La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jesús González Peña, magistrado jublado del Tribunal Supremo

"Yo juré aplicar la ley, no el catecismo, así que, me gustase o no, siempre respeté la norma"

"Al Gobierno no le interesa tener un Poder Judicial fuerte, quizá por eso en España contamos con el menor número de jueces por habitante de Europa"

Jesús González Peña, en la plaza de la Gesta de Oviedo. miki lópez

Jesús González Peña nació en Oviedo, donde vive, hace 86 años. Fue magistrado del Tribunal Supremo después de una larga y brillante carrera profesional, fundamentalmente en Asturias, y tras dictar más de veinte mil sentencias, ¡todas en plazo! "Tenía tanto trabajo y quería despacharlo siempre en plazo que durante años y años, primero en Mieres y después en Oviedo, sólo salía de casa para ir al Juzgado y, los domingos, a misa".

"Soy del Postigo bajo, enfrente de las escaleras que suben a la plaza del Paraguas. Mi padre era empleado del Banco Español de Crédito. Mi madre, ama de casa, procedía de una aldea de Sariego. Mis abuelos paternos eran de Granda. Mi abuelo, albañil. Mi abuelo materno había sido indiano, se fue a Cuba y regresó sin nada. Se casó con una señora del pueblo, pusieron una tienda y se defendieron. Pasé mucho tiempo en Sariego. De niño estuve enfermo de tuberculosis, que entonces llamaban de primera infección. Hace dos años me operaron de un pulmón y me dijeron, en el Centro Médico, donde está mi hijo de director médico, que aquella infección había sido una tuberculosis. Estudié el Bachillerato en los Maristas. Mi madre puso una droguería en la calle Jovellanos. Se llamaba Jovellanos. Allí vivíamos. En el piso de abajo vivía don Guillermo Estrada, que era secretario general de la Universidad. Daba clases de Derecho del Trabajo. Veía muy mal. Yo, el día antes de una clase, tenía que bajar a su casa a leerle los libros del tema que iba a explicar al día siguiente. Aprovechando esa coyuntura hice el primer curso de Graduado Social. Llegaron las notas y don Guillermo me puso sólo aprobado. Fui a protestar y me dijo: ´claro, venías a camelarme´ ".

Apellidos revolucionarios. El magistrado comparte apellidos, aunque no es pariente, con Ramón González Peña, líder de la revolución asturiana de octubre de 1934, circunstancia que en alguna ocasión, como cuando optó a realizar las milicias universitarias, le causó ciertas complicaciones. En todo caso, como magistrado en Mieres y dado su ritmo de sentencias, creó jurisprudencia con fallos históricos a favor de las primas a picadores trasladados al exterior de la mina o sobre las pensiones de enfermos de silicosis que se remontaban a antes de la Guerra Civil. Como dice, "mis sentencias sobre pensiones de silicosis causaron un terremoto enorme".

Casado y con seis hijos, por el verano, en Celorio, pintaba paisajes a la acuarela. Ha realizado siete exposiciones individuales. En su día salía al campo a pintar con Pedro Álvarez, César Pola o Ruperto Caravia. Ahora, a causa de una dolencia cardiaca, se limita a paseos sin el peso de los útiles de pintura. Está feliz porque este año le permiten bañarse.

"Me retiré porque estaba enfermo del corazón y mi hijo médico quería que lo dejase. Tenía 72 años, aún podía seguir hasta los 75. Había una categoría especial de magistrados del Supremo que nos permitía retrasar la jubilación. Yo tenía controladas las pulsaciones a 50 por minuto. Participé en una discusión sobre la Seguridad Social de sacerdotes y monjas exclaustrados. ¿Cómo se les computaba? Yo mantenía que había que computarlo en su totalidad, como si hubiesen estado cotizando todo el tiempo. Otros, que fue lo que triunfó, decían que no. Vi que tenía las pulsaciones a 120 y dije, ´señores, dejo la discusión´ y me retiré". Cree que "no debe haber jueces de derechas y de izquierdas, un magistrado tiene que aplicar la ley sin meterse a legislador".

El sentido común es un tesoro. "Siempre tuve vocación de juez, aunque no es fácil explicar en qué consiste. Desde chiquillo me llamaban para dirimir controversias. En mi propia familia era albacea con 15 o 16 años. Quizá vieron en mi cualidades propias del sentido común. En un Juzgado lo que hace falta es sentido común. Es un tesoro. Un juez es esclavo de la ley. Por naturaleza debe ser conservador en cierto sentido ya que no puede modificar la ley. Debe adaptarla, eso sí, al sentir social pero sin convertirse en legislador. En el ámbito científico hubo ciertas tendencias a que hubiese jueces creadores del Derecho. No recuerdo nombres porque al tener 86 años se olvida uno del léxico y de los nombres de las personas. Un juez está para aplicar la ley que le da el legislativo. Si no que vaya a un partido político y se convierta en legislador. Si asume su función en plenitud deberá adaptar la ley a ese sentir social. Es distinto el sentir de San Pablo en relación a los esclavos, diciendo que había que tratarlos bien o la actualidad. La ley hay que adaptarla, pero no crear la ley. No fui un creador del Derecho. Intenté siempre solucionar los problemas con rapidez. Me gustó el aspecto social del Derecho".

