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Estado providencial

El ejemplo a seguir de los países nórdicos que, con una elevada presión fiscal, protegen a sus ciudadanos y tienen altas tasas de empleo

Estado providencial

En los años que me dediqué a la salud laboral teníamos un mantra: el mayor riesgo del trabajo es no tenerlo. Porque desde hace muchos años sabemos que la espectacular mejoría en la salud de las primeras décadas del siglo XX se debe en su mayor parte a las mejoras en los determinantes sociales: alimentación, trabajo, educación, saneamiento base y vivienda. Los profesionales de la salud laboral que tienen que enfrentarse a veces con el dilema de proteger la salud del trabajador susceptible prohibiéndole ese trabajo, o buscar una fórmula para que con el mínimo sufrimiento no pierda su única fuente de ingresos y, lo que no es poco, de realización social, tienen que tomar decisiones con unas implicaciones morales que no son fáciles de resolver y sobrellevar. Naturalmente, eso sólo ocurre cuando no hay expectativas de otro puesto o el trabajador pide, ruega, que no se le declare no apto para ése. En esa situación, en la que como profesional uno no debe aceptar que la salud se deteriore por o con el trabajo, es cuando se plantea un dilema.

Ésa es la condición inherente al trabajo: que es fuente de salud y enfermedad. Para la mayoría y la mayoría de las veces, es de salud. Para unas pocas personas, no por ello poco importante, de enfermedad. Crear empleo es quizás una de las obligaciones más claras de un gobierno. Y la de proteger a todos los ciudadanos. Es el llamado Estado del bienestar. No hace tanto que existe. Aunque el Estado ya había alargado su manto protector en las primeras décadas del siglo XX, fue después de la II Guerra Mundial cuando se formalizó. Se debe a Beveridge, un economista keynesiano al que el gobierno laborista le encargó un estudio para mejorar la seguridad social. Conviene recordar la miseria en la que vivían los obreros entonces en ese país mientras todavía era un imperio. Extender la protección a toda la población por desempleo, jubilación y enfermedad fue una verdadera revolución que pronto llegó a toda Europa. El bienestar en el que nos criamos la mayoría de los que hoy vivimos en esta parte del mundo era inconcebible hace sólo 75 años. Un Estado del bienestar al que, aunque sufre con la gran recesión y ha sido siempre cuestionado, su fortaleza le permite resistir.

Los que se oponen argumentan que una sociedad que protege mucho a sus ciudadanos retira el estímulo para buscar empleo. Para qué, dicen, sufrir si por no hacer nada me dan todo lo que necesito: una renta básica, escolaridad, salud, transporte barato, vivienda?

El mayor fracaso de los economistas se debe a que el comportamiento humano es impredecible. Los modelos teóricos suponen la reacción a los estímulos, pero en la práctica, bien porque otros modifiquen su acción o porque estaban mal modelados, el mundo real no se ajusta a la teoría. Verdaderamente, las cosas rara vez ocurren como predecimos y pocas veces las explicaciones históricas se acomodan realmente a lo ocurrido. Buscamos un relato de algo para nosotros ininteligible.

A un economista de la London School of Economics se le ocurrió hacer algo muy simple: colocar en un eje la presión fiscal real y en otro la tasa de empleo. Contra sus predicciones, las sociedades con más presión fiscal, las nórdicas, que llegan al 75% y el 85%, tienen las tasas de empleo más altas, entre el 80% y 85%. La correlación no es perfecta. Es el caso de EE UU, que con una presión fiscal efectiva por debajo del 43% tiene una tasa de empleo del 73%.

Lo importante es qué hacen con los impuestos. En los países nórdicos la posible razón de que trabaje más gente a pesar de tener un Estado del bienestar amplio quizá sea porque ofrece servicios que hacen que el trabajo sea más fácil, como apoyo al cuidado de los niños y los ancianos, bajas laborales por enfermedad bien compensadas, transporte accesible y barato, entre otras. Cuantos más subsidios tiene un país para el cuidado de los niños y de los mayores, más gente empleada. Hay más estímulos que hacen atractivo el trabajo, no poco importante es el salario, que en los países nórdicos llega a 20 dólares la hora en una hamburguesería.

En un momento de cambio en el que la prioridad es crear empleo se discute si uno de los caminos es bajar los impuestos. No parece que lo sea si nos fiamos del estudio comentado. Pero no es sólo cuánto se recauda, sino cómo y en qué se gasta. Allí la Administración está al servicio del ciudadano, y la nuestra, aunque ha mejorado, todavía está lastrada por la corrupción, la ineficiencia y la inestabilidad en los objetivos.

La salud se pierde o se gana en el medio social. Un Estado del bienestar que resuelva los déficits que por nacimiento o crianza sufre el individuo o los grupos sociales es la mejor forma de cumplir con el papel más importante del Estado.

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