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Caballo al verde

Aquella tarde en el Naranco... y después

Hace 42 años José Manuel Fuente consiguió en el monte ovetense una de las la victorias más emocionantes de la historia del deporte asturiano l El triunfo de El Tarangu se produjo tras sofocar una escapada de su compañero de equipo Lasa que hubiera puesto en peligro el triunfo de un kas en la Vuelta a España

El deportista de élite no compite sólo para sí, sino también para su público. Y el público sueña con participar en la victoria. Esos deseos se entrecruzan muchas veces, pero pocas logran hacerlo en lo más alto. Tal cosa ocurre cuando, por grande que sea la expectación, el triunfo logra satisfacerla en su plenitud. Si uno estruja su memoria en busca de situaciones semejantes, es difícil encontrar una como la de la tarde del 6 de mayo de 1974, hace 42 años y medio, cuando José Manuel Fuente, El Tarangu, ganó en la cima del Naranco una etapa de la Vuelta Ciclista a España. Aquel día, a despecho de un tiempo infernal, una multitud, como no recuerdo otra en una carrera ciclista en Asturias, vio hacerse realidad, enfervorizada, el triunfo con el que había soñado.

Fuente era, sin duda, popular en su tierra natal, pero hasta entonces todos sus grandes éxitos se habían producido lejos: en Francia, en Suiza, en Italia, incluso en la propia Vuelta a España, pues cuando la ganó por primera vez, en 1972, la carrera no había pasado por Asturias. Como ciclista profesional El Tarangu apenas había corrido en su tierra. Por si fuera poco, en aquellos tiempos la televisión no había formalizado todavía su matrimonio de conveniencia con el ciclismo. En cierto modo Fuente, el Fuente líder, estaba por ser visto en Asturias y eso le hacía aún más deseado por sus paisanos. Llegaba, además, como maillot amarillo de la carrera y en una etapa con un perfil propicio para sus condiciones de escalador. Todo junto explicaría que, pese a que la tarde se presentaba con lluvia y viento inclementes, un gentío nunca visto en la región en una prueba de estas características formara sobre las cunetas dos interminables murallas humanas, en espera de lo que ciertamente terminó por ocurrir: tal como se deseaba, Fuente llegó y venció.

Una etapa muy especial

Semejante victoria, una de las más emocionantes de la historia del deporte asturiano, fue el desenlace de una etapa muy peculiar. A pocos kilómetros de la salida, de León, se produjo una escapada de ocho corredores, entre los que figuraba el portugués Agostinho, del equipo de Luis Ocaña, y tres del Kas, el equipo de Fuente. Para que esto último fuera todavía más sorprendente, uno de los tres kas era Miguel María Lasa, segundo clasificado de la general, a 56 segundos del asturiano. Pronto se vio que la escapada iba en serio. A los 45 kilómetros llevaba cuatro minutos y medio de ventaja. Vélez, el director del Kas, mandó entonces a Santiesteban, uno de los escapados, que se retrasara. Y Fuente inició el contraataque en plena bajada de Pajares. Ocaña también entró en la refriega. Al paso por Mieres la fuga estaba controlada, pero la carrera se había roto. Lasa de nuevo, ahora con Perurena, atacó bajando el Padrún y Ocaña y Fuente le siguieron. El Tarangu cayó en una de las tremendas curvas del pequeño puerto, pero se levantó de inmediato, sin mirarse los rasponazos. Al comienzo de la Manzaneda ya estaba en el grupo de cabeza. Y allí, ante la tremenda rampa en línea recta del 14 por ciento de desnivel que tanto intimida a los ciclistas, atacó. Él diría luego que le obligó a hacerlo el entusiasmo de la gente. Lo cierto es que se fue, con el estilo rompedor que tan bien le caracterizaba. Otro asturiano, el admirable Antonín Menéndez, le siguió. Y luego Lasa. Los tres se juntaron en San Esteban de las Cruces y así bajaron hasta Oviedo. Al comienzo de la subida al Naranco Lasa se rezagó para dejar en el coche el maillot de invierno. Fuente y Menéndez, como explicarían luego, le esperaron un rato, reduciendo el ritmo, pero, al ver que no terminaba de llegar, apretaron de nuevo. En la curvona de San Miguel de Liño, donde siempre se retratan los fuertes, Fuente se escapó, para enfilar solo y en cabeza los últimos kilómetros entre el delirio de los aficionados. Yo estaba en la cima cuando irrumpió entre la niebla y bajo la lluvia y tengo fresco el recuerdo de cómo antes de cruzar la meta sacó el pie izquierdo del rastral y levantó la pierna. Algunos comentaristas interpretarían aquel gesto como una muestra de arrogancia, como si El Tarangu hubiera querido dar a a entender que había ganado a la pata coja. Él se apresuraría a aclarar que el insólito gesto había sido, en realidad, en agradecimiento y homenaje al doctor Capdevila, jefe de Cirugía Vascular del Hospital General de Asturias, que le había operado con éxito de varices en esa pierna. Tras Fuente entraría Lasa y luego Menéndez. Ocaña, injustamente escarnecido por una parte del público, llegaría más retrasado.