Una justicia muy rápida. "Fui un estudiante corriente. Me admira en las entrevistas que leo en los periódicos cómo todos son listísimos. No, yo fui corriente. Pero siempre sentí que la justicia debe ser muy rápida. La gente está esperando por su salario o por su pensión y ese problema hay que resolverlo con rapidez. Me enorgullezco mucho de ser quizás el único magistrado de España que ha dictado todas sus sentencias dentro de plazo. El número puede parecer exagerado, pero ahí están los archivos para comprobarlo. Estuve 31 años de magistrado de trabajo, con una media de 800 sentencias al año, así que salen veintitantas mil sentencias. La que más tardó fue tres meses, y la media, de mes y medio. Las consecuencias fueron obvias".

Nadie quería Mieres. "Tuve mucha suerte. Me nombraron magistrado de trabajo de Mieres. Una plaza que nadie quería. Sé que dos antes la habían rechazado. La solicité y me la dieron porque era el único que la quería, el único que quedaba. Me nombraron en 1966. Y el 1 de enero de 1967 entraba en vigor la nueva ley de la Seguridad Social, que nadie conocía. Nadie apenas reclamaba fundándose en esa ley. Como iba rápido, mis sentencias eran las primeras en aparecer. No inventaba la pólvora, pero era el primero que salía a la palestra. Y creaba jurisprudencia y eso era muy agradable. Las sentencias se publicaban. Se mandaban a distintos sitios de España, solucionando determinados problemas. Y formé, sin corresponderme, una jurisprudencia que después se recogía en una orden ministerial o en un decreto".

Aquella huelga de picadores. "Hubo una huelga en la cuenca minera por parte de los picadores. Los que tenían enfermedad profesional los sacaban al exterior a un puesto compatible. Tenían una prima en relación con su categoría profesional, pero como estaban en el exterior les daban otra prima inferior. Se pusieron en huelga reclamando lo correspondiente a su categoría de picador. Fueron a magistratura, la Delegación de Trabajo se enteró y me pidieron que les facilitase la sentencia cuando la dictase. Bueno, iba a ser pública de todos modos. Les di la razón a los picadores, aunque el puesto fuese compatible. Recogieron la sentencia a la una y media. A las tres de la tarde en la radio ya dijeron que al día siguiente se publicaría en el BOE la orden ministerial de acuerdo a la sentencia. Eso agrada mucho. Además, claro, se acabó la huelga".

La silicosis paga de raíz. "Ante una ley el juez no tiene que ser progresista ni conservador. Tiene que ser juez sin adjetivos de ninguna clase. Me encontré en Mieres con un asunto que supuse me iba a dar mucho trabajo. Había reclamaciones por enfermedad profesional, por silicosis. Se había creado el fondo compensador de enfermedades profesionales que se nutría de una prima que percibían las distintas sociedades que se dedicaban a esa garantía. La silicosis estaba considerada como un accidente de trabajo producido por microtraumas. Tenía su retribución por salarios reales, por salarios percibidos. La enfermedad profesional de silicosis es lenta y tardía. Puede encontrarse mal una persona, dejar de ser minero y pasar a otra profesión. Contaba el último salario de minero para la pensión. En 1966, cuando fui a Mieres, llegaban señores reclamando por silicosis detectadas y que habían trabajado como mineros antes de la guerra con salarios de 25 pesetas. Cómo iba yo a dar una pensión del 75 por ciento de 25 pesetas. Era un hecho indudable que sufrió la enfermedad profesional durante todas esas décadas y eso había disminuido su capacidad para cualquier trabajo. Lancé la doctrina según la cual les correspondía el salario equivalente al mínimo profesional de su categoría, como si estuviesen trabajando en el momento en que se diagnostica la enfermedad. Si se le diagnostica en 1966 la silicosis a alguien que había sido picador en su día pues le corresponde el salario mínimo de picador de 1966".

Abogados desagradecidos. "Fue una revolución. Yo temblando. Apliqué la ley según el sentir social pero sin modificarla, pues les daba el salario real como si estuviesen trabajando. Hubo miles de sentencias acogidas a esa pionera. Me cayó trabajo por todos los lados. Si me la confirma el Supremo muero en el tumulto, pensé. Y efectivamente casi muero en el tumulto. Por cierto, no tuve del Colegio de Abogados una nota de agradecimiento. Durante años sólo salía de casa para trabajar, claro, y los domingos, a misa. Trabajaba sin parar todos los días y con enfermedades, muertes familiares, bodas y bautizos. Cuando veo que se habla de retrasos en la administración de justicia y pienso en el Colegio de Abogados de Oviedo, siento tristeza ya que nunca salió en defensa de los magistrados de Oviedo que tenían las cosas al día. El colegio de Gijón cubre un territorio más pequeño que el de Oviedo, sin embargo si podían traían aquí las demandas de enfermedades y accidentes porque sabían que se fallaban primero y cobraban todos".

