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Memorias 1

"La vida me enseñó que el éxito que no se comparte es como si no existiera"

"Mi bisabuelo materno ya mandaba en 1870 aguardiente de sidra a las Américas a bordo del vapor 'Habana'; el alambique fue como mi biberón"

Serrano recibiendo la medalla de plata de Asturias en 2014 de manos de Javier Fernández.

Emilio Serrano iba para marino. Estudió en busca de su título de capitán de barco y lo hizo, paradojas del mapa, en Madrid, en una academia en la Glorieta de Bilbao. Se examinó en Barcelona, aprobó, pero ni siquiera tuvo la oportunidad de hacer prácticas.

"Yo soy hombre de mar; la mar es un alivio, es como una amiga. Uno se pone al lado del mar, empieza a pensar y, oiga, es como un confesionario. Terminé los estudios de Náutica, pero los acontecimientos familiares se precipitaron. Mi padre nos pidió a mis hermanos y a mí que nos hiciéramos cargo de una nueva fábrica, y el destino me cambió por completo. No me arrepiento. Existe un momento en la vida en el que uno tiene que elegir ese destino. Los puntos cardinales los llevamos dentro y sólo hace falta que la aguja que los gobierna los haga realidad. La mejor fórmula es ésa que dice que haz lo que debas y ama lo que hagas".

Emilio Serrano Quesada tiene una vida circular. Nació en San Martín de Collera, al lado de Ribadesella, recorrió mundo y retornó al lugar natal. Habla en su pequeño paraíso particular, mitad oficina, mitad casa, entre estantes repletos de papeles, premios y diplomas, cuadros y recuerdos. "Aquí arriba nací yo en 1933. Aquí me siento maravillosamente bien".

Fundador y gerente de la empresa familiar Los Serranos, distribuye licores con sabor a Asturias por toda la geografía nacional. La industria artesanal del licor es pura tradición familiar, por ambas ramas. "Mi bisabuelo materno, Bernardo Llano, empezó a destilar en un lagar que compró muy cerca de aquí junto a unos hermanos Blanco, que habían estado en las Américas. Fueron los que trajeron el agua y la luz a Ribadesella. En 1870 estaban ya mandando aguardiente de sidra a América a bordo del vapor 'Habana'. Y destilaban aquí, en esta casa, así que yo siempre digo que el biberón familiar fue un alambique. El alambique, como le pasa al caracol con su casa a cuestas, está cosido a mi piel".

Por la rama paterna, más de lo mismo. "Francisco Serrano junto con su hermano Julián, mi abuelo paterno, fundan en Oviedo en 1895 la empresa Anís de la Asturiana, y años más tarde abren una nueva fábrica en Quintanar de la Orden, en la provincia de Toledo, y allí viví yo esos años de adolescencia tan importantes, años en los que empieza el despertar de muchas cosas, años de instituto y de primeros amores e ilusiones de juventud. Salí de Quintanar a los 17 años, pero con una edad mental mucho mayor. Resulta que yo despuntaba en el ajedrez, que llegó a ser una auténtica pasión. Y está mal que lo diga, pero se me daba muy bien, era algo así como una pequeña figura. Tanto, que acabé disputando el Campeonato de España. Era la época de Arturo Pomar. Me permitía el lujo de entrar en pantalón corto en el Casino de Quintanar, a jugar con gente mucho mayor que yo. Y aprendí de sus consejos. No me refiero sólo al ajedrez, sino a la vida".

Quintanar. El corazón de La Mancha. A cinco kilómetros de El Toboso y casi al lado del Campo de Criptana. Le tocó de niño leer fragmentos de "El Quijote" y le tocó de adulto devorarlo. "Un libro que enseña mucho, que arrastra al lector. Tengo cantidad de ediciones".

