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Dios, aún necesario

El significado del año jubilar con motivo del centenario de la coronación de la Santina, "sonrisa de la naturaleza"

Dios, aún necesario

La diócesis de Oviedo se preparará durante los próximos doce meses, con la celebración de un año jubilar, para recordar la coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de Covadonga, que tuvo lugar el 8 de septiembre de 1918. El obispo de Oviedo, Javier Baztán y Urniza, había solicitado del Papa Benedicto XV esta gracia, así como la concesión de un Jubileo extraordinario, extensivo a los meses comprendidos entre marzo y octubre de ese año, en el que se conmemoraba, además, el duodécimo centenario de la batalla de Covadonga.

La ceremonia de coronación fue presidida por el cardenal asturiano Victoriano Guisasola y Menéndez, arzobispo de Toledo, en presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, el Príncipe de Asturias y representantes del Gobierno de España. El sermón fue pronunciado por el obispo de Plasencia, Ángel Regueras y López, y, finalizado el acto, las imágenes coronadas de la Virgen y el Niño fueron conducidas desde la explanada de la basílica hasta la Santa Cueva, en una procesión encabezada por la Cruz de la Victoria, llevada al santuario para la ocasión.

Tal como prescriben las rúbricas, fue coronada también la imagen del Niño, que la Virgen porta en su brazo izquierdo; lo fue antes que la de ella, para indicar que la realeza de María es participación de la de Cristo, y para que se cumpliera icónicamente lo que está escrito en el salmo 44: "De pie, a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro de Ofir".

El reconocimiento de la incomparable dignidad de María brota con total fluidez en el alma de quien sube a Covadonga, ala que el cardenal Angelo Roncalli, patriarca de Venecia, luego Papa Juan XXIII, calificó, cuando la visitó en julio de 1954, de "Sonrisa de la Naturaleza".

Treinta y cinco años después, en una inolvidable mañana de agosto, el Papa Juan Pablo II dijo en la homilía que pronunció durante la celebración de la eucaristía en la explanada de la basílica: "Covadonga es misteriosa fuente de agua que se remansa, tras brotar de las montañas, como imagen expresiva de las gracias divinas que Dios derrama con abundancia por intercesión de la Virgen María".

Covadonga es, pues, "Sonrisa de la Naturaleza" y "Misteriosa fuente de agua", adonde el alma triste y agostada peregrina para encontrarse con María, manantial que surte del agua viva, que es Cristo. En los meses que compondrán el año jubilar entrante, el salmo 41 será el que mejor exprese, con palabras inspiradas, la realidad auténtica del itinerario espiritual de cuantos se acerquen a ese hontanar de gracia, perdón, amor y santidad:

"Como busca la cierva corrientes de agua,

así mi alma te busca a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios, del Dios vivo:

¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan noche y día,

mientras todo el día me repiten:

'¿Dónde está tu Dios?' "

Así le sucede también al cristiano de hoy, al que los tiempos no se fatigan de preguntarle: "¿Dónde está tu Dios?". Es conminado a dar cuenta de la veracidad de sus asertos acerca de la existencia de Dios, de la posibilidad real de que éste se comunique con el hombre, de la cognoscibilidad de su intervención providente en la historia personal y colectiva, acerca del modo de entender el sentido de la vida, acerca del bien, el pecado y el dolor, acerca del camino para conseguir la verdadera felicidad, acerca de la muerte y del fin último hacia el que nos dirigimos.

En esta etapa de la historia, a la que algunos consideran como tal vez la más crucial de todas las existentes hasta el presente, la de la superación de la especie gracias a los increíbles logros tecnológicos, que auguran un horizonte absolutamente nuevo para la humanidad, en esta etapa de la historia se requiere del cristiano que sepa dar razón, o al menos lo intente, de qué sentido tienen estas mutaciones en el plan de Dios, y cómo se explican desde una visión coherente de la fe, la ciencia, la tecnología y el humanismo.

