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La caída de Fábrica de Mieres, el titán industrial que se desvaneció entre el humo

Antiguos trabajadores, testigos del cierre de la empresa, afirman que hace 40 años no se intuyó la trascendencia social de su desmantelamiento

En la imagen superior, Ángel García, Eugenio Vidal y José Ramón Pardo, paseando por la calle del actual polígono de Fábrica de Mieres. Abajo, a la izquierda, una vista aérea de la antigua factoría. A la derecha, el derribo de uno de los gasómetros. j. r. silveira

Fábrica de Mieres fue el gigante minerosiderúrgico que a mediados del pasado siglo XX tiró de la economía asturiana. Este coloso industrial llegó a dar empleo a unas 7.000 personas, casi la mitad integradas en la plantilla de la descomunal factoría proyectada en 1879 por el empresario francés Numa Guilhou, desarrollada por el ingeniero Jerónimo Ibrán y que estuvo ubicada a orillas del río Caudal, entre Ablaña y La Rebollada. Mieres respiró durante décadas el denso humo cargado de cenizas que las chimeneas de la "fabricona" vomitaban sin cesar. La ciudad creció al calor de sus altos hornos hasta que, de un bocado, la tierra se tragó todo este entramado industrial. Primero, entre 1967 y 1970, desaparecieron los empleos y, poco después, las mastodónticas edificaciones fueron demolidas hasta no dejar rastro de aquel próspero y bullicioso enclave fabril. De Fábrica de Mieres no queda en pie ni un almacén. El único vestigio es una tumba, la de Numa Guilhou, que asoma olvidada entre la maleza. El resto son viejas y descoloridas fotografías. Su lugar lo ocupa un polígono industrial sin grandes empresas, que dan trabajo a unas trescientas personas.

Han pasado algo más de 40 años desde que Fábrica de Mieres cerrase sus instalaciones al seccionarse sus divisiones minera y siderúrgica. La primera quedó englobada en la actual Hunosa y la segunda se integró en la Unión de Siderúrgicas Asturianas (Uninsa), conformada por las principales compañías privadas de la región, pasando más tarde a formar parte de la siderurgia pública (Ensidesa). Aquella decisión, tomada por los tecnócratas que por entonces controlaban los resortes neuronales de la dictadura franquista, introdujo en Mieres un virus que, a la larga, ha generado un decaimiento del que el municipio nunca se ha podido recuperar. Los 71.000 vecinos que sumaba el concejo en 1970 son ahora 41.000. Hace cuatro décadas, cerca de 3.000 trabajadores, con sus respectivas familias, hicieron las maletas y se fueron en busca de un nuevo horizonte laboral a Gijón, donde se construyó una nueva factoría siderúrgica ya bajo la denominación de Uninsa.

"Fue algo natural que la gente asumió sin traumas", recuerda Ángel García, extrabajador de Fábrica de Mieres. Él fue de los que decidieron quedarse en Mieres, pero la mayoría se fue: "En la factoría podrían trabajar unas 4.000 personas y calculo que no menos de 3.000 optaron por marchase", sostiene Eugenio Vidal, que vivió los últimos años de este emporio industrial tras pasar por la Escuela de Aprendices, un referente formativo de la época herencia de la acusada conciencia social que siempre tuvo la empresa. En apenas un par de años unos 12.000 mierenses se trasladaron a Gijón. Este caudaloso flujo migratorio llenó de vida barrios como La Calzada o Pumarín. Por el contrario, el hasta entonces rollizo padrón de Mieres inició una dieta forzosa que ya dura más de 40 años.

La mentalidad actual hace complicado entender cómo 3.000 trabajadores aceptaron un traslado sin que el proceso resultara traumático. Más extraño parece aún si se tiene en cuenta la fortaleza que por entonces ya tenía el movimiento obrero de las Cuencas, acostumbrado a librar sus batallas en las trincheras de la movilización, como había sucedido poco antes en la "huelgona" de 1964. "No hubo huelgas ni nada parecido; hay que recordar que por entonces sólo estaba el Sindicato Vertical, no había asambleas, y las informaciones llegaban por el boca a boca", recuerda José Ramón Pardo, otro veterano de Fábrica de Mieres que vivió en primera persona su desmantelamiento. "En general, todo el mundo quedó contento", asegura. Y es que a los trabajadores se les puso sobre la mesa una oferta más que sugestiva. Para empezar, el traslado a Gijón no era forzoso y a los empleados se les daba la oportunidad de seguir en Mieres, en este caso vinculados a la por entonces incipiente pero bien musculada Hunosa. La alternativa era poner rumbo a Gijón. Se les ofrecía vivienda gratis y una mejora salarial. En caso de preferir seguir residiendo en Mieres, Uninsa dispuso de autobuses para llevar y traer de Gijón diariamente a los trabajadores . "Todo fueron facilidades, se puso un puente de plata y la inmensa mayoría optó por irse", destaca Vidal.

