobre mujer podía quedar cortada. También me pasó otra con una camarada del Partido Comunista, que me dijo: 'Conchita, ¿quién me iba a decir que al cabo del tiempo íbamos a ser camaradas tú y yo, porque en la Revolución del 34 salí muchas veces en manifestación pidiendo un, dos, tres, la cabeza de Valdés; ¿no nos guardas rencor ni nos tienes antipatía?'. 'En absoluto. ¿Tú me tienes rencor a mí por ser católica?'. 'No, no me importa'. Al terminar el Bachillerato en Mieres me hubiera gustado mucho ser médico y dedicarme a la investigación, pero mi abuelo murió antes de tiempo y mi abuela, que era la bondad en persona, me dijo: 'Chitina, no sé cómo lo verás, pero me parece que vas a tener que empezar a trabajar'. A las viudas de funcionarios les quedaba muy poca pensión. Así que entré de auxiliar en una farmacia. Tenía 19 años, era manceba de botica y entregaba toda la paga en casa. Mi abuela me daba dos pesetas los jueves y diez los domingos".

La clase obrera. "Seguía con mis prácticas religiosas y en la Acción Católica de la parroquia de San Juan de Mieres. Pero vino un cura perdido de no sé dónde, Florentino Pérez, y un día nos empezó a hablar de la Juventud Obrera Católica, la JOC. Nos dijo en qué consistía y nos habló de Cardijn, su fundador. Sin hablar abiertamente de socialismo o de la clase obrera, soltó alguna palabra que me hizo reflexionar. Y no me cayó en bajo. La clase obrera no existía en mi casa; no se hablaba de ella. Yo sólo sabía que por delante de casa pasaban los mineros a las cuatro y media de la mañana con unas madreñas de clavos. Y le decía a mi abuela: 'A estos hombres, sólo por levantarse y apagar el despertador, había que darles 5.000 pesetas'. Yo había leído algún librucu y un día le dije a mi abuela: 'Abuelina, esto que me cuentas tanto de Franco y de tanta bondad en los nacionales y falangistas, la verdad es que yo veo cosas que no deberían haber sido así'. 'Eso no ye pa nenes; tú calla la boca y déjalo'. Empecé a ir a la JOC y cada vez me gustaba más. Después empezamos a conocer sacerdotes de un prestigio extraordinario, Óscar Iturrioz, Pepe el comunista, Benavides, Santaeufemia? La cabeza se iba agradando e ibas viendo cosas. Algunas se las contaba a mi abuelina y otras no, porque veía que ella sufría. Era una mujer de pueblo, pero muy inteligente. Más tarde salí responsable de JOC en la comarca del Caudal y me tocó formar muchos grupos. Llegamos a hacer una JOC muy buena y potente, y empezamos a interesarnos por las cosas sociales, a leer libros de la historia del movimiento obrero y algunas empezamos a escarcear un poco en 'El Capital' y leer filósofos, con los debidos problemas de conciencia. Y mi abuela decía: 'No sé por qué me parez que voy a tener una nieta comunista'. 'Que no, que no, ¿no ves que los domingos voy a misa y comulgo?'".

Magdalena y Azcárate. "Estando en la JOC, iba a la Asociación de Amigos de Mieres, que era la sede clandestina, o la tapadera de los comunistas. Era socia y me gustaban mucho las charlas que allí daban. Eso también me lo dijo un cura de Mieres, don Nicanor López Brugos: '¿Por qué nos vas a Amigos de Mieres y te haces socia?'. Allí me empezó a echar el ojo Agustín, "el Barberu", que me invitó a entrar en el movimiento vecinal, que lo formaron los comunistas. Él me dijo: 'Conchita, ¿no te gustaría presentarte a la candidatura de la dirección de la asociación?'. 'Bah, fíu yo de esto no entiendo na; yo voy a la JOC y estoy aprendiendo a moverme por el mundo'. Pero me presenté y salí presidenta. En aquel tiempo se celebraban en Madrid las conversaciones entre marxistas y cristianos. Estaba Miret Magdalena por los cristianos y Manuel Azcárate por la parte marxista. Yo escucha a Azcárate y me decía: 'Este hombre no está desencaminado'. Yo comentaba aquello con los curas asturianos y me decían, muy prudentes: 'Vete asimilando, vete viendo las cosas y no aceleres tu formación'. Pero también te empujaban un poco. Traté mucho a Tarancón, que era muy respetuoso, y también cuando ya me hice comunista, que fue después de que un camarada me preguntó que si me iba al partido, y le contesté: 'Esto no se dice así, que yo del partido no sé nada'. Pero un día le dije a mi abuela: '¿Para qué te voy a estar engañando; yo ya soy comunista. ¿Viste que cambiara en algo?'. 'Pero, ay Chitina, por favor, no pierdas la fe; haz el mejor bien que puedas, pero no dejes la Iglesia'. 'No tengas miedo, que la llevo muy arraigada dentro de mí, pero quiero ser libre y quiero ser comunista'".

