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JAVIER VILLANUEVA PÉREZ | Dramaturgo

"Empecé una obra para Arturo Fernández, pero no era lo mío"

"En un encierro en la Universidad de Oviedo sacamos a Virgili y a Alarcos de la cama para que retirasen a los grises, que nos estaban esperando fuera"

De adolescente, en la fiesta de la Salud de su tierra natal, Lieres.

Muy pocos hijos de mineros estudiaban el Bachillerato en la década de los cincuenta del siglo pasado en la localidad sierense de Lieres. Por entonces, el instituto más cercano estaba en Oviedo, a una distancia mucho más difícil de salvar que hoy.

A mitad de década, sin embargo, recaló en Lieres como capellán Julio Eladio Martín Jiménez, Don Julio, un personaje que fue determinante para toda una generación de la que formaba parte Javier Villanueva.

Don Julio fundó La Academia en Lieres y muchos niños comenzaron a estudiar con él.

"El padre de mi madre era minero, había muerto de silicosis, lo pasó muy mal al final, había que abanicarlo con unas sábanas, y ella no quería ni loca que yo entrara en la mina. Mi padre también había trabajado allí y no quería ni oír hablar de ello. Llegó Don Julio y fui de los primeros a los que apuntaron".

El capellán fue crucial para la vida de Villanueva.

"Me encauzó, al igual que a muchos, tenía 13 años cuando vino, es como si me lo hubieran bajado del cielo, yo era un niño demasiado asilvestrado".

Don Julio, lector impenitente, le contagió una pasión por los libros que dura hasta hoy.

"El primer libro que leí me lo pasó él. Era 'Iván, el invencible', yo leí "Iván, el imbécil", y cuando estaba avanzado decía 'No me parece tan imbécil'. Aquel hombre se sentaba a leer y estaba horas y horas. Me llamaba mucho la atención. Me lo contagió".

El giro definitivo a la vida de Javier Villanueva lo daría el capellán al fundar el grupo de teatro.

"Montaron 'El médico a palos', de Molière. Me gustaba el fútbol y el teatro no me interesaba, pero les faltaba uno para la obra y me llamaron. Me gustaba una chavala, pregunté si estaba ella, me dijeron que sí y acepté: 'Entonces voy'. A partir de ahí empecé a leer teatro, primero con Alejandro Casona y más tarde descubrí los griegos".

Una vez acabado el Bachillerato, Villanueva se fue a estudiar a Salamanca. En un principio, quería hacer Filosofía, pero el cura lo animó a hacer primero Magisterio: "En Salamanca la experiencia fue buenísima. Estábamos en una residencia junto a la catedral y el palacio arzobispal".

Entró en contacto con el cine, al que era aficionado desde que de niño veía las películas en el cine del Casino de Lieres. En Salamanca descubriría otro tipo de cine. "El primer coloquio al que asistí en el cine fue sobre 'El año pasado en Marienbad'. Tenía 17 años y no me enteré de nada. Ni abrí la boca".

Tuvo la suerte de ver un rodaje en vivo y en directo. El de la película "El señor de La Salle", rodado en la catedral.

"Yo era muy amigo del que tocaba las campanas de la catedral, y nos dejó colarnos de noche a ver cómo rodaban una escena allí. El protagonista era Mel Ferrer, que estaba casado con Audrey Hepburn. Estábamos allí escondidos, asomados a una puerta pequeña, pero Audrey Hepburn nos vio. Estaba sentada con Mel Ferrer, fumando en la catedral acompañada por un perro pequeño. Ella sonreía frente a nosotros. Le hacía mucha gracia, no miraba para la escena, miraba para nosotros. Estábamos encantados. Era muy pequeña, pero guapísima".

Seducido por aquel ambiente, se involucró mucho más en el teatro y en el cine.

"Eso me cimentó. En la residencia había gente universitaria mucho mayor que yo, y yo tenía esa curiosidad por saber".

Villanueva comenzó como actor. En Salamanca actuó en la versión teatral de "El motín del Caine". Encarnó al abogado, el personaje de Humphrey Bogart en la película. Pero su carrera como actor no tenía visos de prosperar porque estaba aquejado de una faringitis crónica que le daba problemas de garganta. Entonces se dedicó a la escritura y la dirección.

Su vida daría otro giro cuando su familia decidió que era hora de regresar a Asturias. Llevaba tres años allí y una tía suya convenció a su madre para que lo trajera de vuelta.

"Fue un golpe muy duro para mí, porque yo me encontraba muy a gusto en Salamanca, había encontrado mi ambiente y me dolió mucho volver".

Pero su pasión por el teatro seguía creciendo. A mediados de los sesenta, cuando estudiaba en la Universidad de Oviedo, escuchó en la radio que pedían actores en el Ateneo de Oviedo.

"Entonces estaba Carlos Álvarez dirigiendo el aula. Era locutor en Radio Oviedo. Nada más que me escuchó hablar me dijo que viniera por la tarde a los ensayos. Estuve con él ese año de actor con una obra de Carlos Muñiz, 'El caballo y el caballero', y cuando Carlos Álvarez se fue para Madrid me propuso coger yo el aula de teatro, y la cogí. Ese año estrené 'Cristos para una cruz', que fue la obra que me marcó".

