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Arquitectura personal 1

La trayectoria clara de quien no sabía qué ser

-Mi padre era técnico de Correos, y mi madre, ama de casa. Vivíamos en Marqués de Pidal, 20, una casa grande, bonita y alquilada, hasta que nombraron a mi padre administrador principal de Correos y nos trasladamos a "La Jirafa". La noche anterior a que yo naciera, mi padre dudó si ir a la ópera. Vio "Rigoletto" y yo nací por la mañana.

-Un ambiente cercano a la lírica.

-Y al deporte. Mi padrino y tío, Emili Sagi, era delantero centro del Barça y fue internacional. Mi abuelo fue Emilio Sagi Barba y mi tío, Luis Sagi-Vela, los dos cantantes. Mi padre cantó en la compañía de mi abuelo. Mi tía, Ana María Martínez Sagi, fue deportista y poetisa, de la columna de Durruti y exiliada en Estados Unidos. Juan Manuel de Prada, escribió un libro sobre ella: "Las esquinas del viento".

-¿Cuándo vino su padre a Oviedo?

-En 1935, como técnico del Estado.

-¿Cómo era su madre?

-Muy de Oviedo, encantadora, divertida y guasona. Intentaba poner los problemas en la nube esa de internet antes de que la inventaran y, al cabo de un tiempo, desaparecían o parecía que habían desaparecido. Teníamos una muchacha muy dura, se encargaba mucho de nosotros, Feli. Siguió unos cuántos años tras la muerte de mi madre.

-¿Cómo era su padre?

-Liberal. Muy recto, como buen catalán, y, como técnico del Estado, había que hacer las cosas a una manera. Había vivido mucho porque mi abuelo se casó dos veces, la primera, con mi abuela, una bailarina andaluza que vivía en Buenos Aires y actuaba en el Colón. Cuando se divorciaron, mi abuelo se casó con la cantante Luisa Vela. Mi abuela vivía en Barcelona con mi tía Gloria y mi abuelo con mi padre y mi tío Emili. Se habían repartido la custodia. Mi padre murió mientras yo hacía la mili. Tenía 71 años y era un galán atildado y cosmopolita. Su pérdida fue muy fuerte para mí.

-Técnico del Estado e hijo de artista.

-No le gustaba el artisteo ni que su padre hubiera tenido muchas mujeres cerca porque eso hacía daño a su madre. Sus historias del abuelo me encantaban, aunque fueron amargas para la abuela.

-¿Cómo es la relación con su hermana?

-Muy buena. Berta es tres años menor, tiene una mente muy infantil y siempre he sido algo protector. Tiene su vida en la casa de mi madre, ahora nuestra.

-¿Dónde estudió?

-En Los Maristas, de primer grado a Preu. Fui de sobresaliente y algún notable gracias a mi muy buena memoria. Me encantaba leer y lo hice antes de tiempo: Todo Lope de Vega a los 12 años y "Las flores del mal" a los 14. En el colegio, la literatura era aprender de memoria los títulos... sin leer nada. No te enseñaban a tener placer con nada porque el placer estaba prohibido. Lo artístico tiene que ser placentero; si no, no sirve para nada. Me atraía lo prohibido: las películas que no se debían ver y los libros que no se podían leer. La Iglesia hizo mucho bien con las películas 3R y 4R, gravemente peligrosas.

-¿Creció oyendo ópera?

-Tampoco es tanto. Mi padre tenía una gran colección de discos de pizarra de Tita Ruffo, de Beniamino Gigli... La primera ópera entera que oí fue una "Aida" con Plácido Domingo y Leontyne Price que me pareció fulgurante y espectacular.

-¿Fue un chaval buenín?

-Sí, pero con retranca. Tuve muchos amigos y fui querido por los compañeros. Era muy mal deportista, salvo para la natación. Mi primo Quique y yo aprendimos a nadar de pequeños y nos tirábamos al agua desde las escaleras del puerto de Llanes y mi abuelo nos veía desde casa. Detestaba el fútbol porque "Carrusel deportivo" me recordaba que el lunes se volvía al colegio y era el preludio del horror. Aunque no lo pasaras mal en el colegio había mucho que memorizar.

-¿Era de misa?

-Un domingo a los 15 años dejé de ir. Sin crisis: tuve un impermeable y me resbaló todo por fuera. En casa eran creyentes pero sin dictadura. La religión pesaba en el colegio.

-¿Era de letras?

-Sí, en un estupendo grupo de 12. El hermano Ovidio sacó a ciclostil "Caminando", de activismo católico, y nosotros, "Reposando", con artículos de todos, frivolona. No gustó, pero éramos buenos alumnos y nadie dijo nada. El hermano Gabriel, "El torero", maravilloso y muy culto, daba todo lo que me gustaba. Él creía en el bien de la cultura y sí hizo leer: "La Celestina", "La Regenta", "El sí de las niñas", "Madame Bovary" y en Preu a Dámaso Alonso, Cernuda, García Lorca... Me influyó para elegir carrera.

-¿Sabía lo que quería ser?

-Dudé con Medicina, por trabajar para los demás, pero eran ciencias. Filosofía me pareció la carrera más bonita.