"Tarancón al paredón". "Siendo responsable de la JOC despachaba cada 15 días con Tarancón. Él veía que yo era muy lanzada, por ejemplo, con las huelgas, y le decía: 'Tenemos que ir, porque la Iglesia es la cofradía de los ausentes'. Y lo sigo diciendo: un cristiano no levanta el culo de la silla ni aunque caiga la iglesia encima. Es una cosa que no puedo entender y lo digo con toda la seriedad y respeto. Tarancón, porque se lo oía a algunos sacerdotes, me comentaba: 'Veo que la JOC tiene una escuela de comunistas', pero me lo decía con cariño. Y cuando llegó el momento, Tarancón supo tener lo que había que tener. Cuando yo veía la pintada 'Tarancón al paredón', me entraba una alegría enorme, pero no porque quisiera que lo mataran, sino porque me decía: '¡Coño, por lo menos hay uno de la Iglesia que estorba'. Y era un arzobispo cardenal de Madrid, una cosa muy gorda. Pero un día ya le dije en Oviedo: 'Mire, señor arzobispo, no quiero engañalu porque no va conmigo la doble vida, pero soy comunista'. Y me replicó: 'Ya me parecía, ¿qué vas a hacer?'. 'Pues lo que usted quiera; mi cargo diocesano está a su disposición, pero el partido no lo voy a dejar y la Iglesia tampoco'. Y él me dijo: "Que no, que no, que sigas, pero no te me desvíes mucho'. Y seguí hasta que cumplí los 35 años, la edad máxima para estar en la JOC".

Pie izquierdo atrás. "Para entrar en el PC eran necesarios avales y me los habían dado Agustín "el Barberu", Berto Barredo, un militante extraordinario y minero del pozo Barredo, y Alberto Loreo, de Loredo, un pueblo de Mieres, que trabajaba en Nicolasa. Éste era de aquellos hombres que paraban los pozos cuando querían. Ya vestido en la sala de baños, con las botas ya calzadas, echaba el pie izquierdo para atrás y lo apoyaba en la pared. Ésa era la señal de huelga y no se movía ni un minero. Tengo estado en asambleas en las que se usaba esa señal. A las cinco de la mañana estuve muchas veces en la casa de baños de los pozos, y bajé a las minas y a los talleres de explotación. Moríame de miedo, pero había que hacerlo. Cuando entré en el PC, era todavía clandestino y nos reuníamos donde podíamos, más bien de noche que de día y en cuadras, pajares o por los montes. Y con un candil y dos camaradas que estaban vigilando por si venía la Guardia Civil en caballos. Y si nos reuníamos de día en una cuadra, la mujer de uno de los camaradas ponía unas botellas de sidra, y chorizo y jamón, y estábamos como en una espicha, que no estaban prohibidas por el dictador".

Blasfemias. "Entré en el PC cuando Tini Areces era el secretario general, porque Horacio Fernández Inguanzo estaba en la cárcel. Horacio era un hombre que imprimía carácter y tenía una delicadeza extraordinaria, pero tenía unas ideas firmísimas. Nunca le oí hablar mal de nadie. Estábamos una vez Horacio, Emilio Huerta 'Triqui' y yo y me preguntó Triqui: 'Tú, ¿cuánto tiempo pasas en la iglesia?'. 'Menos que tú en el chigre'. Y dijo Horacio: 'Anda, vuelve a por otra'. Fue la única broma que me gastaron con mi catolicismo, y voy a decir más. Como en toda la militancia de Asturias, y sobre todo de las Cuencas, la blasfemia está a la orden del día, una vez les dije: 'Os rogaría que cuidaseis un poco el lenguaje porque, la verdad, mis sentimientos se ven un poco heridos con tanta repetición de la mismas palabras'. No se creerá, pero delante de mí era rarísimo que se les escapara una blasfemia. Tengo que agradecer mucho al partido que a una mujer católica y de familia de derechas la elevaran a cargos de tanta responsabilidad. Pero empecé haciendo de enlace y pasé mucho miedo".

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