La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Teatro que cura

La asociación de afectados por el síndrome de Chiari en la región se sube a las tablas como terapia. El arte dramático mejora la memoria y la vocalización, y el buen ambiente ayuda a superar los malos tragos de la enfermedad

Teatro que cura

Momentos antes de que se levante el telón, una voz en off informa al auditorio de que los actores que desfilarán por el escenario durante la próxima hora y media sufren una enfermedad poco frecuente o rara. La mayoría de los actores están afectados por el síndrome de Arnold Chiari y la siringomielia, patologías que afectan al cerebro y a la médula espinal, y que merman la capacidad de la memoria, de la vista y de la vocalización. Nadie lo diría tras disfrutar de la obra, que en esta ocasión narra las alegrías y sinsabores que causa el retorno de una emigrada a La Habana a un pueblo marinero asturiano cualquiera. Los actores son miembros de la Asociación Chiari y Siringomielia del Principado de Asturias (Chyspa), fundada hace apenas diez años por Dulce María González, una afectada que decidió no quedarse quieta cuando la resonancia magnética confirmó el diagnóstico. "Cuando supe lo que tenía, me di cuenta de la tremenda falta de recursos y de herramientas que había disponibles para mejorar la calidad de vida de las personas con esta patología", explica. Tras varias gestiones, logra poner en pie Chyspa, que presta servicios como fisioterapeuta, psicólogo y foniatra a los asociados.

El azar, o quizás fue el destino, hizo que el día que se presentó el colectivo en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA estuviese presente un médico en la sala. Allí se encontraba José Manuel Fernández Vega, no para salvar la vida a nadie, al menos en ese momento, pero sí para recoger el guante que dejó caer Dulce González durante el acto en forma de proyecto: crear un grupo de teatro terapéutico que ayudase a tratar y rehabilitar a los enfermos de Chiari y siringomielia.

Fernández Vega, médico de atención primaria en el centro de salud ovetense de Pumarín, se prestó para escribir y dirigir al grupo. De su pluma salieron las tres obras que la compañía, en los últimos cuatro años, ha llevado a teatros y auditorios de toda Asturias: "La importancia de no llamarse Mimí", "La amañada boda de la señora Regenta" y la que ahora representan, "El Chigre, los Prodixos y Les Maravíes del Bon Amor", una obra costumbrista y en asturiano que mezcla comedia y tragedia, pasión y risas, vidas rotas y esperanzas nuevas.

"El teatro es una herramienta interesantísima: forma parte de la rehabilitación y del tratamiento de los síntomas. La enfermedad no tiene cura, es una enfermedad crónica, discapacitante e invalidante. Sí podemos tratar los síntomas y rehabilitar ciertas funciones", asegura el médico. De esta forma, el grupo trabaja la memorización de los textos, la vocalización y la expresión corporal, la orientación en el espacio y, como añadido, se combaten la ansiedad y depresión que van ligadas a la enfermedad. El "buen rollo" es vital.

"Yo estaba hundida psicológicamente. No tenía ganas de vivir. El teatro me levantó la moral. Hace que me sienta útil, sé que sirvo para algo. Estoy encantada, nos reímos muchísimo". Con estas palabras explica María Lucía González cómo la iniciativa ha cambiado su forma de enfrentarse a la enfermedad. "Para mí, esto es media vida", afirma emocionada.

Y es que todos los participantes destacan, sobre todos los beneficios, el buen ambiente y lo divertido que es el proceso desde que Fernández Vega les entrega la obra hasta que se levanta el telón. Ensayan una vez por semana, durante tres horas, y en ese tiempo comparten, además de texto y atrezo, experiencias, información e impresiones sobre la enfermedad. Pero también logran apartarla de la mente y disfrutar de la compañía del resto de los actores. "Somos un grupo de compañeros que lo pasamos muy bien en los ensayos y también en las actuaciones. Mientras que estás en esto no cavilas sobre la enfermedad", reconoce José Antonio Rodríguez, que subraya que subirse al escenario "nos cuesta mucho más trabajo que a una persona sin la enfermedad, pero, a fuerza de darle y de intentarlo, sale".

"Todos lo pasamos muy bien, yo el primero. Aprendemos a convivir, desarrollamos el respeto mutuo", incide José Manuel Fernández Vega. "Toda enfermedad lleva algo de ensimismamiento. El teatro también les da la capacidad para afrontar los conflictos vitales a los que se ven expuestos, en este caso, una enfermedad más o menos grave, que hay que gestionar".

La representación de las obras a lo largo y ancho de la región aporta a la asociación, además, una visibilidad de la que carecen la mayoría de los colectivos de afectados por enfermedades poco comunes. Es un altavoz a través del que dan a conocer sus necesidades e inquietudes. "No deja de ser una plataforma para hacerse visibles. El teatro es un diálogo con la sociedad. Ellos lo entendieron muy bien. Es un vehículo perfecto de educación sanitaria, de cara a la sociedad como entre ellos", apunta Fernández Vega.

"Mucha gente que me conoce me dice que he mejorado en la vocalización, y yo lo noto, es así", asegura Dulce María González, que hace de madre de la protagonista sobre las tablas. Nunca imaginó que el proyecto que ella inició para ayudar a las personas que se veían golpeadas por la enfermedad acabase recibiendo los aplausos, sesión tras sesión, desde el patio de butacas. En cierta forma, aún sigue sin creérselo del todo. "Somos muy valientes, saliendo ahí con el problema que tenemos de quedarnos en blanco", reflexiona. Cuando uno se olvida, el compañero le susurra la frase. El aplauso llega después. Como una medicina.

María Lucía González

María Lucía González, vecina de Arancedo (El Franco), sufre los síntomas de la enfermedad "desde hace muchos años", pero fue diagnosticada en 2011. "Para mí, el teatro es media vida. Estaba hundida psicológicamente, y esto me levanta la moral, me hace sentir útil". Tiene el papel de redera.

Mario Canal Suárez

Es Feliz, el "mocín" de la obra. Comenzó con un cuadro de mareos, vértigo y visión borrosa. La resonancia magnética le reveló el Chiari y la siringomielia que sufría. Reconoce que la ansiedad es uno de sus mayores problemas y que el teatro "es una herramienta muy eficaz para combatirla".

Verónica San José

Su papel es el de Rosina, la emigrante que vuelve de La Habana. A raíz de un accidente de tráfico le detectaron la enfermedad. Era 2005 y el médico de cabecera no sabía nada de la patología. Sobre las tablas, nota mejoría en la memoria y siente "mucha más confianza".

Charo Rico

Hace cinco años tuvo un accidente de coche, y a raíz de ahí le diagnosticaron siringomielia. El teatro le ayuda a nivel emocional y siente que puede animar al resto de sus compañeros. "Soy una persona optimista, les hago ver la vida de otra manera. Y funciona".

Dulce González

En 2006 le diagnostican la enfermedad, y pone en marcha la asociación. Además de ejercitar la memoria, hacer de madre de Rosina le ha permitido lograr una mejor vocalización y pasar ratos "muy divertidos".

Manuel Fernández

A raíz de una caída, comenzó a notar los síntomas. La resonancia sentenció que era Chiari. "Soy bastante tímido, y el primer día me asustaba mucho", confiesa. Ahora lo borda en el papel de padre de Rosina.

José Antonio Rodríguez

Es Bernardo, el malo de la película. En la vida real, tiene problemas de memoria y de visión, y dificultad para caminar. El teatro le ayuda con todo ello, además de combatir la depresión.

Compartir el artículo

stats