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Dublín: música, cerveza y mucho James Joyce

La capital irlandesa, una ciudad amable y divertida, es aún un poblachón donde aún no encaja bien el fulgurante crecimiento de los últimos años

La combinación de música, taberna y cerveza (Guinness, claro) en Dublín funciona tan bien como el mejor Barça de Guardiola. La capital irlandesa es hoy un destino frecuente, idóneo para una escapada de tres días. Con ese tiempo es más que suficiente para visitar lo básico y calar el buen ambiente de la ciudad. Los dublineses son amables y divertidos, nada que ver con ese estúpido orgullo inglés que trata de empequeñecer al visitante. Esta gente ha sido pobre durante siglos y ha padecido el imperialismo británico. Con eso queda todo dicho. Y, claro, ahora están en las antípodas del "Brexit". Para ellos la pertenencia a Europa es una historia de éxito: sus mejores años han sido dentro del club que no piensan abandonar por nada.

La ciudad, por lo demás, es un poblachón en el que no acaba de encajar bien el fulgurante crecimiento de los años buenos. Se nota que la riqueza exuberante de los nuevos edificios choca con las vetustas casas de toda la vida sin una solución favorable para ninguna de las partes. Eso además de que están en obras todas las principales calles del centro, lo que le resta prestancia estos días y añade tráfico, pese a que la bicicleta es ya una alternativa seria.

Aun así conviene destacar que sea el Trinity College, la Universidad, el que articula la parte más noble y más visitada. La ciencia, lo primero. Enfrente el Banco Central. Y a derecha e izquierda, a ambos lados del río Liffey que divide (el Norte, pobre; el Sur, rico), las calles más comerciales (Grafton y O'Connell con sus derivadas Henry y Mary Street, muy animadas musicalmente por las tardes con actuaciones en directo). Desde el Trinity, el Ayuntamiento y el castillo (en cuyo patio cuelgan las enseñas de todos los países de la UE; la irlandesa, la primera a la izquierda; la británica, última a la derecha, cuanto más lejos mejor) quedan a un paso. Un poco alejado el Phoenix Park del que están muy orgullosos porque es el mayor parque urbano de Europa: en él está la residencia del presidente irlandés y... la Embajada americana.

No hay mucho lugar emblemático, al estilo de las grandes urbes del continente. Pero sí muchos recuerdos literarios e infinidad de garitos donde tomar algo (sin alcohol, multitud de propuestas de cadenas internacionales; con alcohol, tabernas y pubs locales). Recuerdos que empiezan y acaban en James Joyce y su "Ulises", la gran obra de Dublín y de las más importantes del siglo XX, próxima a cumplir el centenario. Aunque aquí han nacido o vivido cuatro premios Nobel de Literatura (William Butler Yeats en 1923, Bernard Shaw en 1925, Samuel Beckett en 1969 y Seamus Heaney en 1995, muy vinculado a Asturias por razones familiares), Joyce lo llena todo. Tanto que tiene una estatua en O'Connell y un busto en St. Stephen's Green, el parquecillo más chulo del centro. Y a Oscar Wilde le han dejado una esquina de otro parque, el Merrion Square (detrás del Trinity) muy visitada por su colorido y porque es uno de los autores más ingeniosos, y de hecho muchas de sus frases célebres figuran en un prontuario delante de su figura. No lejos está la estatua de Molly Malone -la pescadera de día y prostituta de noche- tan querida como difusa es su leyenda.

Y, por supuesto, a cada paso un recuerdo de la liberación, larga y costosa, del reino británico. Estatuas por doquier y grandes carteles evocan a los rebeldes que plantaron cara a los ingleses y abrieron el camino a la actual República, que aún no tiene un siglo, puesto que el Alzamiento de Pascua fue en 1916, pero hasta conquistar la independencia pasaron unos años más y una guerra civil. Queda por resolver el problema de Irlanda del Norte o Ulster, y el "Brexit" puede ser una buena oportunidad. La religión está detrás del conflicto. Las dos catedrales de Dublín son anglicanas, aunque la inmensa mayoría de la población es católica. En la de San Patricio (el patrón, muy celebrado en su festividad) pudimos escuchar un coro de voces blancas espléndido. Cantan todos los días a las 9 y a las 5 de la tarde. No llegamos a diez las personas que asistimos al culto aquel día. A la salida el oficiante nos despidió uno por uno. La entrada es gratis. El resto del día, no.

La isla es muy bonita y está inmaculada porque bajo el mandato inglés no se instaló industria. Irlanda era el granero. Ahora es una ventaja no tener viejas instalaciones escacharradas. Pero las costumbres son las mismas que en Inglaterra y la comida casi tan mala y tan internacional. Aunque si se busca bien aparecen tabernas destartaladas pero interesantes y hasta con un toque de modernidad.

Pero, en fin, la cerveza lo llena todo. Empieza y acaba en la Guinness. La fábrica, situada en medio de la ciudad, es imprescindible verla, entre otras cosas porque ofrece desde el bar de la última planta una magnífica vista. Además a nosotros nos atendió muy bien, casualidades de la vida, una chica ovetense de la emigración asturiana reciente -la de los jóvenes sobradamente preparados que se buscan la vida en el exterior- que trabaja allí. El recorrido da una idea del potencial de Guinness -que con Primark es la gran marca comercial irlandesa- y es un buen prolegómeno a la cita en el área más concurrida y popular de la ciudad: Temple Bar. Al calor de una buena Guinness (5 euros por pinta, más barata que otras muchas cervezas locales, algunas notables de calidad) tirada con arte, la música resuena en la vetusta taberna acompañada de un personal divertido y amable. Ése es el Dublín que tanta gente atrae. Con razón.

El "tigre celta" se recupera

Dublín es también la capital del "tigre celta", el fenómeno que durante dos décadas convirtió a Irlanda en un atractivo lugar para las grandes multinacionales por sus condiciones fiscales (básicamente un impuesto de sociedades muy bajo o inexistente) que deslumbró a muchos expertos. Pero la fiesta acabó de manera abrupta: Irlanda tuvo que ser rescatada en diciembre de 2010 con la aportación de 85.000 millones de euros de la UE, el FMI y el BCE. La reacción ha sido muy positiva y hoy el país ha devuelto la mayor parte de ese crédito, crece con fuerza otra vez y ha dejado de ser una preocupación para las autoridades económicas. Pero persiste en practicar una competencia fiscal desleal con el resto de la UE. Sus impuestos para las empresas siguen muy por debajo de la media de la Unión. De hecho muchas de las grandes corporaciones facturan desde allí.

Pero las consecuencias sociales saltan a la vista. En Dublín es altísimo el número de personas sin hogar que viven, piden y duermen en la calle, entre ellos muchos jóvenes y a primera vista no parece que sea sólo por alcoholismo y drogadicción. Eso nos sorprendió mucho. El paro y los desahucios son un problema. Según la televisión irlandesa, el año pasado aumentó el número de personas sin techo un 35% en Dublín. Tenían contabilizadas más de 5.000. Una cifra excesiva que deja en mal lugar al "tigre celta". Los españoles que encontramos se quejaron del altísimo precio de los alquileres. Comprar, imposible. La burbuja inmobiliaria crece otra vez.

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