Nacido en 1933, Emilio Serrano aprendió las primeras letras en la escuelina de San Martín de Collera. "Nos pilla la guerra en Asturias; mi padre, Emilio, trabajaba en Oviedo, en Anís de la Asturiana, pero cuando mi abuelo se jubila unos pocos años después, mi padre se va a Quintanar para sustituirle. Yo tenía 7 años y me matricularon en el colegio teresiano y, más tarde, en el instituto a hacer el Bachillerato que, con el tiempo, acabé en Asturias".

Su madre, Carmen... "Era cariñosa, culta y religiosa. Tuvo siete hijos, cinco varones y dos niñas. Y, lo que son las cosas, mis dos hermanas murieron enseguida, una de ellas con apenas unos meses".

Su padre, Emilio... "Yo tengo fama de buen relaciones públicas, pero nada comparado con mi padre. Me enseñó a hablar a los demás mirándoles a los ojos, de frente y con la verdad por delante. Siempre decía: 'La persona según la vean la estiman'. Nos pasaba revista antes de salir de casa, que a ver cómo llevas el traje, a ver cómo están esos zapatos... Yo siempre llevo el pañuelo asomando del bolsillo porque él me lo inculcó, sabía cuidar los detalles".

Emilio Serrano en su nave de fabricación de licores y cremas ejerce de guía y disfruta en ese papel. "Allí tenemos el alambique de aguardiente de sidra y al lado el de anís para hacer después el licor de guindas. Se pone a calentar por la noche, poco a poco, y mire cómo sale el líquido, apenas un chorrín. Las cosas hay que hacerlas así, sin prisas, buscando ese equilibrio entre tradición e innovación. No queremos perder ese sentimiento artesano. Hay quien compra alcohol, aromatizantes y conservantes, lo mezcla y saca al mercado un producto. No va a envenenar a nadie, es una bebida que cumple las normas, pero, amigo, la verdadera calidad empieza donde acaba la norma. Aquí no estamos para cumplir las normas, sino para superarlas".

De padre empresario, Emilio Serrano vivió su periplo de formación sin que nadie le regalara prebendas en el escalafón. "Me hicieron pasar por todos los puestos, comenzando por cargar cajas en el almacén. Y unos cuantos años viajando por España para vender los licores. Tenía un viejo Ford del año 1932 que aún conservo. Era un coche con frenos de varilla. Y una Guzzi, la 12 de número de serie, que también anda por algún rincón de la nave. Me montaba en la Guzzi, por supuesto sin casco, y a recorrer medio país, con aquellas heladas profundas de la Meseta. Teníamos una fábrica en Madrid, con la marca Tico-Tico. Conozco provincias en las que no existe un solo pueblo que yo no haya visitado. Llevaba muestras en la moto porque a la gente le cuesta creer. ¿Sabe lo que hacía? Llevaba una ficha, casi a modo policial, de todos los clientes. Fichas que conservo, por cierto. Es que yo no tiro nada. Y en esa ficha anotaba el nombre de la mujer, de los hijos, cualquier detalle que me sirviera para la conversación. Llegabas al bar y aquel cliente te sentía como un amigo. Más que amigo, cómplice. A la calle hay que salir a que te compren, no sólo a vender. Que el cliente sienta la satisfacción de encontrarte. Vengo a verte, no a venderte".

Eran otros tiempos. No había prisa. "Me pasaba días en un pueblo, hablando con la gente, haciendo amigos. La amistad es sagrada. A lo mejor, el último día le preguntaba a un hostelero 'oye, ¿necesitas que te envíe alguna caja de botellas?'. Si me decía que sí, perfecto; si me decía que no, perfecto también. Me conocía la vida de mis clientes, pero es que mi padre, que tenía una memoria prodigiosa, se sabía hasta sus números de documento nacional de identidad. Las relaciones con los demás hay que cuidarlas, ya te puedes gastar una millonada en marketing si después el que te coge el teléfono te manda a paseo. No cuesta trabajo hacer que los demás se sientan importantes".

