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UBALDO PUCHE MULERO | Superviviente de la División Azul, buzo, exluchador profesional, jubilado de Ensidesa

"En la guerra se mata, se roba, se viola... En Rusia maté a muchos, robé botas y gorros y nunca violé"

"No me fui a la División Azul por ideología; era joven, con poca cabeza, y pagaban cinco duros diarios a la familia de cada combatiente en el frente ruso. Lo mío no fueron actos de heroicidad, sino más bien de locura"

Condecoraciones alemanas, entre ellas, la Cruz de Hierro. mara villamuza

En el silencio de las noches, de todas y cada una de las noches, Ubaldo Puche Mulero revive su guerra. Ocurrió hace más de 70 años, pero el tiempo le demostró que la guerra no termina nunca en el fortín de la memoria de quienes fueron sus protagonistas.

El frío del campo abierto en Rusia, en algún lugar que los recuerdos ya no sitúan en el mapa. II Guerra Mundial, el frente ruso, y aquel joven de veinte años encuadrado en una negra aventura llamada oficialmente 250.ª División de Infantería. Para los alemanes, la 250.ª Infanterie-Division. Para los españoles, resumiendo, la División Azul.

"La guerra... no sé explicarte cómo es. En la guerra se mata, se roba, se viola. Yo maté a mucha gente, robé lo que pude, pero violar nunca, eso no. Matábamos a un ruso y nos tirábamos a quitarle el uniforme y las botas de fieltro, que eran cojonudas. Y la cartera para conseguir rublos, que después los alemanes, los muy cabrones, nos los cambiaban por marcos muy por debajo de su valor. Cacheabas al cadáver, le encontrabas la cartera y allí estaba su foto, sonriente, con su mujer y a veces su hijo pequeño en brazos. Daba pena, supongo que aquel sentimiento era lo único que nos dignificaba un poco, pero era sólo un momento porque por lo general estabas en medio de un chorro de tiros". No había tiempo para sentimentalismos.

Ubaldo Puche nació en Águilas, Murcia, en agosto de 1922, en una familia de seis hermanos. Son 93 años en los que dio muchas vueltas para firmar una biografía intensa y cruda. Como buzo le tocó devolver a tierra a decenas de cadáveres; como luchador de lucha libre recorrió España y protagonizó portadas. Como fotógrafo deportivo ("yo soy del Sporting cerrao") es el autor de la famosa imagen de Quini rematando de volea, esa especie de foto icónica que simboliza la furia rojiblanca y al mejor rematador del fútbol español.

Fue guardia civil, participó en la lucha contra los guerrilleros huidos tras la Guerra Civil, fue escolta de un ministro y vio nacer Ensidesa, fábrica en la que trabajó hasta su jubilación. Vive con su esposa, María Luisa, en Llaranes (Avilés) y se refugia en su pequeña habitación, tocado con un gorro negro con la insignia dorada de la antigua Unión Soviética. Un gorro que tiene su patética historia.

"Era de un ruso al que maté. Abriga mucho esto. Mira la insignia y este agujero que es de una bala. Entró por aquí y salió por este otro lado. Pero es negro y ni se nota".

-¿Por qué se fue a la guerra?

-No por ideología. No me hables tú de ideologías. Me fui porque pagaban cinco duros al día a la familia de cada combatiente y colocaban a tu padre si no tenía trabajo. Un amigo de Águilas que se llamaba Miguel Muñoz y que estaba haciendo la mili en Granada me llamó un día y me dijo: "Oye, están buscando voluntarios para ayudar a los alemanes, pagan algo y dicen que se comerá bien; apúntate". Y me fui. Era joven, con poca cabeza. Aquí tengo la Cruz de Hierro alemana, la más alta condecoración militar, pero lo mío no fueron actos de heroicidad, sino de locura. No me considero un valiente, pero sí un tipo muy echado para adelante. Por cierto, mi amigo Miguel murió en Rusia.

"A nosotros nos pagaban los alemanes y vestíamos como ellos. Nos daban un marco diario. Los alemanes nos decían que los españoles estábamos locos por haber ido al frente ruso en una guerra que, bueno, no era la nuestra. De la Guerra Civil yo me libré por meses, soy de la quinta del 42, si aquello dura un poco más acabo en el frente".

La División Azul, aquella iniciativa del régimen franquista que era como devolver visita a la Unión Soviética, se fraguó en los primeros meses de 1941. En julio comenzó el llamamiento de los voluntarios, el día 17 llegaron a Alemania los primeros contingentes; en agosto, traslado al frente, y el 12 de octubre tuvo lugar el bautismo de fuego. Quedaban por delante dos años de sangría y atrocidades.

"Cuando me hablaron de la guerra en Rusia, yo, que era muy crío, pregunté: '¿Rusia?, ¿dónde está eso?' Me alisté y comencé mal; nos dieron un plato de hojalata y a las primeras de cambio, un día a la hora de comer solté: '¡Me cago en el obispo, qué mierda de comida!' Me oyó el capitán... y tres días durmiendo con los caballos en la cuadra, como castigo. Pasamos la frontera entre Alemania y la Unión Soviética andando, en una jornada de 42 kilómetros y cargados hasta arriba. La gente no podía más, así que, salvo las armas, íbamos tirando todo lo que nos estorbaba. Y los mandos, mirando para otro lado".

Ubaldo Puche fue uno de los casi 47.000 voluntarios que en diferentes llamamientos acabaron en el frente ruso. Hubo unos 5.000 muertos en la División Azul, y 9.000 heridos. Los prisioneros supervivientes no regresaron a España hasta el año 1954.

