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SERGIO DEL MOLINO | Escritor, autor del exitoso ensayo "La España vacía"

"No hemos logrado ofrecer un relato de España alternativo al del franquismo"

"Somos incapaces de apreciar el interior de nuestro país de una forma compasiva, lo vemos como un secarral, y un pueblo incapaz de amar su propio paisaje es muy difícil que pueda modernizarse"

Sergio del Molino. magdalena siedlecki

El escritor Sergio del Molino Molina (Madrid, 1979), ganador entre otros del premio asturiano "Tigre Juan", firmó en 2016 uno de los libros del año: "La España vacía", un ensayo-crónica del periodista que también es, con el que viajaba por la historia, los traumas y el paisaje de las regiones centrales del país, convertidas por culpa del éxodo rural en secarral arruinado. Mientras tanto, en las páginas de ese volumen editado por Turner, iba esbozando una nueva identidad española.

-¿Por qué el éxito de "La España vacía"?

-No sé por qué ha conectado tan bien. Tengo la intuición de que se ha cumplido una profecía que incluía el propio libro, que decía que el vacío no sólo estaba en España, sino también en el discurso sobre España. Creo que había un hueco que nadie estaba atendiendo.

-¿Estamos ante un nuevo patriotismo? ¿Cómo lo llamaría usted?

-Es más bien el establecimiento de la conexión emocional con la procedencia de millones de españoles de esa parte del país, la España vacía, un país que se ha modernizado mucho, pero que ha mirado demasiado hacia fuera y hacia las ciudades, y no hacia la memoria y a los mecanismos por los cuales nos relacionamos con nuestra propia realidad nacional.

-¿Estamos ante un nuevo noventayochismo?

-¡Confío en que no! Es justamente lo contrario de las posturas y tesis esencialistas que defendía la Generación del 98. El 98, sobre todo en la vertiente de Unamuno, y también de Azorín, es un movimiento nacionalista. Y el patriotismo sensato, o razonable, que yo planteo es bastante antinacionalista. Reniega mucho de las posturas nacionalistas y esencialistas. La mía es una mirada a la convivencia. Lo que puede tener en común con el 98 es la reflexión o la mirada al propio país. Pero la forma de mirar y aproximarse y los objetivos de esa mirada son radicalmente distintos. Una mirada como la del 98, hoy en día, sería profundamente rechazada. En ese sentido España sí que se ha curado del nacionalismo español.

-¿Se puede pensar sobre España sin meterse en el terreno del franquismo?

-Es muy difícil. El pensamiento sobre cualquier país es siempre meterse en un jardín y en un barrizal. Siempre está contaminado por una historia de violencia que no es privativa de España. Estás enfrentándote a un pasado muy sucio y, en el caso de España, eso es imposible. La herencia del franquismo, 41 años después, es tan enorme que ha contaminado cualquier discurso que contenga la palabra España. Hubo una apropiación salvaje y brutal de toda la simbología. Hubo un relato que aniquiló a todos los demás relatos posibles.

-¿Qué relato pretendía contar usted?

-Mi libro no está exento de conflicto, pero intento normalizar la situación. Intento poner en evidencia que hay muchos más relatos posibles y no todos basados en historias de violencia, no todo basados en mitos, y que hay que partir del hecho cierto de que compartimos una lengua, un espacio geográfico y una historia. A partir de ahí podemos empezar a construir una convivencia totalmente distinta, con memorias simultáneas y contrapuestas. Intento romper el relato unívoco, algo que no se ha hecho desde la Transición. La cultura española renunció a romper ese relato. Sencillamente, ignorándolo. Se metió el franquismo directamente debajo de la alfombra y se obvió cualquier tipo de debate al respecto porque era demasiado problemático y demasiado doloroso. Pero creo que ya han pasado 41 años y la gente de mi edad no debemos tener miedo a esos debates.

-¿Ya se ha desprendido la gente de su generación, los treintañeros, de ese relato de la España franquista?

-Poco a poco va surgiendo otra cosa. Es que nadie ha hecho nada en estos 41 años por desprenderse de él. Las fuerzas progresistas en España fallaron a la hora de ofrecer un relato nacional alternativo. Es una deuda que tiene el PSOE y su intelectualidad afín, que renunció a ello cuando pudo haberlo hecho. Ahora tenemos que hacer unos deberes que, generacionalmente, quizá no nos corresponderían, pero es que nadie los hizo, esto ha estado oculto. Directamente hemos cogido los retratos del abuelo facha y los hemos metido en el desván. Y ahora no sabemos qué hacer con ellos. La generación anterior pasó de ellos, no quiso hablar.

-Usted describe un país construido sobre una especie de exterminio de lo rural. ¿Nos hemos reconciliado con el aldeano que llevamos dentro?

-No nos hemos reconciliado pero, sobre todo, porque nuestro pasado remite a un presente que está vacío. El éxodo rural es un fenómeno común a cualquier economía desarrollada, pero en España el referente al que nos dirigimos está abandonado. Tenemos que añadir a esa conflictividad de la memoria un sentimiento casi de culpa por haber dejado atrás un lugar y haberlo dejado arruinarse. El componente psicológico de trauma es mucho más poderoso en España que en otros países. Es probable que ésa sea la línea del libro que más emociona a los lectores.

-¿Los nuevos partidos emergentes están construyendo un nuevo relato de España?

