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PEDRO CIVERA | Actor

"Llegó un momento en el que si actuabas en Gijón no había contrato en Oviedo, y viceversa"

"A las clases de Filosofía y Letras en la Universidad de Oviedo íbamos siempre de negro y con un fular, faltaría, y en LA NUEVA ESPAÑA nos llamaban 'los del pañuelín y la angustia vital'; aquello nos hacía gracia"

"Llegó un momento en el que si actuabas en Gijón no había contrato en Oviedo, y viceversa"

Pedro Ernesto Llaneza Civera (Mieres, 1941) es Pedro Civera, a secas, actor de amplia trayectoria en el teatro que se refugia en su casa asturiana de Luanco para ensayar y preparar la temporada. Inició su pasión teatral mientras estudiaba Filosofía y Letras en Oviedo, y la continuó después en Madrid, mientras acababa la carrera. No obstante, tuvo también una dedicación inicial a la televisión, como presentador y entrevistador. Y ha sido también la televisión la que ha mostrado su rostro en los últimos años en series como "Brigada Central", "Señor alcalde" y "7 vidas". Con la que más ha descollado ha sido con "El internado", emitida de 2007 a 2010. Pero Civera, al que su lugar de nacimiento le entregó en 2013 el galardón "Mierenses en el Mundo", habla sobre todo de teatro, y de experiencias como que "llegó un momento en el que si te contrataban en Gijón ya no lo hacían en Oviedo, y viceversa". Pedro Civera dicta sus "Memorias" a LA NUEVA ESPAÑA en la entrega de hoy y en otra más, mañana, lunes.

Penal de mujeres. "Mi familia materna es de La Rioja, y dicen que el apellido Civera es de origen judío. Mi abuelo materno, Pedro Civera, se vino a Asturias a finales de los años veinte del pasado siglo, por traslado en la empresa ferroviaria en la que trabajaba. Con él vino su esposa, Cruz, y mi madre, Isabel, y se establecieron en Mieres. Mi nombre es Pedro Ernesto por este abuelo, que falleció al mes de nacer yo, y por un tío, marido de una tía mía, Pilar, al que mataron en el monte durante la guerra. Toda mi familia paterna es de Asturias. Mis padres se separaron y no tuve relación con mi padre hasta mucho tiempo después, y tampoco con mi hermano, Pepe, que vivía con él. Nací el 10 de agosto de 1941 y viví en un gineceo, con mi madre (que falleció el año pasado, con casi 104 años y estupenda), mis tías Linda y Pilar, con la hija de esta última y con mi abuela. Mi tía Linda había salido de la cárcel hacia 1942 o 1943, después de haber estado condenada a muerte, primero, y con cadena perpetua, después. La habían acusado de haber quemado el convento de Mieres, al que nunca le faltó ni una teja, por cierto. Total, que a mi pobre tía le cayó la pena de muerte y se la conmutaron a los dos años, estando en la Cárcel Modelo de Oviedo, y la mandaron a Santurrarán un penal de mujeres terrible, en el País Vasco".

Un "cacharro" con el hermano. "Mi padre y mi hermano vivían en Trubia, y la primera vez que tuve relación con mi padre fue cuando en 1959 mi madre me dijo que si sacaba la reválida de sexto de Bachillerato en junio me regalaría algo. '¿Que quieres?'. 'Conocer París'. 'Pues te doy un dinero y te vas a París'. Era muy buen estudiante y saque la reválida, pero el problema es que para viajar hacía falta pasaporte. Fui a sacarlo a la Policía, que entonces estaba en la Pasera, en Mieres, y me dijeron que hacía falta el permiso de mi padre. Me puse en contacto con él, vino a Mieres y firmó el permiso. Sabía que existía, pero no lo conocía. Más adelante, en 1968, cuando mi hermano estudiaba en Mieres y yo era presentador de TVE en un programa que se llamaba 'Panorama de actualidad', me dije que era una gilipollez no conocer a mi hermano. Entonces, fui a la Escuela de Capataces y pregunté en qué curso estaba José María Llaneza. Fui a su encuentro: '¿Tú me conoces?'. 'Sí'. 'Pues fúmate la clase y vamos a tomar un 'cacharro' y vamos a hablar'. Desde entonces tengo una estrechísima y espléndida relación con él".

Teatro impensable. "Volviendo a mi infancia, en los años cuarenta era muy desagradable todo. Había una cosa que se llamaba el 'sindicato de la madera', que por las noches daba palizas y cosas por el estilo a la gente más o menos señalada. Por eso mi madre mandaba a la tía Linda a Madrid, donde teníamos familia, y pasaba dos meses conmigo. Tenía que presentarse una vez a la semana a la Policía y todavía conservo los papeles de aquello. Hice el Bachillerato en Mieres en la Academia Lastra, e íbamos a examinarnos de las reválidas al Instituto Alfonso II de Oviedo. Aquello era una gran fiesta, porque comíamos de restaurante. Llegábamos en el Ferrocarril del Vasco a aquella preciosa estación ya desaparecida. Lástima. En Mieres empecé a hacer funciones de teatro que dirigía una profesora de Francés, Rosita Garrido, una mujer muy enérgica. Yo estaba metido en todo: contaba, cantaba y escribía en el periódico de Mieres, 'Comarca del Caudal', al que envié crónicas cuando estuve en París y cuando fui a una campaña de alfabetización en Granada. Esto lo organizaba el Servicio Universitario de Trabajo, y fue una estupenda iniciativa del SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios), que hacía cosas buenas, por ejemplo, crear el Teatro Estudio Universitario (TEU), donde muchos empezamos. En el TEU podíamos hacer una serie de obras que eran impensables en los teatros comerciales de entonces. Hacíamos todo el teatro que publicaba la revista 'Primer acto', Ionesco, Tagore, etcétera".