El municipio no calibró bien en aquel momento el tremendo golpe que acababa de recibir. Fue el inicio de un repliegue industrial que dos décadas más tarde tendría su continuidad con el cierre de las explotaciones de carbón. Hubo, por lo general, poca resistencia. Aun así, quedaron para el recuerdo episodios inolvidables. Uno de ellos fue la protesta que protagonizó el recientemente fallecido Manuel Salvadores, "Lito", subiéndose a la chimenea de Fábrica de Mieres. Se trata de un relato que con el paso del tiempo ha adquirido tintes de historia de ficción, pero lo cierto es que ocurrió. El sindicalista cogió agua y comida y se encaramó en lo alto del torreón siderúrgico. Una vez allí, se ató con un acuerda, adoptando una posición semitumbada. A su lado colgó una enorme bandera de Asturias. Desde abajo, el enorme cuerpo de Manuel Salvadores, con sus 130 kilos de peso, apenas se divisaba, pero su determinación en defensa de la continuidad de la factoría conmovió y agitó a la sociedad mierense. "Fue algo sonado, pero sin más trascendencia", apunta Vidal. Tras su larga protesta suspendido a casi cien metros de altura, expuesto a los gélidos vientos del invierno asturiano, Manuel Salvadores comprobó cómo su musculado cuerpo flaqueaba. Los pies se le hincharon y pronto comprendió que su vida corría serio peligro. Intentó bajar, pero sus piernas no respondían. Casi una metáfora de lo que estaba sucediendo en ese momento en Fábrica de Mieres, dos colosos rendidos. Fue entonces cuando Lito solicitó ayuda. La Guardia Civil tuvo que descolgarlo con cuerdas.

Desmontar Fábrica de Mieres costó mucho menos que levantarla. La empresa fue constituida en 1879 por Numa Guilhou y Protasio García Bernardo, con un capital social de 17 millones de pesetas. En 1881 ya disponía de tres altos hornos y una larga lista de instalaciones complementarias. Durante las siguientes décadas no paró de crecer. El nacimiento de esta gigantesca compañía se vertebró sobre una importante red de minas de carbón y el gran complejo siderúrgico situado entre Ablaña y La Rebollada. La empresa pronto asumió un papel matriarcal, impulsando proyectos de gran calado social. A principios del siglo XX la compañía instala dos economatos para abastecimiento de los trabajadores y sus familias, uno de textil y calzado y otro de alimentación. Además, en 1904 Ernesto Guilhou, hijo de Numa Guilhou, fundó en Mieres una escuela para niños. En 1915 se iniciaron las obras de un nuevo colegio con patio para recreo, capilla, biblioteca y sala de juegos, inaugurándose en 1918. Esta inquietud académica desencadenó en 1956 la creación de la Escuela de Aprendices, que permitiría a la compañía formar a sus propios oficiales. "Entrabas con 14 años y pasabas directamente a formar parte de la empresa, te pagaban la mitad del salario que percibía un trabajador, llegando a cobrar hasta 800 pesetas mensuales", señala José Ramón Pardo. "Te formaban y sabías que cuando acabaras de estudiar te esperaba un empleo para toda la vida, aquello era un ejemplo de formación profesional que bien se podría imitar ahora", recalca Vidal.

A finales de la década de los sesenta en Mieres había mucho trabajo. Fábrica de Mieres y la construcción absorbían la demanda de empleo fuera de las minas. Se levantaron grandes barriadas obreras, como San Pedro y Santa Marina. La ciudad pronto ocupó todo el ancho valle del río Caudal. El cierre de la factoría desencadenó un inesperado y rápido declive. En los terrenos que ocupó el gigante siderúrgico impulsado por Numa Guilhou hay ahora un polígono industrial, salpicado de pequeñas naves, algunas cerradas. "La mayoría son almacenes, como mucho habrá trescientos puestos de trabajo", lamenta Eugenio Vidal. "La reindustrialización ha sido un fracaso, ya no hay grandes empresas vertebradoras", añade José Ramón Pardo. La antigua Fábrica de Mieres es ya apenas un lejano recuerdo, un triste espejismo de lo que no hace mucho fue Mieres, un oasis industrial.

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