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Aquí hubo una fiebre del oro

Tierra adentro, la búsqueda de tesoros legendarios supuestamente enterrados por los musulmanes generó un fenómeno sociológico de gran arraigo entre finales del siglo XIX y comienzos del XX

Cuando no había lotería ni quinielas, salir de la miseria encontrando un tesoro enterrado desató en la Asturias rural un fenómeno sociológico, una meta a la que consagrar una vida. Una "fiebre del oro", "sin exagerar". Jesús Suárez López, responsable del Archivo de la Tradición Oral del Museo del Pueblo de Asturias, da fe de ello porque subtituló así el libro en el que recopiló en 2001 las historias de los buscadores de tesoros de tierra adentro entre finales del siglo XIX y bien entrado el XX . Cuenta el etnógrafo que el mito de las ayalgas, de las yalgas o las chalgas, de los tesoros y los chalgueiros que las buscaban sin desmayo hunde la raíz en la creencia, tan falsa como arraigada en su tiempo, de que "a los moros, cuando fueron expulsados, no les dio tiempo a llevarse sus innumerables riquezas y las dejaron enterradas con la ilusión de recuperarlas algún día". Habría animales de oro, toda clase de utensilios de oro, vajillas de oro, incluso mezquitas subterráneas labradas en oro... Y como todo tesoro, tenía sus mapas, anotaciones en papeles manuscritos, muchos hechos y vendidos por embaucadores, que "los campesinos llamaban gacetas".

La búsqueda llegó a ser un fenómeno de dimensiones superiores a las imaginables, abunda Suárez. "Cuando alguien piensa en tesoros tiende a imaginar galeones hundidos o riquezas submarinas, pero durante mucho tiempo aquí el tesoro era el que estaba enterrado, oculto bajo tierra". La paradoja es que la búsqueda de una joya llevaba a destruir otras, que el rastreo conducía a los chalgueiros a la excavación incontrolada e incansable de castros, túmulos y construcciones megalíticas hasta ser considerados "la pesadilla de los arqueólogos".

Todo esto cedió cuando surgieron "otras fórmulas a las que confiar la expectativa de la fortuna rápida y que vinieron a sustituir a la búsqueda de la riqueza escondida", asegura Suárez, pero el fenómeno es nuevo ni exclusivo. Más bien todo lo contrario. Incluso se puede trazar un círculo histórico universal siguiendo el rastro de las leyendas que empujan al rastreo de la riqueza legendaria o inexistente. Sería más o menos así: "En Asturias buscamos tesoros abandonados por los moros; en Marruecos, las riquezas que dejaron los romanos; en Roma, las de los etruscos" y si hace falta cerrar el bucle "también en México andaban detrás de los caudales que habían dejado atrás los conquistadores españoles".

Buscando a los buscadores, siguiendo las huellas que dejaban sus relatos, Jesús Suárez encontró deliciosas anécdotas capaces de ilustrar por sí solas el fenómeno. En Folgueraju, Cangas del Narcea, se llegó a sostener sin asomo de duda que en Casa Tiso habían hecho su fortuna cuando el patriarca "soñó que si viajaba a Madrid encontraría un tesoro en la Puerta del Sol. Lo hizo y no encontró nada, pero se topó con un transeúnte al que le contó su caso. 'Si tuviésemos que aceptar todo lo que dicen los sueños', le respondió éste, 'yo estaría ahora en un pueblo de Asturias, Folgueraju, porque soñé que allí hay una casa con una cuadra que tiene escondido un tesoro debajo de la solera donde duerme el castrón pinto'. Tiso se dio cuenta de que hablaba de su casa, volvió, veló una noche y cuando comprobó dónde se acostaba el castrón levantó la solera y halló una cabra de oro". Lo mejor de esta historia de sueños cruzados es que también está muy lejos de ser nueva o exclusiva de Cangas del Narcea: "De este mismo relato hay dos versiones de los siglos XVI y XVII que transcurren en Sevilla, también se cuenta en 'Las mil y una noches', he descubierto incluso una versión japonesa y hasta es labase de un best seller, 'El alquimista', de Paulo Coelho".

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