En una ciudad alemana, cerca de la frontera, Puche hizo su particular instrucción. "Estuvimos un mes aprendiendo el manejo de las armas alemanas. Yo me distinguí por buena puntería y me pusieron delante una ametralladora".

"¿Tú sabes lo que es una posición intermedia? Pues es una pequeña trinchera a medio camino entre las trincheras propias y las del enemigo. A mí me tocó estar en alguna... Y, amigo, allí escuchabas las voces de ambos bandos. La misión consistía en avisar del ataque de los rusos, que a veces rodeaban esa posición y no quedaba otro remedio que arrastrarse por el suelo, y así, poco a poco, retroceder y tirarse de cabeza al agujero para salvar la vida. ¿Sabes lo que recuerdo? El ruido de los tanques rusos; un ruido de asustar. Dejábamos bombas en el suelo y desde la distancia disparábamos contra ellas para que explotaran al paso de aquellos bichos. Y yo allí, en medio de los tiros, diciéndome: 'Ubaldo, estás loco, al final te van a quitar del medio'. Pero no, tuve mucha suerte, y mira que me metí en todos los líos".

Puche recuerda un nombre: el capitán Timoteo Temprano de la Prieta. "Era de La Coruña, un gran tipo". A Temprano de la Prieta lo situamos al frente de la 5.ª Compañía del Regimiento 269. "El capitán avanzaba con dos pistolas, una en cada mano, pegando tiros sin parar. Cuando se quedaba sin munición, cogía las pistolas y las tiraba. Y yo detrás, para darle otras dos armas cargadas, y a seguir disparando. El capitán nunca me llamaba por el nombre. Me llamaba Guripa. Guripa, tal cosa; Guripa, tal otra... Guripa, hay que matar a un prisionero. Y la guerra te vuelve así. En la guerra matas a un tipo y te quedas más tranquilo que Lepe, porque acabas quitándole todo el valor a la vida; a la tuya y a la de los demás. Yo viví la guerra y si hoy tuviera que ir a otra, me hago prófugo, ni aparezco. Ni hablar de guerras".

Ubaldo Puche se remanga la pernera derecha para enseñar su herida de guerra. "Un machete ruso, por poco me quedo sin pierna. Me mandaron para Alemania, dos meses a Berlín a recuperarme. Allí me encontré con un médico de mi pueblo, lo que son las cosas".

Y vuelta al frente y a la tensión de las trincheras, que eran una especie de lotería. "Los rusos tenían unos francotiradores increíbles. Contaban con un fusil de largo alcance y eran capaces de pegarte un tiro en la cabeza a 800 metros. Disparaban desde los árboles, escuchabas un ruido y de repente alguien que caía fulminado a dos pasos de ti. Un día los rusos me echaron mano. Era de noche, los mandos me enviaron a llevar un parte y no sé por qué, pero me perdí, una tontería por mi parte. Cuando me di cuenta, había cruzado la línea enemiga y dos rusos me cayeron encima. Estuve preso tres meses y diecisiete días, hasta que logré escaparme. Otro golpe de suerte".

Los rusos jugaban en casa. Ubaldo Puche Mulero recuerda una anécdota negra. "Llegamos a un pueblo. En la Unión Soviética todos los pueblos tienen su pozo, y el comandante mandó a un compañero a por agua. Nunca volvió. Desaparecido. Al cabo de unos días, me pregunta: '¿Guripa, esta agua no le sabe rara?' 'Oiga, pues no, a mí me sabe muy bien'. Pero el agua olía, claro, porque al compañero le habían pegado un tiro y había caído al pozo. Me tocó sacar el cuerpo".

Aquello duró hasta 1943. "Cuando la Unión Soviética y los Estados Unidos iniciaron un acercamiento de cara al fin de la guerra, los rusos pusieron, entre otras condiciones, que los combatientes españoles saliéramos de allí. Un buen día nos explican que aquello se acabó, que quien quisiera regresar tenía permiso para hacerlo. Y yo me dije: '¡Cago en su madre... salgo de aquí pitando!' Ni lo dudé. Volví a Águilas y me habían organizado un homenaje porque yo creo que había sido el único del pueblo alistado en la División Azul. Tuve que echar un discurso desde el balcón del Ayuntamiento".

-Y al día siguiente, ¿cómo le fue la vida?

-Ingresé en la Guardia Civil. Había un examen de entrada y el examinador me dijo: "Si estuviste en la División Azul, ya sabes todo lo que hay que saber". En el cuartel me llamaban el ruso. Pero me destinaron a Sevilla y a mí no me interesaba, así que me "jubilé" de la Guardia Civil.

Algunos, los más cercanos a Puche, le escucharon contar su experiencia contra el maquis en los Pirineos, primero, y en Asturias después.

"Un día, aquí en Asturias, nos dieron el chivatazo de que en una cueva en el monte había gente porque salía humo. Fuimos para allá y a unos cien metros nos recibieron con unas ráfagas de tiros que abrasaban. Empezó a pasar el tiempo y nada, que ellos no podían salir y nosotros no podíamos ni acercarnos. El mando nos mandó ir hasta el cuartel del Simancas, en Gijón, y pedir un mortero del calibre 50. Lo llevamos, lo instalamos y comenzamos a disparar. Los primeros tiros, lejísimos. Después, a la misma boca de la cueva. Nadie contestó desde dentro; silencio total. Cuando entramos descubrimos cinco cuerpos. Se habían matado, con tiros en la cabeza y en la boca, ante la imposibilidad de huir. Todas sus pertenencias, las sortijas y los relojes habían sido machacados y el dinero destrozado para que no lo pudiéramos aprovechar".

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