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Las picaduras que amargan el veraneo

Las actividades de campo y playa propias de la estación favorecen el contacto con animales venenosos, aunque su toxicidad rara vez es grave

Las picaduras que amargan el veraneo

Las picaduras de mosquito, tábano o medusa son casi como la canción del verano: no hay temporada sin ellas. Una cantinela estacional, en general intrascendente, sin mayores consecuencias más allá de una punzada y el dolor más o menos intenso y duradero de una inflamación local. A nadie le agrada sentir en su carne aguijones, espinas, quelíceros, células urticantes o comillos afilados, con la quemazón adicional de una inoculación venenosa, pero queda el consuelo de que, en Asturias, estos incidentes se reducen a una molestia pasajera, un mal trago que puede amargar un día de playa y, a lo sumo, dar un susto y forzar una visita médica. Aunque siempre hay excepciones: reacciones alérgicas, estados de debilidad inmunológica, y dolencias cardíacas y respiratorias pueden complicar las cosas y derivar en intoxicaciones graves, aunque, incluso en estos casos, rara vez mortales. De todos modos, conviene conocer al "enemigo" y saber que ninguno es tan peligroso como lo pintan y que recibir su picadura no tiene tanto que ver con su propia agresividad como con la provocación y con el azar.

Los ataques por mar vienen de dos frentes principales: medusas y organismos afines, dotados de células urticantes, y peces con espinas o aguijones venenosos (pez escorpión, rayas), o con defensas eléctricas (torpedos), proclives a costear y a enterrarse en arena. Las primeras "pican" por contacto, al tocarlas accidentalmente al nadar; los otros clavan su aguijón o emiten una descarga para defenderse cuando los pisan. Cuestión de casualidad y mala suerte, en ambos casos. En tierra firme, las picaduras llegan a ras de suelo o pegadas a otras superficies, por parte de arañas, hormigas, escolopendras, garrapatas, pulgas... y, rara vez, víboras cantábricas. La de esta última requiere tratamiento médico inmediato y hospitalización, si bien no suele causar envenenamientos graves, salvo en niños, ancianos y en personas enfermas.

Por el aire la amenaza procede de mosquitos, moscas (tábanos) e himenópteros (avispas y abejas), aunque, de entre todos ellos, sólo los parásitos pican con premeditación y alevosía (no pueden hacer otra cosa: se alimentan de sangre); el resto simplemente reacciona frente a una intrusión que identifica como amenaza.

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