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Mucho más que gorriones y palomas

Las ciudades albergan una riqueza insospechada de aves, que crece en los espacios verdes y arbolados, aunque alcanza a todo el casco urbano

Mucho más que gorriones y palomas

Seis y media de la mañana. Clarea el día. Un canto musical y enérgico, culminado en un característico chisporroteo, rompe el silencio. El emisor es un macho de colirrojo tizón que, apostado en un tejado, proclama la propiedad de un territorio. Otra voz le responde en la esquina opuesta de la manzana. Y le siguen más, como un eco, hasta que todas las parcelas del vecindario quedan delimitadas. Este pájaro insectívoro es una de las aves urbanas más comunes. A fin de cuentas, los edificios no dejan de ser roquedos como los que habita en ambientes naturales, con oquedades donde hacer el nido y grietas y fisuras donde obtener presas. Es un ave numerosa, pero desconocida para la mayoría de sus convecinos humanos. Como tantas otras... Apenas han transcurrido unos minutos y el canto del colirrojo deja de ser la voz solista de la mañana: suenan algarabía de estorninos negros, los dulces trinos de los aviones comunes que anidan bajo la cornisa del tejado, y el piar de los gorriones que se citan en la jardinera antes de emprender su callejeo... La ciudad parece un desierto de asfalto, pero bajo esa apariencia late mucha vida. Sólo hay que detenerse a mirar y a escuchar.

Un paseo basta para comprobarlo. El chillido de los vencejos comunes da noticia de estos infatigables acróbatas aéreos nada más pisar la acera. En ella, los gorriones comunes buscan migajas y la lavandera blanca, la popular mariagarcía, atrapa insectos a carrerillas. Un solar con algunos árboles demuestra cómo se multiplica la biodiversidad urbana a la menor oportunidad, en cuanto hay vegetación. Un simple golpe de vista (y de oído) descubre una docena de especies: paloma torcaz, petirrojo europeo (raitán), mirlo común (nerbatu), chochín (cerrica), carbonero común, herrerillo común, curruca capirotada, urraca común (pega), pinzón vulgar, verderón común, serín verdecillo y jilguero europeo. Todos ellos aparecen en los parques del centro, aunque sólo una parte habita entre medias, en las hileras de arbolado que, a modo de vías verdes, conectan los "pulmones" del núcleo urbano con la periferia que se toca con la campiña. A medida que esa frontera difusa entre lo rural y lo urbano va quedando atrás, la diversidad disminuye. Persisten vencejos y gorriones, los más ubicuos, los primeros por su capacidad de vuelo y los otros, por su perfecta adaptación a la ciudad, convertida en su principal refugio.

Los edificios viejos, abandonados, con espacios sin uso o con oquedades suficientemente acogedoras dan la oportunidad de establecerse a algunas parejas de cernícalo vulgar; su poderoso pariente el halcón peregrino también ha aceptado los edificios como sustitutos de los escarpes rocosos; comida no le falta, ya que es un especialista en la caza de otras aves y siente predilección por las abundantísimas palomas. Ya en pleno centro, los jardines actúan a modo de islas donde se concentran las aves, y los tejados sirven de soporte para los nidos del cuervo grande y de la gaviota patiamarilla.

Todo esto en un paseo. La cuenta de especies de un año completo puede rondar el centenar. La media es de 112,5, según el cálculo de un reciente estudio, sobre 150 urbes del mundo. Mucho más que palomas domésticas y gorriones.

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