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EL CAMINO PRIMITIVO

De los itinerarios jacobeos españoles el más seguido es el llamado Camino Francés, que entra en España por Roncesvalles. Es el que sigue total o parcialmente el 70% de los peregrinos. El segundo es el portugués, con un 13% de seguidores, por delante del Norte (6%), al que Asturias aporta más de 200 kilómetros, con predominio costero y paso muy recomendable por Oviedo. El cuarto itinerario, por orden cuantitativo, es el de la Ruta de la Plata. Y el quinto, que sigue poco más del 3% de los peregrinos, es el Camino Primitivo, que, con el del Norte y el Lebaniego, acaba de ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Desde la perspectiva asturiana ponderar los dos itinerarios que discurren por la región no conlleva la necesidad de una elección. El de la costa es espléndido, como sabemos los que convivimos diariamente con él durante muchos días del año. Pero al Primitivo nadie puede arrebatarle la jerarquía de haber sido el primero de todos. Paradójicamente, si algún reconocimiento espera es el de los propios asturianos, que sólo en los últimos años han comenzado a transitarlo de forma significativa, aunque por el momento siguen siendo minoritarios en su propia tierra. Desde la experiencia de haberlo recorrido, sólo cabe animar a disfrutar de la experiencia única que supone sumergirse en su belleza poliédrica, en la que la dulzura de la campiña, el misterio de los bosques o la grandeza de la montaña se suceden o se fusionan y siempre se potencian mutuamente. Es un itinerario que permite reconocer el poso de la Historia, con jalones imponentes como el monasterio de Cornellana, la colegiata de Grandas de Salime o el castro del Chao San Martín. O asomarse a cimas del arte, como las que alberga la colegiata de Salas con las esculturas de Pompeyo Leoni. Subir grandes puertos, como el Palo o la Marta, y bajar laderas interminables, como la del valle del Navia. O, más allá del Acebo, reconocer en las aldeas lucenses los hórreos asturianos. Y disfrutar de parajes únicos, como el Bosque Encantado, cuya travesía sobre una alfombra de hojas de roble precede a la aparición, en la cabecera de un valle delicioso, del monasterio de Obona, en diálogo con el pueblo con el que comparte nombre desde siglos atrás. También, el paso por pueblos pequeños pero muy vivos, como Berducedo o A Mesa, u otros tan fantasmales como bellos, como Montefurado o Lago, o el descanso en villas tan placenteras como Salas, Tineo o la Puela de Allande o, ya en Galicia, ciudades encantadoras como Lugo. En el recuerdo pesará tanto el de las pequeñas ermitas -la capilla del Carmen en Llampaxuga, al lado mismo de Oviedo; la de Santa Marina, en Buspol, sobre el gran foso del Navia- como el de grandes desconocidas, como la iglesia de Vilabade, conocida como "La Catedral de Castroverde". Aunque lo que quizá acabe prevaleciendo sea lo más personal, como el trato, siempre apacible, con los campesinos o, sobre todo, la convivencia con peregrinos de todas las regiones españolas y de países muy diversos, ya sea en albergues tan austeros como acogedores como en admirables palacios renacentistas, tal el de Tineo, que Benjamín Alba ha convertido en hotel para rescatarlo de la degradación.

RETO Y OPORTUNIDAD

Si el Camino es, en cada caso, un reto para las personas, puede ser una gran oportunidad para los territorios. Pero para que esa oportunidad se aproveche en todo su alcance será preciso que los reconocimientos que, como ahora, llegan de los organismos internacionales se interioricen para transformarlos en energía creadora. Sentirse orgullosos de saber que el Camino se inició en Oviedo no servirá de nada si no nos ponemos en marcha.

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