Villanueva había visto a dos vagabundos hurgando en una papelera cerca del teatro Filarmónica en Oviedo hacia las doce de la noche. A los quince días pasó por el mismo sitio y los vio otra vez. A partir de ahí empezó a escribir la historia.

"Cuando leo al día siguiente en LA NUEVA ESPAÑA la crítica de Eugenio de Rioja, que hablaba de 'obra de protesta y paradoja casi lograda', casi me desmayo de la alegría. Estaba tan hinchado que si me tocaban explotaba. A partir de ahí fue como cuando te tiras al agua. La primera salida que tuve con la obra fue al Ateneo de Santander. Fue mi primer coloquio, estaba muy nervioso y me parecía que no había gustado la obra. Debieron de notármelo porque me preguntaron qué pasaba. Yo se lo dije y todo el mundo '¿Cómo que no gustó la obra?' y se pusieron a aplaudir como locos".

La obra, no sabe por qué, despertó cierto recelo en las autoridades. La representó en la Escuela de Minas por las fiestas de San Mateo.

"El salón de actos de Minas estaba lleno, y desde la mitad hacia atrás, formados en herradura, estaban agentes de Policía. Mi padre y mi madre estaban nerviosos, asustados. La obra no era política y había pasado por la censura. Era sobre dos vagabundos que vivían en soledad, pero aun así estaba la Policía".

Tuvo otro encontronazo con la Policía, éste bastante más serio. Estaba matriculado en la Universidad de Oviedo.

"Era delegado y hubo una encerrona de dos noches en el edificio histórico, leyendo poemas de Bertolt Brecht y de Antonio Machado. Alguien fue al baño arriba y vio que estaba todo inundado de policías. Había que salir, pero no nos atrevíamos y sacamos de la cama al rector José Virgili y a Emilio Alarcos. La condición para salir era que marchase la Policía. Al salir nos encontramos sola a la profesora Carmen Codoñer, muy asustada porque habían sacado a su marido, que estaba políticamente muy marcado y que había estado en la cárcel con Miguel Hernández. Vivía encima de los Dominicos, en el Campillín, y fui a acompañarla. Llevaba tanto miedo como ella".

A finales de los años sesenta creó el grupo independiente "Caterva", en el que compartió escenario con Etelvino Vázquez. Su inquietud lo llevó a trasladarse a Madrid a estudiar con William Layton, que le enseñó el método Stanislavski. Allí montó la obra de Bertolt Brecht "Terror y misterio en el Tercer Reich", como director del grupo de teatro de la Universidad Complutense, donde estudiaba Filosofía y Letras y dirigía el teatro. También lo llamaron de Bellas Artes y tampoco pudo representarlo por la misma ley.

Visitaba a menudo la Filmoteca Nacional, donde conoció a Luis García Berlanga y también a un director de cine que trabajaba allí en el archivo.

"Un día me dijo : 'Tú al menos tienes una profesión digna, pero yo estoy aquí en la biblioteca cobrando 50.000 pesetas que me da Berlanga de su bolso; él piensa que no lo sé' ".

Otro giro inesperado llegó cuando llevaba poco más de un año en Madrid. Tuvo que hacer el servicio militar porque no le concedieron la prórroga. Lo hizo en León, y después ya volvió definitivamente a Asturias. Licenciado en Magisterio, entró a dar clase en los Dominicos, donde se quedaría 38 años.

A finales de década estuvo casi tres años al frente del grupo de teatro de la Universidad, que compaginaba con el desarrollo de otros grupos independientes, como "Timbal" y "Coturno". Entonces, escribió numerosas obras de teatro del absurdo y versiones de los clásicos.

Ya en los ochenta, fundaría la compañía que hoy sigue dirigiendo, "Teatro Pausa".

"Le pusimos 'Pausa' porque es lo más humilde de una representación teatral. Aquella etapa fue muy fructífera porque escribí muchas obras y casi todos los años estrenaba".

Entonces le llegaron los primeros reconocimientos. Un texto suyo, "La princesa de las noches blancas", recibió el premio "Jovellanos" en 1988. No lo dirigió él. En un principio la iba a dirigir José Carlos Plaza, pero tuvo problemas de disponibilidad.

"Estaba en Asturias y me dijo: 'A la vuelta en Madrid voy a ver dos directoras, María Ruiz, que dirige todo lo que le echen, y Paca Ojea, que es muy exigente'. Yo dije: Paca Ojea. Estuve una semana muy inquieto. Me llamó Paca Ojea a los Dominicos y me dijo: 'Quiero dirigir tu obra'. Quedé encantado, porque era del Método, una grandísima persona que se volcó con la obra y era muy profesional. Cogí amistad con ella, que conservo".

En todo momento, su gran logro fue la libertad para escribir lo que realmente le apetecía.

"Lo mío siempre fue escribir. Si me lo quitas, es como a un pez que sacas del agua. Siempre escribí lo que quise. Cuando estaba trabajando, ya no dependía del teatro, y me daba libertad". Una vez lo animaron a escribir una comedia para Arturo Fernández. "La empecé, era una historia de un hombre que estaba de Rodríguez en un adosado, que había cogido a dos extranjeras en autoestop, y vivía junto a otro hombre que también estaba de Rodríguez; no la terminé , porque sentía que me estaba saliendo de lo mío. Me decían que podía ganar mucho dinero, pero aquello no me llenaba".

Segunda entrega, mañana, lunes:

Éxito, premios y la vuelta a la mina

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