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MATILDE CARLÓN RUIZ | Secretaria general de la Universidad Complutense de Madrid

"La Universidad no ha sabido jugar el papel que le exigía la crisis profunda que vivimos"

"Desconocemos hacia dónde vamos: el modelo de país, el jurídico y el universitario son mucho más inestables que cuando yo era estudiante"

Matilde Carlón Ruiz. luisma murias

Matilde Carlón Ruiz (Oviedo, 1971) vive pegada a un teléfono. "Por trabajo, no por gusto", dice. Es lo que tiene ser la nueva secretaria general de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Esta profesora de Derecho Administrativo es la viva imagen de su madre, la cronista oficial de Oviedo y colaboradora de LA NUEVA ESPAÑA, Carmen Ruiz-Tilve, en gestos, espontaneidad y facilidad de palabra porque, como ella misma señala, más que madre e hija son "compañeras".

Carlón estudió Derecho en la Universidad de Oviedo, en la que también realizó el doctorado. Pero en cuanto presentó su tesis se marchó a Madrid. "No me importa reconocer que me echaron de la Universidad de Oviedo, pero eso me llevó hasta la Complutense, que pega más conmigo y que me ha acogido maravillosamente". Su labor docente fue intermitente. Pasó etapas profesionales en la Comisión Europea y en el Tribunal Constitucional. "La vida da muchas vueltas, la mayoría inesperadas, y lo he comprobado en primera persona". Pero, a pesar de ese aparente carrusel, Mati, como la llaman sus allegados, siempre sintió la Universidad como su casa, a la que siempre volvió y en la que hace pocas semanas acaba de estrenar cargo dentro del equipo de gobierno del nuevo rector, Carlos Andradas.

-Está recién llegada a su nuevo cargo, ¿cómo se está adaptando?

-Estoy volviendo a retomar algunas rutinas, porque es un puesto que tiene mucho de mecánico en su organización, pero la Complutense es tan grande que estás llena de sobresaltos y de novedades cada día.

-La primera vez que asumió este cargo fue con el anterior rector, José Carrillo, pero dimitió. ¿Qué le ha llevado a volver a aceptar la oferta?

-Me ha convencido su planteamiento. Yo tengo un sentido institucional muy grande y una vocación universitaria muy clara. He tenido otras ocupaciones profesionales, buscadas o encontradas por el camino, pero siempre las he ido reconduciendo al ámbito universitario. Creo en la Universidad. Por eso, cuando me pidieron un compromiso con ella, porque creen que puedo aportar algo bueno, me planteé esa pregunta a la inversa. ¿Por qué razones diría que no? Y lo haría por pereza o por cobardía, bajo esa idea de que segundas partes nunca fueron buenas. Pero esos pensamientos no van con mi carácter, y por eso me animé.

-¿Hubo algo de cobardía o pereza en su dimisión anterior?

-Para nada, fue por falta de entendimiento con el anterior rector.

-¿En qué aspectos?

-Creo que no es oportuno comentarlo.

-Pero, ¿fue por motivos ideológicos o educativos?

-Por asuntos institucionales. Por una falta de sintonía en una forma de hacer. No me sentía cómoda en un modelo que no me identificaba.

-¿Qué supone ser secretaria general de una entidad educativa como la Complutense, que trasciende las fronteras de su ciudad y de su comunidad?

-La UCM no es una universidad cualquiera. Un cargo así supone asumir un compromiso con la Complutense, pero también con la Universidad en general. Es creer que con los tiempos que corren, con una crisis tan repetida y en la que estamos instalados, y en los que la Universidad atraviesa su propia crisis, es especialmente importante apostar por ella, porque es más necesaria si cabe de lo que venía siendo en todas las labores: en la docente, en la investigadora y en la testimonial. Tiene que recuperar su papel de institución que sirva como punto de reflexión, que quizá no esté cumpliendo del todo en estos momentos.

-¿Por qué?

