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El gran depredador del hemisferio norte, entre la fiera y el peluche

Hace 500.000 años (tal vez 800.000) que el oso pardo pasea su corpachón por los bosques y montañas de Asia, donde se originó la especie, que luego se expandió a Europa, Norteamérica y el norte de África (donde se extinguió en el siglo XIX). A lo largo de todo ese tiempo ha convivido con el hombre y siempre ha llamado su atención, generalmente con respeto, a veces temeroso, a veces admirativo, casi siempre mezcla de ambos sentimientos. Ha sido tótem, enemigo, pieza de caza, trofeo... antes de convertirse en tierno peluche y en imagen poderosa de lo que queda de naturaleza salvaje en el mundo occidental. Su estampa atrae hoy oleadas crecientes de turistas, ávidos de disfrutar del encuentro con un animal mítico, casi extemporáneo en unas montañas con tanta impronta y presencia humana como las cantábricas. De ahí, en parte, su gran atractivo. Y el recelo que provoca su cercanía, inevitable. El oso sigue teniendo sitio en esta tierra, debe tenerlo. Para que no pierda su magia.

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