- Al principio Podemos tuvo interés, desde mi punto de vista equivocado, por el patriotismo social, inspirado en los movimientos izquierdistas latinoamericanos de los años 70. Sí que había una voluntad genuina de acabar con el tabú de usar el nombre de España y de referirse a cuestiones nacionales. Pero la instrumentalización ideológica que quieren hacer de esto como pura estrategia no representa una superación. Tiene que ver con sus movimientos internos del partido. De hecho, cuando vieron que no les iba bien la abandonaron. En cuanto tuvieron los mínimos roces con otros nacionalismos prefirieron evitarlo. Ciudadanos es un partido de reacción a una situación de asfixia nacionalista en Cataluña y todavía está por definir si logran un relato nacional. Pero creo que no difiere mucho de los relatos del PP y el PSOE. No creo que el cambio de relato sobre España venga de las fuerzas políticas. Va a venir de la Cultura. De los escritores, cineastas, de la gente que mira el país.

-¿Y qué tipo de España ven?

-Un país muy variado, muy diverso, como corresponde a un país moderno. Una imagen muy contradictoria, con relatos que discuten entre sí de una forma amigable, entendiendo que todos tenemos que caber en ellos. Tienden a ir hacia lo familiar y a los cruces que las propias familias crean. Un nuevo relato que no tiene que ver con lo tribal, con una tribu enfrentada a la otra. Eso es lo que se está percibiendo dentro del Arte y la Literatura y no se corresponde con los discursos políticos, no tiene nada que ver. Hay una disociación entre lo que se está debatiendo políticamente y lo que fermenta en el terreno artístico, que está mucho más cercano a la sensibilidad de la gente.

-Si todo fuera como usted dice, vamos a la disolución de los nacionalismos vasco y catalán.

-Los nacionalismos, en general, van a disolverse porque son incompatibles con la posmodernidad. Son incompatibles con una sociedad abierta, hiperconectada, como la de ahora. Lo que estamos viviendo, especialmente en Cataluña, es una anormalidad que pasará. Tiene que ver con otros elementos de oportunismo político, pero es un discurso anacrónico. Los estados nación no tienen ningún tipo de relevancia, se van a ir disolviendo en aras de otro tipo de identidades. Aunque surjan de vez en cuando repuntes, incluso violentos. Aunque salga una Marine Le Pen en Francia, un Donald Trump en Estados Unidos. Son coletazos de un mundo que se muere y reacciona como lo hacen las fieras cuando se sienten amenazadas, con violencia. Pero son conscientes de que están amenazados por una sociedad abierta.

-Por lo que usted dice las generaciones españolas de los 20 y los 30 años ya no entienden el debate de las nacionalidades.

-Yo entiendo que ese debate sólo se puede mantener desde la impostura y el oportunismo político. Nos comunicamos mucho, nuestras lealtades y afinidades no tienen que ver con himnos o banderas. Tienen que ver con otros referentes culturales. Entre Bruce Springsteen y la sardana está muy claro lo que preferirían los catalanes.

-Las nuevas generaciones entonces están más vinculadas hacia la familia y menos a los grandes discursos.

-Absolutamente. Eso es un efecto de rebote del franquismo, una intoxicación del patriotismo rancio que hemos sufrido. Por eso buscamos nuestra lealtad, esa memoria común, escarbando en nuestra propia familia. Son redes más complejas, mucho más sutiles, pero emocionalmente mucho más poderosas. Y sobre todo que no son belicosas. No excluyen al otro. Pueden articular la convivencia sin excluir al otro.

-En "La España vacía" habla del "complejo Maritornes", la asturiana que aparece en el Quijote. ¿Qué es?

-El Quijote me interesa como mito fundacional cultural. El libro con el que toda la literatura española se ve obligada a dialogar, tiene un carácter casi sagrado. La mirada que hay en ese libro sobre el territorio es la mirada que Cervantes tiene de Maritornes. La sensibilidad de Cervantes es absolutamente incompatible con una sensibilidad moderna. Ahora no toleraríamos un narrador como Cide Hamete, no sería aceptable. Como trata a Maritornes es como trata a todo el país. Y creo que esa sombra se ha extendido por toda la literatura española hasta el siglo XX. Es una sombra de la que no nos hemos librado y ha empapado todas las capas culturales hasta el punto de que es muy común referirse al secarral para hablar del interior de España, con el mismo desprecio con el que hablaba Cervantes en el Quijote. Si hubiéramos tenido otro libro de referencia, si Cervantes hubiera decidido que don Quijote cabalgara por otro sitio y hubiera mirado a los personajes del libro de otra manera quizá tendríamos modificada nuestra visión sobre el país. Cervantes lanzó un paradigma cruel que persiste hoy. Somos incapaces de apreciar el paisaje del interior de España de una forma compasiva.

-¿La mirada del español es, por tanto, la de Cervantes?

-Sí. Hay un prestigio del cinismo que se equipara generalmente con la inteligencia. Hay un prestigio de lo cruel, de la mirada del desprecio hacia todo lo que suene a vernáculo. Es verdad que hay muchas cosas despreciables, pero que ese desprecio se ha camuflado también de un espíritu reformista del país, porque lo que hay se asocia con lo arcaico. Pero cuando un pueblo es incapaz de amar a su propio paisaje, cuando lo siente como extraño, como una maldición, es muy difícil que luego pueda modernizarse. Hay que sentir las cosas como propias. Hay que sentir algo de cariño por el lugar donde naciste, porque de lo contrario es muy difícil involucrarte en su mejora.

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