Universidad que irradiaba. "Hice 'El acuerdo' y 'La condena de Lucullus' (ésta en lectura escenificada), ambas de Bertolt Brecht, lo primero que se hizo de este autor en Asturias. Me integré como un loco en el TEU, y en todo lo que había de actividad en la Universidad de Oviedo. También colaboré en 'Fenestra Universitaria', aquella revista radiofónica famosa que acabó con un asalto de gente que entró por la noche al grito patriótico de '¡Somos los del 36 y los del 63!'. Trate con periodistas como Eduardo García-Rico o con el que era director de LA NUEVA ESPAÑA, Juan Ramón Pérez Las Clotas, un tipo estupendo, estupendo. En LA NUEVA ESPAÑA había una cosa que nos hacía gracia. Nos tomaban el pelo llamándonos 'los del pañuelín y de la angustia vital', porque íbamos a las clases de la Universidad, cuando todo el mundo iba de corbata, con un fular y vestidos de negro. Faltaría. Oviedo era una ciudad maravillosa y la Universidad, que estaba en el mismo centro de la ciudad, tenía un peso específico. Cuando después me fui a Madrid perdí todo eso. La Universidad de Oviedo irradiaba algo que enriquecía a toda la ciudad y tenía gente muy carismática, por ejemplo, don Emilio Alarcos, un tipo fantástico con un sentido del humor infinito, inteligentísimo, agudo. Y llegó a Oviedo Gustavo Bueno cuando yo hacía el primer curso de comunes de Filosofía y Letras. En las juntas de Universidad, Alarcos, que era más zorro, pinchaba a Bueno, más sanguíneo, y éste intervenía con toda su energía. En la Universidad de Oviedo yo tenía la impresión de estar viviendo algo que enriquecía a la ciudad".

Un banco del Campo. "Para las funciones del TEU nos cedían los domingos por la mañana el teatro Principado, que estaba en la calle Cabo Noval. El SEU nos daba unas 5.000 pesetas, pero para todo, para decorados, para el vestuario, etcétera, de modo que un día necesitábamos un banco para una función y fuimos al Campo San Francisco. Nos sentamos en uno y lo fuimos levantando cada poco y acercándolo al teatro. Hicimos la función y lo devolvimos. Creo que éramos un grupo de gente estupenda y hacíamos teatro por afición y por devoción. Estabas convencido, quizás ingenuamente, que hacíamos algo interesante, bueno y meritorio, y con aquello hacías avanzar a la sociedad, que podías influir en algo, creencia que después he perdido. Y, encima, como no cobrabas un duro, te parecía que era más mérito todavía. Lo del dinero siempre fue como un contaminante".

Influencia de Gustavo Bueno. "Llego a Madrid en 1963 para hacer Filosofía pura. Me atraía por influencia de Gustavo Bueno. Llegué a la capital con otros dos alumnos, muy amigos: Paco Fierro Sedano, que después sacó cátedras en el País Vasco, y Alfredo Deaño, desgraciadamente malogrado cuando era muy joven. Conservo montañas de fotografías con él. Éramos íntimos. Él era un tipo maravilloso y particularmente sensible; también difícil y mortalmente tímido. El tema religioso le traumatizaba y como tenía una cabeza prodigiosa acusaba mucho esas cosas tremendas y los complejos terribles de la religión castrante que a todos nos habían dado. Por lo demás, era de una brillantez expositiva fuera de lo común. Además de estudiar Filosofía, yo quería hacer teatro. Estaba clarísimo. Hice algunas cosas con el TEU de Madrid, pero no era lo mismo que en Oviedo, sino más profesionalizado y menos divertido. Pero vi mucho teatro y cogí una temporada magnífica en el María Guerrero, que hacía José Luis Alonso, con 'El jardín de los cerezos', prodigios, o 'Tres hermanas', las dos de Chejov. Y en el Teatro Español vi un 'Hamlet' de Tamayo, con Adolfo Marsillach, no muy glorioso, por cierto. Enseguida vinieron las temporadas de Marsillach en el Goya, con 'Pigmalión' y 'Después de la caída'. Y había mucho cineclub, porque todavía no habían abierto las salas de arte y ensayo. Estudiando Filosofía preparé unas oposiciones a TVE, pero tuve que dejarlo porque, en definitiva, lo que tenía que hacer era acabar la carrera y mandarle el título a mi madre, que me mantenía con el periódico giro postal. Y justo al acabar empecé ya a trabajar en el Teatro Español, que dependía del Ministerio de Información y Turismo. Debuté con Ana Belén, que era una niña, con 'Numancia', de Cervantes, dirigida por Miguel Narros, y con Agustín González, Berta Riaza, Pilar Muñoz... Era 1966 e hice también 'El burlador de Sevilla', 'El rey Lear', con Carlos Lemos de protagonista y Ana Belén como Cordelia. Y siempre con Narros. También hice con él 'Las troyanas', en versión de Antonio Gala, para la segunda cadena de TVE. En 1967, un amigo, Pepe Lapeña, que estaba en televisión me dijo: 'Déjate de historias; ¿te pagan bastante?'. 'Poco'. 'Pues ven a hacer alguna entrevista'. Eran para el programa 'Panorama de actualidad', un magacín de reportajes y entrevistas que se emitía de dos a tres de la tarde".

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