Reproches y llanto en el hotel

Estuve pendiente de las declaraciones post-etapa, siempre escuetas -¿qué ganas de hablar va a tener un ciclista antes de que le dejen recuperar el resuello tras un esfuerzo tan tremendo?- y quizá mucho más de la forma de bajar a Oviedo cuanto antes, con aquella multitud de por medio. Por aquella época trabajaba en "La Voz de Asturias". Antes de subir al Naranco había despachado la crónica del Oviedo-Sporting del día anterior (0-0), pero que, como las informaciones de la etapa, no saldría hasta el martes, pues en aquella época los periódicos diarios no se publicaban los lunes. Como el descenso se me había dado bien y llegué pronto a la mesa de trabajo, en seguida pude rematar la reseña de la etapa y las declaraciones. Justo acababa de hacerlo cuando apareció por la Redacción Julio Álvarez Mendo. Venía con una propuesta tentadora: "¿Vamos a ver al Tarancu (él siempre lo llamaba así)?" Unos minutos después estábamos en la tercera planta del hotel Pasaje, en una habitación abuhardillada con tres camas. En una reposaba Fuente, vestido con la camiseta de paseo de su equipo. En otra, Pesarrodona. También estaba un masajista, que se marchó al poco tiempo. Yo me senté en la cama libre, abrí mi bloc y empecé a hacerle algunas preguntas al hombre del día. No saqué gran cosa. Ya conocía suficientemente a El Tarangu para saber que aquel laconismo era muy propio de él en circunstancias como aquella. Si cuando participaba en una prueba le dominaba la responsabilidad, aquel día sin duda le abrumaba, porque había comprobado hasta qué punto le quería su gente. En la conversación había ya más silencios que palabras, cuando, de pronto, entró Miguel Mari Lasa. Él, Fuente y Pesarrodona habían quedado en reunirse en aquella habitación para acudir juntos a pasar el control antidoping. Fuente abrió la conversación con un reproche, que incluía una explicación: "¿Como se te ocurre ponerte a cambiar de maillot al empezar a subir el Naranco. Antonín y yo te esperamos un momento, pero, al ver que no llegabas, tuvimos que tirar, porque podían cogernos". Pero de lo que Lasa quería hablar era de otras cosas. Llegaba con el buche lleno y no tardó en descargarlo. "¿Por qué saltasteis por mí cuando iba escapado? No me dejasteis ganar". Fuente le respondió muy tranquilo: "No fue por ti ni por mí. A mí me importa un rábano ganar la Vuelta. Lo que sí quiero es que la gane uno de nuestro equipo. Y la escapada era peligrosa en ese sentido, porque iba Agostinho". Fuente no desarrolló más el argumento, que quedó implícito: la ventaja que llevaba Lasa a Agostinho era corta, sin duda menor que la que podría conseguir el portugués en la contrarreloj de la última etapa, ya que era un especialista en esa modalidad. Pero Lasa no se dio por convencido y siguió con sus reproches, ante los que Fuente reiteraba los mismos argumentos. Era una discusión interna y yo estaba allí de testigo privilegiado. Cerré discretamente mi bloc y guardé mi bolígrafo y procuré seguir pasando desapercibido mientras extremaba la atención. Aunque Lasa estaba cada vez más excitado, Fuente no perdía la compostura y no levantó la voz ni siquiera cuando se lamentó: "Me parece mal que pienses mal de mí". Fue más o menos entonces cuando entró en la habitación Eusebio Vélez, el director del Kas. Lejos de moderarse, Lasa elevó la protesta y dijo que en el Kas mandaba Fuente. Vélez se enfadó: "En el Kas mando yo, y tú sabes que de León salimos con unos planes muy concretos, en los que no estaba previsto hacer lo que hiciste. No podíamos apoyar esa maniobra". Fuente remachó: "La decisión se tomó por mayoría. Cuando supimos que Agostinho iba en esa escapada, tuvimos claro que había que acabar con ella". Pero Lasa no aceptaba esos razonamientos. Cada vez más alterado, exclamó: "Siempre me pasa lo mismo. Todos los años igual". Y rompió a llorar. Vélez se enfadó: "Lo que pasa es que en el Kas hay un problema y todos sabemos cuál es". "¿Soy yo, verdad?", preguntó Lasa. "Pues sí", dijo Vélez, y Lasa se echó a llorar de nuevo. Entre sollozos se preguntó: "No sé por qué estoy aquí. Estoy por marcharme para casa. Soy el último monigote del equipo". El psicodrama alcanzaba su clímax cuando Vélez lo interrumpió, advirtiendo que era hora de ir a pasar el control antidoping. Ellos se fueron hacia el Hotel La Gruta. Yo, corriendo a la Redacción, con la exclusiva en la cabeza. Escribí en seguida una página, que titulé "No me dejasteis ganar".