Y en este flujo vertiginoso de resultados, avances y prospectivas, la diócesis de Oviedo es convocada a traspasar el umbral de un año jubilar, en el que conmemorará, además del primer centenario de la coronación canónica de la imagen de la Santina, la epopeya con la que dio comienzo una historia compartida, extraordinariamente fecunda: la del reino de Asturias y su prolongación en la de España. A este respecto, el Papa Juan Pablo II dijo en la homilía pronunciada en el real sitio:

"Covadonga es una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio. Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!".

Y por muy trepidante que sea el ritmo al que avanzan los acontecimientos históricos, la movilidad de la población del planeta, los instrumentos electrónicos, la nanotecnología, la neurociencia, la biotecnología, los viajes siderales, la inteligencia artificial, las explicaciones inmanentes, los métodos de análisis empírico, la Iglesia en Asturias inicia un año jubilar con la firme convicción de que el conocimiento de la persona y el mensaje de Cristo es especialmente necesario en la prosecución de un desarrollo personal, social, científico y tecnológico realmente humano.

El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht escribió, entre 1918 y 1933, una serie de poemas que fueron posteriormente agrupados para su publicación. Entre ellos figura éste, que se titula "En la víspera de la Navidad", y dice así:

"Hoy, víspera de la Navidad,

nosotros, que somos gente mísera,

estamos sentados en un cuartucho

[helado.

El viento sopla afuera.

El viento entra.

Ven a nosotros, oh buen Señor Jesús,

míranos:

porque en verdad te necesitamos."

Este verso último de un escritor, cuya producción literaria se caracteriza por una visión irreligiosa, atea, de la existencia, expresa cuán necesario es Cristo para la humanidad en búsqueda de sí misma y de su futuro, lastimada y doliente, anhelante de una felicidad que se corresponda verdaderamente con su inefable dignidad. El Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral "Gaudium et spes", proclama que el misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, el que la Virgen de Covadonga sostiene en sus brazos, el que tiende su mano de Niño hacia el rostro de la Madre, para acariciarla, y, en ella, a la humanidad que vive el día a día en deseos de verdad y libertad.

En el pórtico del año jubilar mariano, la diócesis de Oviedo reafirma su plena y firme convicción de que Jesucristo es Señor y Salvador, único Redentor del mundo, y se ofrece a él con aquellas palabras con las que una judía holandesa oraba a Dios en julio de 1942, un año antes de morir en Auschwitz:

"Estos tiempos son tiempos de terror. Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos. Esto es todo lo que podemos salvar en esta época, y también lo único que cuenta: un poco de ti en nosotros, Dios mío. Quizá también nosotros podamos contribuir a sacarte a la luz en los corazones devastados de los otros".

Esa joven judía, que se llamaba Etty Hillesum, y fue autora de una diario en el que dejó constancia de cuáles eran las mociones anímicas que el sinsentido de la Soá provocaba en su vívida interioridad, coincidió en el campo de concentración de Westerbork, en Holanda, con Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y su hermana Rosa Stein. Se brindó, como ellas, al Todopoderoso para ayudarle, dándole hospedaje en su propia alma, y así, desde su poquedad, impedir el que dejase de brillar sobre aquel mundo de horror el único rayo de luz que podía iluminar la espesa tiniebla de la aniquilación y de la desesperanza.

Al igual que María, a quien Dios, para quien nada hay imposible, pidió que lo ayudase en la obra redentora, dando casa a su Hijo eterno en la limpidez de sus entrañas y, desde ellas, realizar su designio de amor para con el mundo. A lo que ella respondió: "Hágase en mi según tu palabra". Y por esa misma senda de verdad, humildad, generosidad, hondura, disponibilidad, libertad, servicio a los demás, y compromiso con Dios y con la historia, aspira a caminar, en el Año de Covadonga, la Iglesia en Asturias.

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