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La sonrisa del joven Aquiles

Un viaje a la isla griega de Skyros, el hogar del gran héroe de Troya

La sonrisa del joven Aquiles

La pequeña isla de Skyros, en las Espóradas, tiene aeropuerto. Y eso está bien. Pero le recomiendo viajar a Skyros después de pasar un par de días en la ajetreada, caótica, fascinante, calurosa (al menos, en verano) e inagotable Atenas. Dos días, puede que tres, para visitar la Acrópolis, poner a prueba su mandíbula en el Nuevo Museo de la Acrópolis, sentarse en un banco con vistas al templo de Zeus, pasear por las ágoras, meditar en la colina de la Pnyx, hacerse preguntas en la llamada "Cárcel de Sócrates", visitar los restos del Liceo de Aristóteles, hacerse una foto en el camino que llevaba a la Academia de Platón, comprar recuerdos en Plaka y Monastiraki, entender unas cuantas cosas en el Museo Arqueológico, cenar en una taberna en el barrio de Exarquia, subir al Areópago, perderse en El Pireo? Después, coja un autobús a Kymi, en la isla de Eubea y, allí, un barco a Skyros. En el puerto le estará esperando otro autobús que le llevará a Skyros capital o, si lo prefiere, a Magaziá o Molos, pequeñas localidades cercanas junto al mar. Puede alojarse en una de las cómodas, limpias y preciosas domatia de Magaziá como la de Maria Pagoni Vasilaki, y cenar souvlaki en una maravillosa taberna como "Gialos" (no olvide pedir loukoumades recién hechos para desayunar). Y ya está usted en Skyros, como el mismísimo Aquiles.

El deber del joven Aquiles era acudir a la llamada de los griegos para combatir en la guerra de Troya. Tetis, su madre, sabía que si Aquiles respondía a esa llamada moriría en Troya, por eso ocultó a su hijo en la isla de Skyros donde, vestido de mujer, el futuro héroe convivió con las hijas del rey Licomedes, participando como uno más en sus juegos femeninos y pasatiempos. Allí, en la dulce Skyros, Aquiles se enamoró de Deidamía, una de las hijas de Licomedes, con la que tendrá un hijo, Neoptólemo. Ulises tuvo que ir a Skyros para convencer a Aquiles de que participara en la guerra de Troya, prometiéndole la gloria eterna. O, más bien, Ulises utilizó su bien probado ingenio para obligar a Aquiles a descubrirse, ya que estaba disfrazado de mujer y los aqueos no eran capaces de distinguirlo, oculto como estaba entre las doncellas. Ulises hizo que un trompetista hiciera sonar la alarma y, creyendo que estaban a punto de ser atacados, Aquiles se arrancó los vestidos y cogió una lanza y un escudo, delatándose. Se acabaron, así, los días de paz y amor, de trabajar la lana y recoger flores, de tardes llenas de charlas y juegos. A Skyros capital se sube a pie por un maravilloso camino con vistas al mar o en coche por una estrecha carretera. Mejor a pie. Y arriba del todo, encima de las casas blancas y las calles estrechas y frescas llenas de flores y gatos, están los restos del llamado palacio de Licomedes. Ahí podemos recordar a Aquiles y lamentar que el hijo de Tetis prefiriera una vida breve y gloriosa a una vida larga y sin más gloria que la de vivir feliz y ver crecer a sus hijos. ¿Quién puede preferir la guerra al amor? ¿Quién puede elegir la guerra en Troya al amor en una isla llena de sol, de playas y de silencio? Sin héroes como Aquiles no habría poemas como la "Ilíada", es cierto. Las musas cantan la cólera aciaga del pelida Aquiles en Troya, pero no las tardes tranquilas de Aquiles en Skyros.

De Skyros partió Aquiles para ir a la guerra, y en Skyros murió en 1915 el poeta británico Rupert Brooke antes de ir a la guerra, cuando estaba a punto de zarpar hacia el horror sin fisuras de Gallipoli. En la plateía Rupert Brooke, una estatua de bronce de un hombre desnudo recuerda al poeta y a la poesía inmortal, y el lugar es tan hermoso que apetece coger un coche y viajar hasta Treís Mpoúkes, en el sur de la isla, para visitar la tumba de Brooke. Allí, en la sencilla tumba, en un lugar de extraña belleza y descomunal soledad, se pueden leer estos versos de Brooke: "Si es que muero, pensad esto solo de mí: que allí donde me entierren habrá algún rincón de tierra extraña que será para siempre Inglaterra". Muy bonito, pero equivocado. Brooke está enterrado en Grecia, en una isla que huele y sabrá siempre a Grecia de Norte a Sur y de Este a Oeste, del animado puerto de Linariá a la diminuta capilla de Agios Nikolaos en Pouriá, del monasterio Agíou Georgíou a la sencilla Péfkos, del kastro de Skyros capital a una spanakopita (pastel griego de espinacas y queso feta) recién hecha en "O Mitsos", de la playa de Kalogría a Atsítsa. En Grecia, no en la extraña Inglaterra, está Puerto Aquiles, el lugar exacto desde el que Aquiles embarcó hacia Troya para encontrarse con su destino y con los poemas de Homero.