Epílogo en Iseo

Aquel reportaje tuvo un recorrido peculiar. Al público en general no le llegó, porque los distribuidores, que estaban en conflicto con la empresa editora, decidieron, como medida de presión, no repartir el periódico de ese día. Pero sí llegó a la Vuelta y su entorno y, por supuesto, a los directamente implicados, que todos a una, eso me dirían algunos testigos, negaron que se hubiera producido la escena, o, al menos, en tales términos. Una vez más el culpable sería el mensajero. Yo me quedé con la impresión de haberme ganado varios enemigos por haber contado lo más fielmente que llegué a ver y oír. Apenas un mes después pude empezar a descartarla. Entretanto José Manuel Fuente había ganado su segunda Vuelta a España, tras defender en la última etapa, contra el reloj y por sólo once segundos de diferencia, un maillot amarillo que el día anterior había teñido de sangre tras caer y golpearse la cabeza contra un muro cuando bajaba el puerto de Arrate, produciéndose una herida que exigió diez puntos de sutura. A Italia me habían mandado, en unión de Ángel Ricardo, a cubrir las etapas más duras, las de los Dolomitas, de aquel Giro que Fuente llegó a tener en el bolsillo, nada menos que ante el mismísimo Eddy Merckx, y que se le escapó por la famosa "pájara" de la etapa de San Remo. Fuente perdió aquel día la "maglia rosa", pero, lejos de darse por derrotado, siguió plantando batalla, atacando todos los días y venciendo en varios. Mi primer contacto con él fue en Iseo, a orillas del lago, en un final de etapa en el que entró en la meta de la mano de Lazcano y frenó antes de cruzar la línea para que su compañero ganase la etapa. Todavía sin bajarse de la bici, me vio en la contrameta y me preguntó: "¿Qué haces aquí?". "Vine a verte", le respondí. Y él: "Vete luego por el hotel". Así hice. Cuando entré en la habitación, él y Vicente López Carril estaban lavando los culottes en el lavabo, como era habitual entonces entre los ciclistas. Le pregunté si era verdad que estaba enfadado conmigo por el relato de lo ocurrido en el hotel ovetense. "¿Por qué iba a estarlo? Todo lo contrario. Dijiste la verdad. Por cierto, ¿llevabes alguna grabadora? Porque contástelo tal cual". Le respondí que habían estado media hora dando vueltas a lo mismo y que terminé aprendiéndolo de memoria. Luego hablamos de aquel Giro que se le había ido de las manos pero que hasta el mismísimo final -¡se escapó en solitario en la última etapa, completamente llana!- se resistió a dar por perdido. Comprobé aquellos días cuánto le admiraban los italianos y lo mucho que lo respetaba Eddy Merckx. De lo que pensaba de él su equipo podría servir de síntesis una frase de quien había sido su director, Antonio Barrutia, que recogió hace un mes Alfredo Relaño en una de las estupendas "Memorias en blanco y negro" que publica en "El País": "Un chico extraordinario, trigo limpio". Barrutia, como Vélez, vendría al homenaje que rindieron en 1995 a Fuente en Oviedo, como hicieron Merckx, Hinault, Gimondi o Thevenet. Es de justicia decir que también estuvo Miguel Mari Lasa.

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