-Porque ha sido el escenario de las múltiples causas y efectos de la crisis. Está en un proceso de desdibujamiento por varios motivos, en el que también está un factor interno. Veníamos de un modelo que no funcionaba por varias razones y al cambiarlo no se supo definir cuál era el nuevo papel que tenía que jugar la Universidad. Tiene que ser una buena productora de profesionales capacitados, sí, pero no sólo o no tanto.

-Ponga un ejemplo.

-Lo llevo a mi terreno, al derecho administrativo. El ordenamiento es cada vez más numeroso, complejo y cambiante, y el alumno necesita mucho más la orientación del profesor para hacer esa selección, esa labor de síntesis, y tener esa capacidad crítica, pero el sistema te lleva a que simplifiques al máximo. Y tú tienes la sensación de que esa labor que se supone sólo puedes hacer tú, por tu posición y experiencia, es cada vez más difícil de desempeñar. En la parte investigadora, qué le voy a contar. Y en las labores de reflexión y de guía, la Universidad no ha sabido jugar el papel protagonista que debería jugar en esta crisis que vivimos.

-¿Hay peligro de politización si se liga tanto la educación al pensamiento crítico?

-La Universidad tiene que estar atenta a su realidad, pero no entregarse a ella. Y en ese proceso está el riesgo de politización, claro. Pero tiene que huir de él, porque si no le deja en muy mal lugar.

-Pero la Complutense sí ha estado politizada.

-Durante años sí, pero más por apariencia que en su día a día. Una cosa es lo que transciende y otra lo que ocurre en realidad.

-Podemos nació en las facultades de la UCM, ¿representa a una mayoría?

-Nació en la Facultad de Ciencias Políticas, que es lógico. Es razonable que un profesor acabe formando parte de un partido, es una opción personal. Eso puede llevar a una identificación no fidedigna de la institución con movimientos que surgen en su seno pero que no la representan en términos absolutos. Somos cien mil almas entre alumnos, profesores y trabajadores. Eso es medio Oviedo (risas), imagínese la diversidad que hay ahí dentro. La UCM no es Podemos y Podemos no es la UCM.

-¿Cree que el Gobierno se ha equivocado en el planteamiento de su sistema educativo?

-Pienso que el famoso "plan Bolonia" es un modelo que no se ha definido bien, o por lo menos no con todo el acierto que debería. La Universidad tiene que ser una fuente de conocimiento y que dote a los alumnos de capacidades para que lleguen a incorporarse al mundo laboral. Pero no es sólo eso. La Universidad, con todo mis respetos, no es una academia de corte y confección. Habrá materias que no son utilitaristas, pero que tienen su razón de ser y tienen que estar ahí.

-¿Ve intentos de privatización, de trato de favor a los alumnos de más recursos o de bajada de exigencia en el plan actual?

-Voy a hacer una reflexión global, porque no tengo todo el conocimiento para analizar con detalle las fórmulas aplicadas. Los condicionantes económicos no pueden ser un límite o una barrera para acceder o permanecer en los estudios, pero el modelo no se puede agotar en eso. La dedicación y el esfuerzo tienen que ser la base que justifique que un alumno, sin tener en cuenta sus circunstancias económicas, pueda acceder y permanecer en sus estudios.

-¿Qué modelo necesitamos para que la educación del país funcione?

-Ojalá lo supiera (risas). Necesitamos una definición de adónde queremos dirigirnos que sea pensada y reflexionada. Estamos en una inmediatez constante que nos lleva a poner parches, pero no a buscar un modelo a largo plazo.

-¿A favor o en contra del modelo mixto de universidades públicas y privadas?

-No tengo nada contra el modelo, pero juegan papeles distintos. Esa convivencia no puede suponer que se prime en la definición del régimen un modelo frente a otro. Pero yo apuesto por la Universidad pública, por su concepto.

-¿Hay una buena Universidad pública en España?

-Es una oportunidad muy buena para el alumno de formación, teniendo en cuenta condicionantes que existen en la actualidad como son los planes de estudio acortados obligatoriamente por el nuevo sistema o de progresiones obligatorias con los másteres, que pueden ser discutibles. Pero no se debe olvidar en esa valoración de calidad que el alumno tiene su corresponsabilidad, que el profesor no es el único responsable de sus resultados.

