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ARTURO GUTIÉRREZ DE TERÁN | Arquitecto urbanista

"Salí de mi crisis en segundo de carrera rompiendo con todas mis ataduras"

"Estudié en orfanatos militares con avitaminosis y sabañones, pero lo viví sin sentir ninguna pena y aprendí los principios de igualdad y solidaridad"

El arquitecto Arturo Gutiérrez de Terán, en el despacho de FECEA. LUISMA MURIAS

-Mi madre, Mary Paz, era de Salas y conoció a mi padre, Agustín, durante la Guerra Civil. Él era un militar madrileño que vino con las tropas de Galicia. Era viudo y tenía una hija. Mi madre tuvo cuatro hijos, y yo soy el segundo de ella y el tercero en el conjunto. Lo destinaron a África y allí fui concebido.

- Su padre murió en 1948, a los 48 años.

-Mi hermana pequeña tenía 6 meses. Tengo escasos recuerdos. Era niñero y pintaba bodegones y copias de museo como complemento económico. Se asombraba de que yo pintara con 4 años encima de un radiador.

- ¿Cómo era su madre?

-Espléndida: simpática, animada, responsable, negociante, mala cocinera. Era la última de ocho hermanos, de familia burguesa, como mi padre, hija de un abogado que administraba las propiedades de la condesa de Casares y sus familias y tenía un comercio de productos agrícolas.

- ¿Sus primeros recuerdos?

-De Oviedo. Katiuskas y nieve hasta las rodillas en la Escandalera y vomitando de nervios en un pupitre de la Milagrosa. Luego estudié en las Dominicas. Tengo borrado el día de la primera comunión, no sé por qué. Vivíamos en Fray Ceferino, 32. Frente con frente, vivía Mestre, un arquitecto represaliado que venía de Levante. Convivían en amistad el militar de derechas y el arquitecto republicano. A Mestre, muy simpático, lo oía sufrir "no me sale lo que quiero". O sea, a los mayores tampoco les salían las cosas.

- ¿Qué rapacín era usted?

-Bueno, rebelde y con sentido de la injusticia. Cuando tenía 7 años y mis hermanos 9 y 5, nos internaron en un orfanato militar en Padrón (La Coruña).

- ¿Cómo lo recuerda?

-Nada traumatizado. Se vestía con chaquetilla y pantalón gris de trapillo y los domingos de marinero. Mi madre iba a vernos cuatro veces al año y aprovechaba para hacer algo de estraperlo comprando unas medias de cristal o botellas de coñac. En junio veníamos a Oviedo y luego a Salas, que fue una gran escuela en la infancia y donde descubrí más tarde que se perdían inteligencias por no disponer de oportunidades para estudiar más allá del Bachiller.

- A las viudas la familia las mangoneaba.

-La familia ayudaba lo que podía, que para una viuda con cuatro hijos nunca era suficiente, pero sin queja. Mi madre no se arredraba ni se le caían los anillos. En verano, nos repartían por la familia. El pequeño, Alfonso Carlos, era travieso y nadie lo quería en casa.

- Recuerdo del orfanato.

-Magnífico. Comíamos mal, teníamos avitaminosis, y sabañones, por el frío, pero no era un problema. Tampoco lo era obedecer ni hacer trampa y evitar que te pillaran. Lo llevaban monjas de la Caridad francesas.

- ¿Disciplina?

-Mucha y la letra entraba con sangre. Lo demás fue positivo: estudiábamos, jugábamos a fútbol... los jueves por la tarde nos sacaban a esparcir. Nunca sentí pena ni mi madre nos la transmitió. El resto de la gente decía "¡Qué pena estos niños!" y me cabreaba.

- ¿Castigos?

-Escribí a un amigo que se comía mal. Las monjas leyeron la carta y me castigaron en un cuarto con mendrugos de pan duro para demostrar que sobraba comida.

- Madrid a los 11 años.

-Me adelantaron un curso para que fuera con mi hermano. Era estar con gente mayor y con hombres. Se vestía de traje azul marino con capa y botones dorados. Estaba en el coro porque cantaba bien, en el grupo de teatro y en los equipos de fútbol y frontón.

- ¿Era buen estudiante?

-De los cinco primeros. Al acabar Bachiller te pagaban la carrera militar o te ibas para casa. Mi madre nos decía de pequeños que mi padre no quería que ninguno fuera militar. En Preu se becó a diez que eligieran carrera civil.

- ¿Ventajas de haber tenido una infancia y una adolescencia institucionalizadas?