-¿Cuándo entró en la Universidad?

-Creo que en 1967. Gustavo Bueno daba las clases de Filosofía en el Paraninfo ante cientos de alumnos, muchos repetidores. Como nadie obligaba a nada pasé el curso de tertulia en el Albabusto. Suspendí todo menos el sobresaliente de Historia del Arte, que me gustaba mucho. Marchamos de veraneo sin saber las notas. Mi padre casi me estrangula. Bueno, me estrangulé yo. A partir de ahí, la carrera fue normal y, en Filología Inglesa, mejor. Admiré a los profesores -Alarcos, Bueno, Cid, Cachero- y en Filología a la fantástica Patricia Shaw. José Benito Álvarez-Buylla, que había estado exiliado en Londres y sido amigo de Pérez de Ayala y de Jean Cocteau, me llamaba "Byronian boy" por mis rizos.

-¿Qué hacía fuera de clase?

-Era del coro universitario, donde hice amigos como Javier Escobar, Ángeles Caso y Nacho Navia-Osorio (el actor Nacho Martínez), Margarita Riera. José Ramón Gutiérrez-Arias, Quini Colomina, Fernando Vallaure y Belén Recio, entre otros. Había que tener mucha vocación porque los ensayos con Luis Gutiérrez Arias eran a las 3 de la tarde, en la parte alta del Paraninfo, y no daba tiempo a acabar de comer.

-¿Viajaba?

-Fui a Londres para hablar inglés en 1971-72. Trabajé de mayordomo en casa de unos judíos muy ricos. María Quero, una novia que tenía entonces, trabajaba de "au pair" y me avisó. En una fiesta de esa casa me conoció la dueña de una tienda de antigüedades en Bond Street que necesitaba alguien que supiera francés. Ganaba poco.

-Acabó la carrera en 1972...

-Quedé de profesor ayudante, para hacer la tesina, hasta 1974. Vigilaba el seminario y tomaba nota de quién llevaba libros. Hice la mili en El Ferral y en el cuartel de Rubín, en oficinas, por un enchufe de mi padre.

-Pero del campamento no libró.

-Lo hice con Etelvino Vázquez, que era amigo, y con Luis Antonio Suárez, al que conocía de vista porque se parecía a Helmut Berger, era guapísimo y vestía como el archiduque de Austria. Etelvino y yo planteamos al coronel hacer un coro y un grupo de teatro y dijo que sí. Con amigos mineros cantábamos asturianadas en el coro. Telvi propuso que representáramos "La jácara del avaro", de Max Aub. Le objeté que era un autor prohibido y me contestó: "No lu conocen". Cantamos una vaqueira ,"Salid moces a bailar". Dirigí el coro y fui la voz de barítono mientras Luis Antonio movía la boca. Gracias a eso no hicimos ni letrinas, ni cocinas, ni el resto de servicios.

-El "Laboratorio de Danza".

-Fue muy importante para mí. Fuimos a la escuela de Marisa Fanjul, Nacho Navia, Luis Antonio, Beatriz Martínez del Fresno, Manolo Monreal, Belén Galán, Javier Escobar, Marián y yo. Cuando creamos el "Laboratorio" se incorporaron Ángel Varela, Gonzalo Riesgo, Germán Madroñero, Lalo Fernández, una chica muy mona que se apellidaba González del Valle, las hermanas Ángeles y Lichi Caso, guapísimas, de una belleza prerrafaelita... Luchi, Gela... Lo apoyó mucho José Benito Álvarez-Buylla, que era vicerrector de Extensión Universitaria, siendo Teodoro López-Cuesta rector. Nos instalamos en lo que era la Sección Femenina, un sótano en la plaza del Sol, y luego en un aula de la Escuela de Minas. Era una mezcla de teatro y danza a lo Pina Bausch. No bailábamos bien, pero teníamos intuición teatral.

-"Los sapos de Vetusta".

-Es una creación total de Luis Antonio. Fue una mezcla muy particular. Entonces la vida teatral era contra el sistema, pero nosotros hicimos otra cosa.

-¿No tenía interés político?

-La dictadura era un espanto, pero yo no era un luchador. Mis amigos, sí. Mi gran amiga Teresa Meana estaba en la LCR y era feminista. Lo que queríamos los del "Laboratorio" era divertirnos y en lugar de "Yerma" o Alfonso Sastre, hacer un mundo exagerado con "La Regenta" y Shakespeare. Mezclando el soliloquio de Lady Machbeth con el soneto número 20 de Shakespeare elaboramos una cosa muy ambigua sexualmente, lo que nos gustaba mucho y nos distinguía. Éramos rara avis. Cuando llevamos "Los sapos..." al festival de Sitges, acabamos la función y marchamos. Casi al llegar a Oviedo, supimos que habíamos ganado el segundo premio y volvimos. Era llamativo que hiciéramos ballet, actuáramos en el teatro Campoamor y abrieran general para un público con muchos universitarios. No sabíamos si hacíamos algo bueno o malo, pero sí que era diferente. Era interesante pero, respecto a la calidad, no puedo ser objetivo.

-¿Ahí supo lo que quería hacer?

-No, pero no quería ser profesor de Literatura Inglesa.

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