-¿Los alumnos llegan con menos sentido del esfuerzo que en su época?

-Ha cambiado radicalmente. En mi época éramos muchos en clase y había mucha labor individual, autorresponsabilidad que asumías sin que nadie directamente te la impusiera. El modelo actual plantea una asistencia obligatoria tajante, y en cuanto uno no es rígido con ello, se encuentra con un absentismo en clase tremendo. Parece que cuanto más tutelado es el sistema, para favorecer esa personalización, peor funciona. Los alumnos están mucho más a la expectativa de la instrucción que de la autogestión a día de hoy.

-¿Es real la "titulitis" española?

-Hemos diseñado títulos tan específicos que dejan a uno perplejo. Hay titulaciones para todo. La Universidad se ha convertido en una herramienta para la emulación, que es algo muy español. Todo tiene que ser universitario porque si no es menos, y es un error. Las cosas son distintas, ni mejores ni peores. El título como sinónimo de empleo se ha convertido en lo prioritario y la reflexión se ha dejado de lado en ese catálogo de títulos casi inabarcable. Y es un error. En esa mezcolanza no sabes muy bien para qué estamos como institución.

-¿Hace falta más inversión?

-Por supuesto, hay que acabar con la rigidez presupuestaria porque nos deja en una posición muy débil. En la Complutense en concreto se ha vivido un ahogamiento en su capacidad económica que han corroborado los tribunales. La Comunidad de Madrid no ha cumplido con varios presupuestos aprobados durante estos años y que no han llegado jamás a la institución. Eso no se puede repetir.

-Desarrolló parte de su actividad laboral en la Comunidad Europea, ¿está el continente en crisis?

-La palabra "crisis" está tan desgastada y la hemos proyectado tanto a lo económico que cuando se escucha que estamos saliendo de ella se piensa que es de la global, pero la situación de crisis es mucho más profunda de lo que imaginamos. La Europa tal y como la hemos ido construyendo está en crisis. El modelo que hemos diseñado ha demostrado su incapacidad para resolver las cuestiones y para definir sus objetivos.

-¿La situación de Grecia ha sido una lección?

-¿Se ha resuelto la crisis griega en unos términos profundos? No tengo esa sensación, así que no. Está todo mucho más polarizado, todo muy extremoso, con unos argumentos muy simplificados de fobias, de buenos y de malos, de derechas y de izquierdas, que no llevan a ningún sitio.

-Como los modelos educativos, ¿cree que las reformas que se plantean en el ámbito jurídico son parches?

-Sin duda, no sabemos hacia dónde vamos, aunque soy optimista desde el pesimismo. El modelo universitario, el modelo de país, el modelo jurídico... son mucho más inestables que los que yo conocí cuando era estudiante, y no hace tantos años. Antes, en todos los órdenes, el sistema era indiscutido, y no por falta de libertad, si no por esa necesidad de coordinación y estabilidad. Ahora tenemos la sensación de que nada de lo anterior sirve. Cuando se habla de la reforma de la Constitución, por ejemplo. Probablemente haya muchas cosas que cambiar, pero para que sea una reforma hábil, hay que crear un entorno de neutralidad y reflexión que evite la inmediatez y el cortoplacismo que sólo harán que empeoren las cosas. Estamos en un escenario de inmediatez con las peores condiciones para desarrollar las necesidades profundas que urgen en todos los ámbitos. Y sólo así sabremos qué hay que cambiar del pasado.

-¿Los nuevos movimientos sociales y tecnológicos dan más libertad al ciudadano?

-Hay mucho de espejismo en eso. Las nuevas tecnologías hacen pensar a la gente que participa más y que el sistema es superdemocrático, pero para mí es ruido, algo con pies de barro. Es una situación incluso peor que la anterior porque ahora creemos que somos partícipes y nos hace conformarnos. Si fuéramos críticos, nos daríamos cuenta de que hay mucha purpurina, pero nada más. Y para eso es vital la Universidad.

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