En Cangas del Narcea espabilaron. "Los tertulianos, sin conocer, hablan todo el día de retrasos en la administración de justicia. Los jueces con vocación quieren hacer las cosas rápidamente. Los juicios sociales son verbales y pueden ir rápido. Lo que no debe ser es que al dictar una providencia inmediatamente aparece un recurso y se retrasa todo. Cuando estuve en Cangas del Narcea los juicios de mayor cuantía llevaban años tramitándose. En el primer verano me pidieron la suspensión de los juicios por las vacaciones. 'No', dije, 'traiga usted un poder notarial de su cliente para que pueda yo suspender el juicio'. Las tramitaciones de años se convirtieron en sólo seis meses, que es lo que señala la ley para mayor cuantía".

El Gobierno frente a los jueces. "Al Gobierno no le interesa tener un Poder Judicial fuerte. Es lo que ocurrió con aquel campesino prusiano que le dijo al rey: 'Majestad, en Berlín todavía hay jueces'. Y es que el rey quería quitarle unos terrenos y no pudo. Quizá por eso en España tenemos el menor número de jueces por habitante de Europa. Los tertulianos no saben que tenemos leyes que arrancan prácticamente de la época de la Inquisición en que el juez no razonaba las sentencias. No necesitaban justificarlas. Las Cortes de Cádiz reaccionan y dicen que lo que no está en los autos no está en el mundo. Yo, juez, veo desde mi ventana cómo un señor traslada un mojón de una finca. Al día siguiente viene al Juzgado el perjudicado y reclama que se le restituya lo que le acaban de quitar. Pero si no me lo demuestra, mi conocimiento de los hechos no cuenta. El juez no puede actuar como dicen los tertulianos, necesita de alguien que denuncie, sea el fiscal o una persona legitimada para eso".

Pucherazo franquista. "Una ley puede no agradarme. Pero la tengo que aplicar. Juré aplicar la ley, no el catecismo, así que, me gustase o no, siempre respeté la norma. En la época de Franco había juntas electorales formadas por el presidente de la Audiencia, el magistrado de Trabajo decano, el rector de la Universidad y otras autoridades. En octubre de 1971 hubo elecciones a procurador en Cortes por el tercio familiar. El decano me dijo: 'Hombre, Jesús, estoy haciendo una casa en Luanco, ¿por qué no vas tú por mí a las sesiones de escrutinio de la junta'. Fui. Tuve la mala suerte de que me nombraron escrutador. A las nueve de la noche llegó la documentación. Miré la primera acta y firmaba gente que no debía y así sucesivamente. En otras, había más votos que votantes. Anulé el 25 por ciento de las actas de Asturias en las elecciones a procuradores a Cortes por el tercio familiar; estaban llenas de irregularidades. El presidente se puso enfermo, el rector se puso enfermo y me tuve que enfrentar solo. Al día siguiente pensé que me iban a mandar una inspección y que iba a pasar momentos desagradables. Pero, es curioso, nadie me dijo nada. Y nadie en todos los años que fui magistrado me presionó por ninguna cosa. Nadie".

Los sindicatos reducen el trabajo. "El trabajo era muy interesante. Después los sindicatos intervinieron con mucho éxito sobre los asuntos que iban a magistratura y se empezaron a resolver las conflictos de tipo económico sin pasar por los juzgados. Las magistraturas se convirtieron en un apartado de la Seguridad Social. Los asuntos eran más aburridos. Si alguien está enfermo o tiene una invalidez, jurídicamente eso tiene poco contenido. Si en una fábrica introducen una máquina y eso afecta a 30 trabajadores, hay que solucionar los problemas que provoca. La invalidez afecta a solo una persona. Bueno y a su familia. Los problemas grandes los quitaron los sindicatos".

El Supremo, duro y divertido. "Un buen día me llamaron de Madrid que si quería ir al Supremo. Bueno, vivo muy bien en Oviedo. En Madrid tengo que coger piso. Me dijeron que las sentencias las podía poner en Oviedo. Tenía que estar sólo para los días de debate. Entonces acepté. Para mí, es motivo de orgullo el apoyo que recibí del Consejo General del Poder Judicial para ir al Supremo. Logré todos los votos del Consejo, que son 21. Estaba allí Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid. Francisco Tuero me animó a ir al Supremo, donde fue antecesor mío. El trabajo era duro y divertido. A principios de mes te daban las sentencias que había que estudiar. Nuestra función era la unificación de doctrina. Trabajabas un mes en algo y si al final aparecía un Jaimito o era yo el Jaimito y te echaban abajo la sentencia. Si había una discrepancia pasaba a sala general, que se reunía dos veces al mes. Ir dos o tres días a la semana con proyectos de sentencia era pasar un examen. Si salía con las sentencias aprobadas, respiraba tranquilo.

Compartir el artículo

stats