-En la Universidad iba unas cuantas cabezas por delante de mis compañeros en la vida, el orden, la iniciativa, las responsabilidades y en conseguir cosas difíciles. El internado aguza el ingenio al que lo tiene y te obliga a defenderte porque entre cuatro paredes y un muro tienes amigos y menos amigos: hay que procurar no pelearse si vas a perder y avisar que puedes ser ganador. Los tres hermanos salíamos juntos a defendernos. Aprendí los principios de igualdad y solidaridad porque nos hacían más fuertes y seguros y eso está en los principios de la izquierda.

- ¿Inconvenientes?

-No conocía la sociedad civil, pero no me costó aprender ni me quitó el sueño.

- ¿Tuvo una educación muy franquista?

-Por mi madre, no. Mis tías, sí, pero tuvieron poco peso. En los colegios había una tendencia falangista en formación política y poca educación religiosa. Íbamos a misa a diario y un cura iba una vez a la semana. Ni fui pío ni cuestioné la educación católica. Hice unos ejercicios espirituales y fueron una fiesta por salir del colegio.

- ¿Fue muy ideologizado?

-Algo. Tomé conciencia de que debía revisar lo que me habían enseñado porque no iba conmigo ni resolvía cosas. La disciplina quedó de por vida; ahora, ya no tanto.

- Llegó a Barcelona en octubre de 1959 a estudiar Ingeniería Industrial. ¿Por qué?

-Mi tío farmacéutico era tutor de conceptos y era el tiempo de Ensidesa. Hice el selectivo común. El verano antes del curso de iniciación le pedí a un amigo que me matriculara en Arquitectura y luego se lo dije a mi tío.

- ¿Por qué Arquitectura?

-Pared con pared veía a un alumno pintar, mancharse y hacer maquetas y pensé que era más divertido que lo que me esperaba. Y no era bueno en Matemáticas ni en Física.

- La residencia para hijos de militares...

-Era un colegio mayor y me sentía algo más feliz y libre. Tenía dinero para el tranvía y para ir al cine una vez al mes.

- ¿Ya había chicas en Barcelona?

-No, pero en mi cabeza, sí.

- Había fútbol.

-Era interior de enlace de la media con la delantera. Mis ídolos eran Kubala y Luisito Suárez. Tenía resistencia, habilidad en el regate y en organizar el fútbol, incluso los equipos: era el seleccionador de la residencia. Un amigo de la familia me propuso ser juvenil del Barça. Estuve pocos meses. El profesor de Química me preguntó por qué no iba a las prácticas, le contesté que tenía entrenamiento, me dijo que tenía que elegir y dejé el fútbol. A los 17 años fui amateur del Español y jugué en todos los equipos que podía. El fútbol cansa ahora por lo que lo rodea y porque han entrado en el juego otros valores.

- ¿Cómo era Barcelona?

-Fue mi segunda patria. Cansado de la residencia, fui a una pensión en el Ensanche, donde conecté con estudiantes vascos y un asturiano que vendía neveras de hielo.

- ¿Qué tal le fue en Arquitectura?

-Me gusto más cuando fui avanzando e introduje en ella valores sociales, más allá de la técnica y de la estética. Tuve una crisis entre segundo y tercero. Iniciación y primer curso los hice en Barcelona; en segundo, 1964, fui a Madrid porque entendía que había mejores profesores y vivía allí mi madre.

- ¿Dónde fue?

-Volví a una residencia militar dos años más hasta que marché cansado de disciplina. Tuve una crisis. Se me cruzó Proyectos 2, de Javier Carbajal, un pope. Era una asignatura clave y me dejó descolocado. Perdí el año: me eché la primera novia, construí lamparitas y mesitas para mis tías, colaboré con una empresa relacionada con la construcción donde estaba mi hermano pequeño, diseñé una farmacia y la cobré.

- ¿Dónde vivía?

-Un tiempo, en casa de mi madre; luego en un piso en el que estudiaban Guillermo Zarracina y Ramón Fernández-Rañada. Rompí con mis ataduras y superé la crisis. Salí interesado por la política, con amistades comprometidas y la sensación de que no podía postularme de izquierdas porque no se correspondía con mi educación burguesa. En la carrera hubo dificultades pero recuperé todo el último año: hice 14 asignaturas.

- ¿Qué quería hacer?

-Dar la vuelta al mundo: ir a Cuba y a EE UU para conocer las versiones extremas sociológica y económicamente.

Segunda entrega, mañana, lunes:

"Conocí a Pedro de Silva jugando al fútbol en la playa; éramos dos burgueses que sólo podían ser socialistas democráticos"

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