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ARACELI RUIZ TORIBIOS | "Niña de la guerra", exiliada y promotora de la Asociación de Retornados de Rusia

"El 'Cervera' bombardeaba cada día y mis padres dijeron que a Rusia; no nos vimos en 30 años"

"Recuerdo el día de la marcha desde El Musel, nos llevaron al puerto en autobuses, sin luces, muy despacio y en la madrugada, nos metieron en una bodega llena de restos de carbón y allí abajo todo el mundo lloraba"

"El 'Cervera' bombardeaba cada día y mis padres dijeron que a Rusia; no nos vimos en 30 años"

Cada domingo, siguiendo un riguroso turno de viviendas, Araceli, Angelines y Conchita se reúnen a comer en Gijón. Menú ruso. Araceli Ruiz Toribios, 93 años, prepara croquetas de ajo y pimienta, de ésas que requieren estómagos en buena forma, ensalada y una legumbre parecida a la lenteja, pero más pequeña. "Y nunca falta un chupito de vodka, típico de allí".

Ese "allí" es en cierta forma un "acá" en el sentimiento. "Allí" es una segunda casa con muchas habitaciones: Leningrado, Moscú, Odesa, Samarkanda. Una vida, un marido que reposa en tierra rusa, dolores de parto, trabajo y estudio, el olor a azufre de las bombas, el frío que helaba el aliento y el punzón recurrente y desgarrador del adiós obligado.

"Las tres hermanas comemos, jugamos al tute y al parchís, y recordamos".

Un chispazo en la memoria. La bodega oscura de un barco mercante con bandera francesa. Y un niño junto a Araceli. "Era muy pequeño, se había hecho daño en un dedo y lloraba y llamaba a su madre". Pero su madre no estaba entre los ocupantes de aquel buque que se alejó en silencio de la costa malherida de Gijón con la "carga" más sensible del mundo: varios cientos de niños que huían de la guerra, con las tropas nacionales ya a punto de entrar en la ciudad.

Araceli Ruiz vivió los miedos de la travesía, pero no el desamparo de algunos de sus compañeros de viaje. Ella embarcó con tres de sus hermanas. Una de ellas, Águeda, ya tenía 22 años y se fue a Rusia en calidad de educadora. "Mi hermana era muy de izquierdas, estaba metida en sindicatos", y ejerció de madre adoptiva, aunque los acontecimientos posteriores obligaran a un alejamiento traumático.

Cuando Araceli se convirtió en "niña de la guerra" tenía 13 años. "Éramos ocho en casa, mis padres y seis hermanas. Todo chicas. Tuve un hermano pero se murió a los pocos años. Ocho y un sueldo modesto en casa. Mi padre era guardagujas de Renfe y mi madre nos hacía toda la ropa, era una costurera y una cocinera increíble, y miraba por el dinero como nadie. Era una vida austera, qué remedio".

Piso en la calle Balagón, en el corazón del barrio de El Natahoyo. "Oye, yo pensé toda la vida que era gijonesa y una vez que tuve que hacer una gestión y sacar la partida de nacimiento me entero que soy de Baños de Cerrato, provincia de Palencia. Al parecer, mi padre estaba destinado a aquella estación ferroviaria y ahí fui yo a nacer".

La sombra fantasma del "Cervera". Otro recuerdo. El retumbar del bombardeo sistemático e indiscriminado del crucero "Cervera" sobre Gijón. "Primero descargaban los aviones y después el 'Cervera' no paraba. Yo creo que otros barcos le traían las bombas para que no tuviera que desplazarse. Se apostaba entre Cimadevilla y La Providencia y venga a disparar y disparar. Tal y como estaban las cosas, mi padre lo tuvo claro. Nos reunió y nos dijo: 'Os vais a Rusia'. A mis padres no les dejaron ni ir a El Musel a despedirse de nosotras".

Ellos no lo sabían, pero en aquel momento se rompieron unos lazos que en cierta medida no iban a recomponerse jamás. "Durante años no pudimos tener comunicación de ningún tipo con nuestros padres. Escribíamos cartas, pero nunca llegaban a su destino. Supongo que alguien en España las tiraba directamente a la papelera. Mi hermana Águeda recordó que teníamos unos tíos en América, no sé muy bien si en Brasil o en Argentina. Así que ideamos mandarles las cartas a ellos, que desde su país las reenviaban a papá y mamá. Y con aquellos intermediarios familiares las cartas llegaban, sí, pero con semanas de retraso".

Araceli Ruiz nació un 22 de julio de 1924. "Primero me llevaron a un colegio de monjas, pero después pasé al Revillagigedo, que estaba muy cerca de nuestra casa. El maestro se llamaba don Fortunato y en la clase estábamos juntos niños y niñas. Aquello duró poco, lo que duró la República. Mi padre, que se llamaba Julio, estaba de los nervios con seis hijas a su cargo. Siempre pendiente de nuestra seguridad: 'No salgáis solas, no salgáis solas'? Mi madre se llamaba Pilar, como te digo una auténtica artista con las agujas y el hilo. Eran leoneses, de la zona de Frómista. Y trabajaron duro toda su vida".