Puerto Aquiles puede resultar decepcionante o conmovedor, del mismo modo que las ruinas de Troya son para algunos un montón de piedras chifladas y para otros un lugar que daría para llenar toda una vida. Como tengo mucha fe en el corazón del buen turista, del mismo modo que no tengo ninguna razón para esperar gran cosa del que se define como "viajero", estoy convencido de que a los buenos turistas les gustará Puerto Aquiles. No hay ninguna huella del gran héroe, por supuesto, ningún recuerdo del mito, y ni siquiera se podría decir que aquí se respira la serena belleza de Forcis, en Ítaca, el puerto en el que según Homero los feacios tomaron a Ulises de su lecho de lino y lo dejaron preso del sueño en la arena. En Puerto Aquiles hay bloques de piedra, mucho mar y un enorme espacio vacío que parece esperar en vano el trajín típico de un puerto comercial. Nada más. Pero Puerto Aquiles es hermoso a pesar de su empeño en escapar del mito. Es tranquilo y también, de alguna manera, homérico. Merece la pena quedarse plantado unos minutos en este lugar y pensar en el joven Aquiles armado para la guerra, mientras Deidamía llora la partida del padre de su hijo.

A diferencia de lo que nos cuenta el cine, los griegos no atacaron Troya inmediatamente después de que Helena se fuera con Paris abandonando a su marido Menelao en Esparta, sino que emprendieron la marcha dos años después y, encima, se equivocaron de destino, puesto que desembarcaron en Misia, en Asia Menor, creyendo que era Troya. Los griegos fueron derrotados, se dispersaron y tardaron mucho tiempo en reunirse de nuevo para atacar la ciudad de Paris. Por eso Aquiles pasó en Skyros algo más que un fin de semana. Y por eso apetece imaginar a Aquiles viajando desde el palacio de Licomedes a la bellísima playa de Atsítsa, en la que hoy el turista puede bañarse y luego comer una deliciosa ensalada griega en una de las mesas de la taberna casi indistinguible del mar en la que es casi obligatorio pasar la tarde, el día o la vida. Conmueve pensar en Aquiles listo para viajar a Troya, pero es dulce imaginar a Aquiles paseando por Atsítsa de la mano de Deidamía.

Han pasado miles de años y seguimos hablando de la guerra de Troya, pero pocos hablan de la isla de Skyros. Y es extraño, porque Skyros no sólo fue durante un tiempo el hogar de Aquiles, sino que aquí fue asesinado Teseo, el mítico rey de Atenas hijo de Etra y Egeo, por el rey Licomedes. En el año 470 a. C., Cimón encontró los restos de Teseo y los llevó a Atenas, donde fueron recibidos con grandes fiestas. ¿Acaso no bastan dos héroes como Aquiles y Teseo para situar a Skyros en el mapa del gran turismo de las Espóradas, junto a Skópelos y Skiathos? Parece que no. El turismo no se alimenta de la mitología, sino que depende de mecanismos tan esotéricos como los de la economía. Skyros, la isla donde Aquiles vivió días de paz y amor, tendría que ser tan famosa como Míkonos o Santorini. Sin embargo, Skyros es una gran desconocida, y eso dice mucho de la sabiduría de Tetis cuando decidió enviar aquí a su hijo. Cuando el planeta Tierra sea devorado por las leyes de la astrofísica y no quede ni rastro de nuestro paso por esta esquina del universo, ¿qué importará si Aquiles luchó en Troya o si se quedó tomando el sol en Skyros? ¿Qué importará si los huesos de Teseo reposaron en Skyros antes de que Cimón los llevara a Atenas? No importa nada. Importa mucho.

En Skyros está la sonrisa del joven Aquiles, el dolor del atormentado Teseo y esa Grecia que nunca sale en los telediarios porque su corazón tiene razones que Bruselas no entiende.

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