La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

médico

Sidra, cáncer y otros

Sidra, cáncer y otros

Cuando a finales de la década de los ochenta del pasado siglo me empecé a interesar por la relación entre dieta y salud había depositado grandes esperanzas en lo que se había denominado quimioprevención del cáncer. Un artículo de Richard Doll había sembrado la esperanza. Con datos de la FAO, había demostrado que donde más vitamina A se consumía había menos cáncer de pulmón.

En el laboratorio se investigaba la capacidad preventiva de algunas sustancias. Los betacarotenos eran uno de los preferidos. Bastaba añadirlos a cultivos celulares en los que se habían producido artificialmente mutaciones cancerígenas para que las células regresaran a su fenotipo normal. Estas sustancias de gran tamaño se encuentran en los vegetales, son las que dan color a las zanahorias o a los albaricoques. Actúan como carroñeros: engloban y destruyen los productos químicos ajenos al organismo que pudieran ser perjudiciales. Además se divide en dos vitaminas A, con propiedades antioxidantes entre otras cosas.

La hipótesis era que el consumo de esos vegetales anaranjados podría evitar el cáncer. Para demostrarlo se hizo un estudio importante que consistió en invitar a voluntarios médicos americanos fumadores a tomar bien aspirina, bien betacarotenos, ambos o ninguno. Naturalmente ellos no sabían qué tomaban y la asignación al tratamiento fue al azar.

Se suspendió el estudio antes de finalizar, con gran escándalo en la ciencia, porque se demostraba que tomar aspirina a días alternos protegía del infarto de miocardio y esto no se podía ocultar a la sociedad. Haber mirado los datos antes de tiempo va contra la ciencia estadística de manera que desde entonces en el diseño se establece cuándo y cuántas veces se examinarán los datos.

Años más tarde se publicó que los betacarotenos no ejercen ningún efecto preventivo. Se unía a un buen número de estudios con vitaminas que fracasaron en demostrar efectividad. Hoy la postura es que si algo hacen las vitaminas y los antioxidantes es acelerar el cáncer.

Pero había otras substancias sin valor nutritivo que se postulaban como preventivas. Son los fenoles, isotiocianatos y otros que abundan de manera irregular en los vegetales. Las crucíferas del genero brássica son unas de las que más tienen. Y sobre ellas recayó el interés. A comienzos de la década de los noventa realicé un estudio comparando el consumo de estas verduras, berza, repollo, brécol, etcétera, entre pacientes con cáncer de pulmón y sin él. No encontré nada claro, coincidiendo con tantos otros. La relación entre dieta y cáncer, tan esperada, no se acaba de descifrar.

Por aquel tiempo aún no se había decidido que el alcohol es cancerígeno. Había suficientes estudios que demostraban que, en dosis moderadas, protege contra la enfermedad coronaria. En dosis elevadas aumenta el riesgo. También es protector de la enfermedad vascular cerebral como pude comprobar en un estudio que realicé en Asturias. Hay que aclarar que se mide el consumo de alcohol, no de bebidas alcohólicas en particular. En unos sitios predomina el vino, en otros la cerveza, el sake o la sidra. En todos se comprueba que unos 25 gramos al día son protectores, pero que 50 incrementan el riesgo. Los fabricantes de bebidas argumentan que es la suya la que protege, no hay pruebas.

Ahora se publica en la prensa asturiana que la sidra, en función de su contenido en polifenoles, que tienen propiedades antioxidantes, protege contra el cáncer, la enfermedad coronaria y la diabetes. Hay al menos cuatro familias de polifenoles, no sé cuáles tiene la sidra, tampoco está claro cuáles tienen las mejores propiedades. Por lo que entiendo, no conozco la publicación científica, son estudios de laboratorio. De ahí a la clínica resta un abismo que, como he comentado, traga la mayoría de las hipótesis. De todas formas, con modestia, empiezan a aparecer estudios clínicos que evalúan alimentos con altas concentraciones de estas substancias. Una dieta con una cápsula que es un concentrado de granada, crucíferas, té verde y cúrcuma retrasa -en un estudio- la progresión del cáncer de próstata al compararlo con los que toman un placebo. Habría que confirmarlo. El chocolate negro es otro de los más estudiados. En un estudio financiado por la Nestlé, por ejemplo, se muestra protector cardiovascular.

Aunque con mis trabajos no fui capaz de encontrar los potenciales beneficios de la dieta en cáncer o enfermedad cardiovascular, sigo esperanzado con que esto se demuestre algún día. La manzana ha sido tradicionalmente un alimento en el que resuena la salud. No sé si la sidra contiene más polifenoles que la manzana, sustancias que se producen en respuesta al estrés. De todas formas, aun en el caso de que fuera así y de que algún día se demostrara que las propiedades que se encuentran en el laboratorio se traducen en un beneficio clínico, no me parece que ésta sea la fuente recomendada, principalmente porque la relación entre alcohol y cáncer no tiene un umbral, lo es desde la mínima dosis y porque hay otros alimentos que pueden ser más beneficiosos sin ningún perjuicio.

Compartir el artículo

stats