Anís Tico-Tico ("es el nombre que se da al jilguero en Hispanoamérica") se funda en 1947, y Emilio Serrano se incorpora a la empresa familiar "casi de peón" en el año 1951. "Acabé el Bachillerato, yo soy de los de séptimo y la reválida, que se hacía en Oviedo. Un examen de la de Dios". Al poco tiempo, la mili, en Monte la Reina (más frío, esta vez en la estepa zamorana). Y, tras la milicia, la carretera y el traje de comercial. "Eran años en los que se vendía mucho anís, coñac y cazalla, productos de mañana que se bebían con el café y las porras". Bebidas de alta gradación, de ésas que servían para forrar camino del trabajo.

Estamos en vísperas del (re)nacimiento de la fábrica asturiana de San Martín de Collera. "En 1960 volví de Madrid a Asturias y, de alguna manera, para no moverme más de aquí. La idea era recuperar los sabores de la manzana, empezamos a destilar sidra y nos pasamos veintiocho años sin sacar el producto al mercado. Había que hacer una solera en barricas de roble. Ahora mismo tenemos en algunos de nuestros toneles aguardiente de hace cuarenta años".

La fundación de la fábrica en Asturias, con la marca Los Serranos, había sido consecuencia de la disgregación familiar en diversas marcas y razones sociales. La Asturiana, La Praviana y S.3, por un lado, y Tico-Tico y después Los Serranos, por otro. La unión de estas dos últimas "la pone en marcha mi abuelo Julián; mi padre junto a sus dos hermanos, Juan y Víctor, y más tarde mis hermanos Julián, Ramón, Javier y José Luis y yo. Hoy la gobiernan sus hijos y nietos y ya anda por ahí una sexta generación de bisnietos".

Son más de dos siglos de devenir familiar. "Yo creo que todos hemos heredado la tradición artesana, que es una especie de apellido y patrimonio. Desde la primera a la sexta generación todos compartimos un mismo oficio, el de destiladores", señala Emilio Serrano Quesada en ese mundo de silencios, reposo y medias luces que es la bodega, donde huele a guindas y avellanas maceradas.

Sobre una de las mesas de su despacho luce la medalla de plata de Asturias, concedida por el Principado en 2014. "Esta tierra es muy generosa conmigo, jamás moví un dedo para que me concedieran un premio, pero los he recibido todos, sin excepción, con enorme cariño. Me concedieron el hijo predilecto de Ribadesella y hacía casi cien años que no se nombraba a nadie. Dije que aceptaría si la decisión se tomaba por unanimidad, y así fue. En eso he triunfado, y creo que demostré que se puede triunfar pensando en los demás porque la vida me enseñó que el éxito que no se comparte es como si no existiera. No hay nada más bonito que querer y que te quieran. Quizá esta filosofía mía está un poco caduca, pero a mí me fue bien".

-¿Se siente jubilado?

-Tengo 83 años, y sí, estoy jubilado, pero sin apartar la vista de la empresa. No soy yo el que echa las redes, pero sigo a bordo del barco. Me encanta lo que hago, no me canso y pongo toda la entrega de la que soy capaz. Estoy rodeado de la familia. Aquí seguimos en la empresa mis tres hermanos y yo -el quinto se nos murió pronto-, junto a cuatro de mis sobrinos, Víctor, Emilio, Cristina y José Luis. Me toca repartir juego, como cuando jugaba al fútbol en el Ribadesella. Era interior derecha. En esta familia hay unidad y respeto, y cuando le ocurre algo a alguien, le ocurre algo a uno de los Serranos.

Los Serranos producen y comercializan una veintena de productos distintos, con el licor de guindas como estrella del catálogo. "Ahora va muy bien la crema de aguardiente y leche. Nuestra producción total puede llegar a las 200.000 botellas, pero depende de las cosechas. Aquí no se desfigura la fórmula heredada".

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