Otra fecha grabada a fuego: 23 de septiembre de 1937, el día de la partida. "Recuerdo a mi madre que no paraba de llorar. No se sabía muy bien cuándo podíamos partir, y entonces las autoridades decidieron que teníamos que concentrarnos todos en una quinta de Roces para que toda la operación fuera lo más rápida posible. Una noche nos avisaron, nos metieron en unos autobuses y recorrimos Gijón con las luces apagadas y muy despacio para evitar cualquier pista al 'Cervera'. Recuerdo que la tripulación del barco que nos sacó de El Musel era oriental y que la bodega donde nos metieron estaba llena de restos de carbón. Y allí abajo todo el mundo lloraba. Lo cierto es que logramos atravesar el cerco y salimos a alta mar".

Las pestañas heladas. De Gijón a Saint-Nazaire, en el Loira francés. Allí les esperaba un transatlántico ruso "blanco, con comedor y camarotes". Araceli y los demás niños arribaron a Leningrado a mediados de octubre, con la nieve pisándoles los talones. En la avenida Nevski, la arteria central de la ciudad, tuvieron los "niños de la guerra" españoles su casa-colegio. "En la planta baja, las escuelas; arriba, el comedor y una planta para dormitorios de las chicas y otra para los chicos. Nada más llegar, baño, reconocimiento médico y una especie de examen para saber cuál era el nivel de cada cual. Nos vistieron de arriba abajo, porque allí nadie llevaba ropa de abrigo. Nos pasamos así tres años, tiempo que nos dio de sobra para aprender el ruso. Los más pequeños lo hablaban perfectamente a los dos años de estancia. A los mayores les costó un poco más".

Gorro ruso a cada niño y abrigos con piel por dentro. "Llegué a estar a 45 grados bajo cero. No hay palabras para describir esa sensación. Se te hielan las pestañas". Leningrado, hoy San Petersburgo, es una ciudad hermosa. A los ojos de una niña de 13 años, casi mágica. "Nos trataron muy bien, nos llevaban a esquiar y a hacer patinaje sobre hielo. Allí hacía deporte todo el mundo".

Segunda diáspora familiar. Una sociedad "próspera" que la II Guerra Mundial destrozó en mil añicos. La llegaba de los primeros bombarderos sobre Leningrado, donde murieron cerca de dos millones de civiles, produjo la segunda desmembración familiar. "A Conchita y Angelines las mandaron para Járkov, en Ucrania. A mí me habían trasladado a una casa en Moscú a la que destinaron a los jóvenes que queríamos estudiar una carrera, pero enseguida me enviaron para Odesa, y Águeda se quedó en Leningrado y allí pasó los 900 días de asedio. Estuvo a punto de morir de hambre y frío porque le robaron la cartilla de racionamiento. No sé porqué los rusos decidieron separar a las cuatro hermanas, es algo que nunca entendí. Yo llegué a Odesa, a una casa llena de niños vascos, pero enseguida empezaron los bombardeos alemanes, y otra vez a hacer la maleta".

Un viaje largo con destino a Samarkanda, actual capital de Uzbekistán, un lugar "lleno de gente vestida con batas largas", alejado de todo en aquellos primeros años de la década de los cuarenta. Incluso alejado de la guerra, "que se vivió porque había hospitales a los que llegaban muchos heridos en el frente". La relativa paz del Asia Central fue el escenario donde la adolescente Araceli Ruiz despertó a la juventud. Y ya con 23 años, un 14 de diciembre de 1945, Araceli Ruiz Toribios retornó a Moscú tras el horror.

"Mi hermana Conchita ya vivía en la capital y me fui con ella. Me puse a estudiar técnico de construcción en puentes y carreteras. Era algo parecido a la carrera de perito. Reparé muchas calles en Moscú y me tocaron las obras de ampliación de la autovía entre la capital y Minsk. Aquello estaba lleno de trabajadores que eran presos de la guerra, entre ellos gente de la División Azul. Las autoridades me decían: 'Araceli, con esta gente ni una palabra en español'".

Dirigía una brigada de diez trabajadores y, por supuesto, a pie de obra. "Era un mundo de hombres. Hice oposiciones y pude llegar a la Universidad. Era un título que se llamaba Economía Ferroviaria". En aquellos años Araceli Ruiz conoció al que iba a ser su primer marido, el hombre de su vida. "Nos conocimos estudiando, íbamos los domingos al baile que organizaba el Centro Español, y allí se reunía mucho joven. El Centro Español evitó mucho matrimonio mixto. Yo tenía claro que no quería casarme con un ruso. Me decía: aunque sea feo da igual con tal de que sea español. Pero mira, di con un español que además era guapo".

Laureano era de El Entrego. "Estudió Derecho, se especializó en Criminología y era un hombre bueno e inteligente. Nos casamos en 1948. El Centro Español y la Cruz Roja nos facilitaron un cuarto en un bloque de viviendas que eran todas así. Una habitación y todo lo demás, cocina y baño, se compartía. Era incómodo porque no te imaginas a algunos de los vecinos".

Muy lejos de allí, en el Gijón familiar, Julio y Pilar, los padres de Araceli, volvían de una pesadilla. "Intentaron pasar a Francia durante la guerra y los interceptaron. Acabaron en Valencia y cuando regresaron a Asturias se encontraron con la casa de El Natahoyo ocupada por unos policías. Lo habían dejado todo allí, muebles y enseres, y nunca les devolvieron el piso. Acabaron realquilados en una habitación y después se fueron a un piso obrero del barrio de Roces".

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